Los castigos son sanciones cuando alguien rompe una regla. Los premios sin embargo son regalías que alguien usufructua cuando hace algo por demás bien.
Parece simple ¿no? ¿Fácil? Entonces porque es hoy tan común oír a padres y madres decir cosas como: “si te portas bien y dejas de gritar te voy a llevar a comprar una hamburguesa con juguete”
El deber del niño es portarse bien y el deber de la madre o del padre es educar, dar las reglas, los límites de conducta para que este niño sepa muy bien cuando se porta bien y cuando se porta mal. Y sobretodo que romper esos límites trae consecuencias para ellos, no es un capricho irracional de los padres, sino que estos le quieren evitar malos ratos.
Un niño con límites claros, tiene un premio cuando no salió del límite entonces lo hizo mejor que usualmente. Así al menos debería ser. Porque un premio es una suma, no una resta.
En estos tiempos el castigo se ha vuelto una suma. Es decir, que si el niño hace lo mínimo que se le pide puede usar el play hasta la hora que se le dé la gana. Lo cual confunde y mucho, porque como hemos visto este “castigo” cae dentro de la definición de “premio”.
Por supuesto que si comentemos este error una o dos veces no hay problema, el problema surge cuando pasaron años y en lugar de “castigar” (restar) hemos “premiado” (sumado) y encima hemos cambiado los nombres de estas acciones. El problema surge cuando el niño creció con esta confusión y llega a la adolescencia creyendo que se merece el mundo por hacer lo mínimo.
Confundir premio con castigo es pan para hoy y hambre para mañana. Los seres humanos adquirimos limites antes de los 10 años, querer imponerlos en la adolescencia genera una situación a destiempo.
Los hermosos y angelicales niños se están preparando para ser los líderes de la sociedad futura. Es sensato que estos líderes sepan bien que es un premio y que es un castigo por el bien de ellos mismos, de sus padres y de la sociedad.
Lic. Romina Geli
Psicóloga clínica
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