La muerte es inevitable, la indiferencia no

  • No importa la clase social ni la nacionalidad, la muerte siempre deja un gran vacío de alma, cuerpo y espíritu a aquellos que sufren la partida de un ser querido. Y si se trata de la muerte de un hijo al que se esperaba para darle la bienvenida a la vida, el dolor se agudiza porque la sociedad no permite a los padres vivir su duelo y recordar a sus bebés, y en muchos casos los profesionales de la salud no cumplen los protocolos recomendados en situaciones tan extremas.

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    Desde que mi Juan Pi murió y más aún cuando nació la Fundación Juan Pablito, he escuchado un sinfín de experiencias no solo de Paraguay sino de todo el mundo. Personas que se comunican para buscar alivio a tanta indiferencia. Lamentablemente mamá y papá no solo deben lidiar con el dolor de la pérdida física de su hijo(os) sino que la herida se abre aún más porque en muchos casos los familiares, amigos y compañeros de trabajo niegan el duelo que viven sus amigos y tratan de esconder cualquier manifestación de dolor o de recuerdo del ser querido.
    Esta experiencia me ha hecho crecer muchísimo. En carne propia he experimentado también la indiferencia de personas cercanas a mí y por el contrario he conocido a mucha gente de gran corazón que me ha enseñado una nueva forma de ver la vida. A aquellos amigos o familiares que no se animan a tener tan siquiera un contacto con la pareja en duelo, no hay nada que temer, tan solo un abrazo de consuelo o un mensaje de apoyo significa mucho, ni se imaginan cuánto. Pasado el tiempo, podrían lamentar perder esa gran amistad por miedo o simplemente por tabú.

    En muchos hospitales las escenas de por sí ya trágicas se convierten en pesadillas reales ya que en la mayoría de los casos, los profesionales de la salud no están preparados para enfrentar situaciones de muerte, lo cual da como resultado informaciones confusas para los padres, frialdad en el trato y una muerte poco digna para unos bebés que sin importar el tiempo de vida son tan valiosos como cualquier ser humano de 80 años.

    Pasado el tiempo y el duelo procesado, las heridas cicatrizan pero el dolor innecesario no se olvida. Después de leer mucha bibliografía al respecto y de desarrollar mí propio duelo, puedo decir que la medicina más eficaz ante la muerte de un hijo no cuesta nada y solo depende de la voluntad de todos/as: sencillamente humanidad en el trato y aceptar que la muerte es parte de la vida.

    Esta vida que no es la misma para aquellos que vivimos esa experiencia límite. Sino que la vida vale mil veces más. Siempre me digo a mi misma que no tengo que olvidar los secretos de la vida que me enseñó mi ángel: en los buenos y malos momentos estén siempre con sus seres queridos. La vida es es realmente bella porque puede ser compartida entre la risa y el llanto. No se pierdan la oportunidad de ser realmente seres humanos.

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