La bicicleta, «máquina de la libertad» para las mujeres victorianas

  • Las damas inglesas de la época victoriana (siglo XIX) vestían pesados trajes y molestos corsés que, sin embargo, no constituían sus mayores opresiones. La clasista sociedad en la que vivían no les concedía ningún derecho, aunque un artefacto favoreció su emancipación y su libertad de movimiento: la bicicleta.

    Compartir:

     

     

    En este contexto, una ciclista llamada F.J. Erskine escribió un manual de buenas prácticas, publicado en 1897, para damas amantes de las bicicletas que no supieran cómo comportarse al volante, cómo vestirse para realizar deporte o cómo reponerse de un largo pedaleo.

    La guía de consejos, recuperada por la National Library británica, acaba de publicarse en español como «Damas en bicicleta» (Impedimenta) y supone una radiografía certera de una época en la que cualquier avance tecnológico se observaba con suspicacia y constituía una amenaza contra las estrictas convenciones sociales, que limitaban la función de la mujer al ámbito doméstico.

    La bicicleta, asegura Enrique Redel, editor de Impedimenta, fue llamada «la máquina de la libertad», porque permitió más movilidad a las mujeres y, con ella, podían visitar otros barrios «y abrir algo más su acotado horizonte».

    F.J. Erskine retrata de soslayo el clima de opinión que primaba en la encorsetada sociedad inglesa de finales del XIX sobre el uso de este tipo de vehículos, que eran adquiridos, sobre todo, por mujeres avanzadas a su época, «auténticas vanguardistas» pertenecientes a una clase media incipiente que comenzaban a hacer su incursión en el mundo laboral.

    Entonces, no existía un protocolo sobre cómo montar en bicicleta sin dejar de ser una dama, y ahí es donde reside la utilidad de este manual, que trata sobre la idoneidad de que las mujeres vistieran más ligeras al volante y de otras cuestiones relacionadas con la mecánica o con las normas de comportamiento frente a eventualidades tales como «las molestias ocasionadas por los vagabundos».

    Aunque este medio de transporte forma parte de la cotidianidad moderna, en aquellos años supuso para las inglesas una «revolución» que ayudó incluso al replanteamiento de cuestiones que negaban la posibilidad de que la mujer fuera capaz de hacer ejercicio físico.

    «Las ciclistas de la época demostraron que no eran, ni mucho menos, el sexo débil», explica Redel, quien ha recurrido junto a su equipo a grabados de la época para documentar cómo vestían las mujeres en bicicleta, aunque la autora original ya constata en el libro la tendencia general a sobrecargarse de ropa y complementos.

    Y, frente a esto, F.J. Erskine deja claro cuál es el «dress code» (código de vestimenta) más idóneo para pedalear: «¡Lana! Lana arriba y lana abajo, lana por todas partes, tal es el consenso deportivo al que han llegado tirios y troyanos en lo que a normas de higiene ciclista se refiere», escribe esta desconocida ciclista inglesa de la que no existen referencias biográficas.

    Otra recomendación sobre indumentaria que hace la autora original de «Damas en bicicleta» es sustituir los vestidos y las faldas por pantalones bombachos. El corsé, muy necesario también para hacer deporte, «aunque sin apretarse mucho los cordones»; las medias, de lana ligera; los zapatos, mejor a medida; los pañuelos y corbatas, a gusto de la consumidora, y las blusas «con cuellos de quita y pon».

    Este vehículo de dos ruedas tuvo «mucho que ver» en la adopción del pantalón como prenda femenina, comenta Redel. Se produjo, en definitiva, «un cambio en el concepto de feminidad», que aceptó a una mujer más libre y desenvuelta en su propio cuerpo, añade.

    Las recomendaciones de la autora, vistas con un prisma moderno, pueden resultar cómicas, aunque describen ciertos conflictos que sin duda han perdurado. La difícil convivencia entre conductores, a los que la autora tacha de «bastante irritables en general», y ciclistas o la temeridad con la que algunos circulan son algunos de los temas vigentes.

    En concreto, la autora critica a las «principiantes enloquecidas» que juegan al «tonta la última» con sus bicis. «¡Tales locuras no pueden conducir más que al desastre!», escribe en su guía, la cual también incluye recomendaciones para organizar estilosas y divertidas «gymkhanas» ciclistas en el jardín o en el mercado. EFE

    Compartir:

    Más notas: