- mayo 27, 2013
Perseguido y amenazado de muerte, con una recompensa de millones de dólares por su cabeza: así vive el británico de origen indio, Salman Rushdie, escritor de “Los Versos Satánicos”, un laureado material por sus logros literarios y condenado por su contenido que arremete contra los valores extremistas de la comunidad musulmana.
Después de muchos años viviendo en la clandestinidad, escapando de la condena de muerte por “blasfemo” Rushdie reaparece en las noticias con una afirmación contundente: volvería a escribir el libro. La indignación y la sed de sangre, siguen siendo las mismas. Ningún paño frío reposó sobre el odio de millones hacia el autor.
Sin piedad, varios traductores del libro fueron asesinados y “Los Versos Satánicos” terminaron siendo prohibidos y quemados en público en varias ocasiones. Ninguna indignación mostraron los fieles, quienes al sentirse ofendidos o peor aún cuestionados… aplaudieron la persecución y la muerte, como algo merecido.
Sólo por curiosidad decidí hacer una prueba con la reaparición del escritor en las noticias y comenté lo siguiente frente a un miembro (católico ferviente) de mi familia: “que bárbaro lo de este escritor amenazado de muerte por el tema de su libro” Mi interlocutor agrega “quién? Dios mio por qué le amenazan de muerte?” A lo que yo respondo ¨Por su libro LOS VERSOSSATÁNICOS”. Con total frialdad siguió hojeando el diario y con un gesto con la cabeza dijo “Con razón… con Dios no se juega”.
Mi lectura de esta situación es que si, por ejemplo, una persona afirma “Dios no existe” es merecedora de agresión, de algún tipo, por ser ofensiva. Pero, por el contrario, decir a una persona atea “Te merecés el infierno por no creer en la concepción de divina” no debe ser motivo de indignación, aunque la afirmación también ofenda.
Pero volviendo a Rushdie. Es cierto que millones de personas pudieron haber detestado el material. Es cierto que pudo haber tocado una fibra sensible o que el contenido haya sido inapropiado para algunas audiencias. Pero también es cierto que mientras los creyentes están en su derecho a repudiar, los autores están en su derecho a publicar sin que esto sea un motivo de condena de muerte.
Se supone que la Literatura, así como cualquier otra expresión artística, nació como medio de rebelión, de descontento y de expresión, como una alternativa a la realidad, como una manera de provocación para evocar al pensamiento y el análisis. La Literatura no tiene por qué ser complaciente ni servil.
En nuestro país y refiriéndome a la religión católica, todos los días leo y escucho comentarios ofensivos, insultantes y violentos, de parte de personas creyentes, hacia personas agnósticas, ateas o pertenecientes a grupos de minorías.
Casi nunca veo agresión en viceversa, como si pasar por alto el respeto mutuo no fuera parte de un acuerdo implícito y explícito al que llegamos al vivir en democracia. Como si existiera una verdad absoluta y nada más.
La defensa del Estado laico y todo lo que esto supone, es urgente hoy más que nunca antes en nuestra historia. Ya habiendo superado (según dicen) la dictadura y ante una sociedad que se muestra cada vez más evidentemente diversa, garantizar los mismos derechos y la misma protección a todos los ciudadanos paraguayos es imperativo.
Las personas no deberían estar aplaudiendo la condena a muerte de un escritor. Deberían estar criticando su obra si no están de acuerdo con ella o repudiando el hecho de que su derecho a la libre expresión esté siendo tratado como papel higiénico.
Pero cuando el derecho está ligado a la religión, las diferencias son inadmisibles y considerados pecado. Entonces las únicas personas verdaderamente protegidas son aquellas que esperan milagros del Dios que adoran y el resto… que luche por lo que pueda conseguir.
Las Iglesias sobreviven por la confianza y el respeto a los dogmas. Creer en ellos es un acto de fe, debería ser una decisión personal y de ninguna manera pueden ser parte de los debates científicos o cívicos.
Hace poco el Dalai Lama sorprendió al mundo con una publicación desde su página oficial de Facebook “Todas las religiones más importantes del mundo, con su énfasis en el amor, la compasión, la paciencia, la tolerancia y el perdón pueden y deben promover los valores internos”. Sin embargo, agregó después “la realidad del mundo actual es que la ética de la religión ya no es suficiente”.
Dijo también estar “cada vez más convencido de que ha llegado el momento de encontrar una manera de pensar acerca de la espiritualidad y la ética más allá de la religión”.
En estos tiempos, sostener modelos de poder basados en dogmas de miles de años atrás es absurdo, cuando bien se podrían promover VALORES HUMANOS más que VALORES RELIGIOSOS. Cuando la diversidad debe ser celebrada, no aplastada. Cuando el debate debería ser considerado saludable y necesario, no amenazante.
En conclusión: ojalá las nuevas generaciones tengan la posibilidad de crecer sobre la ética humana, no la ética dogmática. Que así sea.