(Mi) Proceso independentista

  • Denise nos cuenta la experiencia de la mudanza y una nueva etapa en la vida.

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    Es impresionante la manera en que la vida de alguien –mía, en este caso- puede cambiar tanto en un mes. Normalmente escribía esta columna tranquila, acostada en la cama bajo mi edredón con mi notebook en el regazo, un café caliente en la mesita de luz y mi mamá y mi hermana dando vueltas por la casa haciendo ruidos que hasta hace poco creía que me desconcentraban, pero que hoy extraño. Este mes es distinto: estoy escribiendo esto en silencio, sentada en un piso frío, con ropa de entrecasa cubierta de polvo y salpicada de pintura. A mi alrededor hay cajas y paredes blancas. Nada más. Y es que, a mis 27 años –bien vividos y, sobre todo, bien mimados-, decidí independizarme.

    Ojo: en casa de mis padres vivía cómoda y tranquila. Nunca me prohibieron salir ni me pusieron hora para llegar a casa. Jamás pedí permiso para nada, bastaba con avisar dónde iba a estar y con quién. Otro beneficio (que me da vergüenza admitir, eh) es que no aportaba nada a la economía familiar: con mi sueldo pagaba mis cuentas, mi combustible, mis salidas, mi ropa, me daba mis gustos, pero la comida, la luz, el agua, la empleada, el cable… todo se pagaba “solo”, como por arte de magia. Para colmo tenía un cuarto para mí sola, nadie tocaba mis cosas y mi relación con mis padres no podía ser mejor, pero este mes algo en mí hizo “clic”; me dije “ya estás vieja para seguir así” y me fui de casa. Sí, me independicé. Y recién ahí descubrí lo malcriada que era.

    Todo empezó el 1 de mayo. A pesar de ser feriado trabajé normalmente, fui a la radio y como en las redes sociales no pasaba nada y las páginas de noticias estaban prácticamente inactivas, entré a una web de anuncios clasificados para que la hora pasara más rápido. La verdad que no entré a mirar departamentos en alquiler con la idea de mudarme, sino porque creo que en mi vida pasada fui agente inmobiliaria. Me encanta conocer los precios que se manejan en el mercado, cuánto varía el costo de una propiedad entre una zona y otra… Para mí es como salir a recorrer vidrieras sin la intención de comprar, casi un hobbie.

    La cuestión es que durante el programa de radio encontré un departamento soñado a muy buen precio y a 20 cuadras de mi casa (si iba a dar semejante paso, quería seguir teniendo cerca a mi mamá. Taaaan temeraria no se puede ser). Como de tanto curiosear sabía que era una excelente oferta y que probablemente al día siguiente  alguien ya iba a haberlo alquilado, fui a ver el departamento esa misma noche y al día siguiente firmé el contrato de alquiler. Así, sin darme cuenta, el 2 de mayo había tomado una de las decisiones más grandes de mi vida.

    Después de firmar me cayó la ficha: tenía un departamento VACÍO que equipar, lo que significaba darle un uso inesperado a los ahorros que tenía para viajar a Disney a fin de año. “Otra vez será, Mickey”, pensé, empecé a sacrificar mis horas de almuerzo y comencé a ver muebles, telas, electrodomésticos, decoración, vajilla. No es por restarle mérito a quienes se independizan después de casarse, pero creo que ha de ser bastante más fácil eso de hacer una lista de bodas, volver de tu luna de miel y tener todo lo que necesitabas en una hermosa caja con moño y tarjeta. Para un/a soltero/a, la mudanza es bastante más a pulmón.

    Como lo único que tenía era una cama y una tele, empecé por buscar un sofá para la sala y me topé con el primer problema: ninguno que me gustara estaba dentro de mi presupuesto. Empecé recorriendo Senador Long, espantada pasé a los locales comerciales de República Argentina, y finalmente comprendí que las mueblerías del centro eran más acordes a mi bolsillo. Como ninguno de los sofás que vi en el centro parecía “salido de una revista de decoración” como yo soñaba, terminé diseñando el modelo, comprando la tela y mandándolo a hacer. Aún estoy esperando que me lo entreguen (por eso escribo esto sentada en el piso), pero tengo la esperanza de recibir lo que esperaba.

    El siguiente paso fue ir al supermercado a comprar productos de limpieza para dejar el depto brillante y listo para habitar. Esa fue toda una experiencia. Mamá tuvo que darme un curso rápido de limpieza y explicarme, mientras metía en el carrito (porque yo no tenía idea de lo que se necesitaba), productos cuya etiqueta jamás me había molestado siquiera en leer. Me enumeró los usos de la lavandina, la razón de ser del desodorante para pisos, la diferencia entre un aerosol para limpiar azulejos, uno para limpiar vidrios y otro para lustrar muebles, me hizo comprar guantes de goma, cepillo, una escoba, un palo para repasar, un balde, un trapo… y al volver al departamento me guió mientras me hacía cepillar una a una las baldosas del piso. Terminé con dolor de cintura y las uñas hechas un desastre, pero sintiéndome increíblemente realizada. Por primera vez en mi vida había limpiado una casa (aunque por “casa” se entienda un departamentito de un dormitorio, un baño, una sala pequeña y una kitchenette).

    Ahora que todo está impecable, llegó el momento de comprar la heladera, otros electrodomésticos e implementos de cocina básicos y hacer una fiesta oficial de inauguración, total las copas para el brindis estuvieron entre las primeras cosas que compré. No todos los días se celebra un paso tan grande, che!

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