En un mundo con tanta diversidad, en medio de la globalización imperante y la multiplicidad de ofertas mediáticas, es innecesario y hasta absurdo practicar la intolerancia.
En los tiempos que corren la maldad no conoce de límites, tiempo ni espacio. Las burlas y el odio están disfrazados de humor aunque tienen la única y sencilla intención de destruir todo a su paso. Aquellos que se erigen como los dueños de la verdad son implacables, inmisericordes e irrespetuosos.
En un mundo con tanta diversidad, en medio de la globalización imperante y la multiplicidad de ofertas mediáticas, es innecesario y hasta absurdo practicar la intolerancia.
Disentir opiniones o puntos de vistas es parte del proceso. Es algo que enriquece desde todo ángulo el transcurrir de la vida. Sin embargo, eso no ofrece garantías ni derechos para flagelar contra la integridad de un ser humano.
A diario escuchamos de niños y adolescentes que son víctimas del bullying. Analizamos la problemática como algo nefasto y nos rasgamos las vestiduras por los agresores desalmados. Sin embargo, en la primera oportunidad que tenemos, golpeamos verbalmente a cualquier persona cuya idea no compartimos. Abusamos de la libertad de expresión, pasamos por alto el derecho que cada ser humano tiene de ser como sencillamente se le antoja.
Los más jóvenes no tienen tanta resistencia a este flagelo. Buscan ayuda de sus padres o dan señales que indican que algo no anda bien. Los más tímidos dejan pasar muchos meses antes de buscar ayuda. Sin embargo, la generación adulta no esta exenta de este mal que ataca cada porción de la vida.
Las redes sociales son un medio a través del cual podemos mostrarnos tal cual somos. Podemos expresar sentimientos o acciones que quizás a nadie le importan pero que forman parte de nuestro mundo, de nuestra esencia. Allí, se incuba la más poderosa casta de los intolerantes. Por eso es menester practicar la misericordia con el prójimo. Porque nunca sabemos hasta cuando una persona puede resistir los embates de la agresión y el odio.
En nuestro país, lamentablemente la tasa de suicidios creció sistemáticamente, año tras año. Nadie se pregunta si el entorno que rodea a esas personas colaboró para evitar una tragedia. Nadie se toma la molestia de revisar comportamientos propios para evaluar de qué manera influimos en las acciones de los otros. Pero el verdadero poder está en nuestras manos. Poder para el bien o poder para el mal. Mi deseo para esté año que se inicia es que en las redes sociales se practique el respeto y la tolerancia. Porque hay una vida real. Donde debemos hacernos cargo de nuestras opiniones y comentarios. Donde no hay una pantalla en frente que nos proteja para escondernos. En ese mundo real, que muy pocos están dispuestos a vivir, las cosas se dicen con argumentos y midiendo el impacto.
El bullying cibernético existe y es nuestra responsabilidad cambiar esta realidad