Amar en los tiempos de Tinder

  • Si cada tiempo encuentra sus propias respuestas a las preguntas de siempre, el nuestro resuelve la ecuación sentimental mediante redes sociales como Tinder, objeto de un documental que explora un «amor de hoy», que es también, al fin y al cabo, el sexo de toda la vida.

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    Bautizado Love me Tinder, el proyecto de los franceses France Ortelli y Thomas Bornot explora el fenómeno a caballo entre el diario de a bordo, la batería de testimonios y un desprejuiciado periodismo «gonzo». La meta es ambiciosa: partir en busca del amor moderno.

    Y lo cierto es que el documental, que sigue a los dos realizadores mientras encadenan ligues durante tres meses, pretende erigirse en termómetro del errar sentimental de una generación que colecciona citas como cromos.

    «Me resistí al concepto del reportaje clásico. Estaba soltero y no conocía estas páginas, de modo que acepté protagonizarlo», confiesa a Efe el director y productor Thomas Bornot, quien asegura que antes de la virtualidad de Tinder siempre ligó «en tres dimensiones».

    Con cierta ironía y a partir de los mimbres de la telerrealidad -cámara oculta, autoconfesión y elogio de la ciclotimia-, la idea era rodar una «comedia romántica sin actores» en torno a un «software» que registra más de 200.000 descargas diarias.

    Aunque la compañía se niega a suministrar datos precisos, un estudio publicado el pasado octubre por el New York Times le atribuye 50 millones de usuarios con una edad media que ronda los 26 años. Un porcentaje ínfimo de estos ligues acaba en matrimonio, aseguran los autores del documental.

    No solo es la aplicación de citas preferida de las mujeres, sino que ya lidera un sector tan inusual que se alimenta fundamentalmente de la crisis. Sentimental, eso sí.

    La mecánica, en vigor desde 2012, importa el perfil de Facebook del usuario para someterlo a un algoritmo que, a partir de criterios de sexo y posición geográfica, le transporta a un inmenso «supermercado de los otros», como lo llama Bornot, que permite seleccionar (y descartar) millones de fotos.

    Cuando dos perfiles se dan mutuamente el visto bueno, un chat permite establecer la conversación. El resto está hecho: «No ir a la cama la primera vez es raro», avisa un entrevistado en el documental.

    A Ortelli, correalizadora y periodista, siempre le habían intrigado las dificultades para «encontrar hoy el amor» y todo lo contrario, la ausencia de obstáculos, porque la promesa fundacional de Tinder pasa precisamente por eso: liquidar los trámites del encuentro fortuito o el primer flirteo. Y, al parecer, la cumple.

    Pero la cuestión que aborda Love me Tinder no atañe tanto al éxito, más que probado, a la hora de aumentar la agenda de los viernes, como al interés por saber hasta qué punto todo esto es amor u «otra cosa».

    Porque, de Petrarca a Tinder, las cosas, o esa cosa, no han cambiado mucho.

    «Tinder no es el amor moderno, sino el sexo moderno, una forma entre otras muchas de tener relaciones sexuales», confirma Bornot, tras concluir que las aplicaciones de esta índole suprimen el «riesgo y el componente de aventura de toda seducción».

    A fin de cuentas, ese es el objetivo, protegerse de un potencial rechazo y, pese a todo, «hay algo terrible en saber que, pase lo que pase, acabarás acostándote con la otra persona», reconoce Bornot.

    Son códigos de un universo donde, como subraya uno de los usuarios entrevistados, «primero te acuestas con alguien y luego quizás terminéis hablando».

    Una retórica de combate condensada en ese instante del documental en el que un aturdido Bornot se dirige a la cámara con voz apagada desde un apartamento ajeno: «Ayer no dormí en casa. Gracias, Tinder».

    Con todo, el realizador, que sumó cerca de un centenar de encuentros en solo tres meses, no vacila cuando vincula la aplicación a una espiral «deshumanizadora» donde cada cita, intrascendente pues el final ya está escrito, «recuerda a una entrevista de trabajo».

    «Poco después de concluir el proyecto, conocí a mi novia», confiesa. «Y en tres dimensiones», esta vez sí. EFE

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