Mi experiencia con Ale Sanz

  • Mi teléfono sonó a las 18:15 horas del martes 19 de mayo. Del otro lado, alguien me avisó que a las 9am del día siguiente debía estar en el aeropuerto para tomar un vuelo con destino a Buenos Aires. ¿El objetivo? Entrevistar a Alejandro Sanz.

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    Primero pensé que era una broma. Cuando me aseguraron que no lo era y me explicaron que Sanz estaba en Argentina para promocionar su nuevo disco, armé la maleta en tiempo record y me puse al día con las novedades en la vida y la obra del cantante español.

    Me enteré que el disco al que pertenecía el tema que tanto venía escuchando en los últimos días, “Un zombie a la intemperie”, se llamaba “Sirope”. También que era su segundo material de la mano de Universal Music luego de más de dos décadas como artista de Warner, y que si bien centraría la segunda mitad del año en hacer una gira por España y sus alrededores, había grandes posibilidades de tenerlo en nuestro continente en los primeros meses de 2016.

    En medio de toda esa la lectura descargué el disco y lo escuché de principio a fin, saboreando cada uno de sus trece temas y descubriendo a un Sanz diferente. Ojo, no perdió la esencia que lo mantiene vigente hace más de 20 años; pero este Sanz está tan feliz, en una etapa de su vida tan repleta de afectos y realización personal, que suena distinto. Suena y sabe a almíbar, a azúcar, a “Sirope”. Sabiendo esto, partí a Buenos Aires.

    Al llegar al aeropuerto me esperaba una van para trasladarme directamente a la conferencia de prensa del cantante en el hotel Hyatt del barrio de Recoleta. Parece ser que ya no hay vuelos a Buenos Aires de madrugada, así que al haber salido de Asunción a las 10:30 de la mañana y con la hora de diferencia que tenemos actualmente con la Argentina, aterricé con el tiempo justo para ir directamente al encuentro del artista.

    En el Hyatt, Universal Music aguardaba a los periodistas más importantes de Argentina y a un medio de Paraguay, uno de Uruguay y otro de Chile, con una barra de tragos temáticos: había 13 opciones, cada una con el nombre de uno de los temas del disco. Sobre la silla de cada periodista había como souvenir una bolsita de dulces –haciendo alusión al título del álbum que, como dije, denota dulzura- con el rostro del cantante. A un costado, una mesa de cookies de chocolate. Allí aguardamos el inicio de la conferencia, mientras yo disfrutaba rodeada de colegas a quienes admiro como el Bebe Contepomi de La Viola, o el veterano Juan Alberto Mateyko.

    Cuando Alejandro Sanz ingresó a la sala, me sorprendió verlo mucho más atractivo que en su última visita a Paraguay en 2010. “Los años le sientan como al vino”, pensé. A sus 46, las canas asomaron sin pudor y él las dejó ser, ganando un atractivo á-la-George-Clooney impresionante. Con una sonrisa dio un saludo generalizado y se sentó a responder con paciencia y mucho humor las preguntas de casi todos los periodistas de la sala. Éramos más de 30, de los cuales 5 tuvimos el privilegio de acceder a un momento a solas con él para hacer entrevistas exclusivas. Fue por eso que los cinco nos ubicamos en la conferencia como simples espectadores, disfrutando el momento y riendo con las ocurrencias de un Sanz bromista, humilde, sin aires de estrella.

    Cuarenta minutos después llegó el momento del mano a mano. Al entrar al salón me recibió con un “Hola, guapa” y dos besos que me robaron el aliento. Pocas veces una tiene la oportunidad de estar frente a frente con alguien a quien admira, y el deseo de no desaprovechar el momento resulta avasallador. Así que respiré profundamente, me acomodé en una silla frente a él y mientras el camarógrafo ajustaba todo para la nota, le comenté que era de Paraguay.

    -“Tú también andas con tu mate por todos lados, entonces?”, me preguntó. Le dije que sí, pero que en Paraguay el mate lo tomamos frío y lo llamamos tereré. Enseguida me explicó que la empleada doméstica y el cocinero que trabajan en su casa son de Paraguay, pero que aún no probó el mate que comparten para ver si es frío o caliente. Prometió hacerlo, y la entrevista comenzó.

    Durante la charla bromeó bastante y recordó con cariño sus shows en nuestro país. También me contó que uno de sus mejores amigos madrileños, luego de recorrer gran parte del mundo buscando inspiración para escribir un libro, quedó encantado con Paraguay y se vino a vivir aquí. ¿Su nombre? Rubén Señor (http://rubensenor.com/segundo).

    Al preguntarle si tiene pensado incluir nuestro país en la gira latinoamericana de 2016, dijo que si bien eso no depende de él le encantaría que así fuera. Sé que pudo haberlo dicho por compromiso o para quedar bien, pero algo en su forma de decirlo me hizo creer que hablaba desde el corazón. Obviamente, luego de la entrevista hice mis averiguaciones y me enteré que una productora de espectáculos argentina con filial en Paraguay está moviendo sus contactos para traerlo al país alrededor de marzo.

    Cuando llevaba unos 6 minutos de entrevista, una mujer de su staff me indicó que debía ir terminando. Me despedí, y mientras el camarógrafo me facilitaba la grabación escuché que esa misma mujer le preguntaba a Alejandro si quería que le retocaran el peinado o le pusieran polvo en el rostro antes de continuar. Él se miró sonriendo en el reflejo de una pared espejada y dijo que no, que gracias, que así estaba bien. “Y la verdad, tiene razón”, pensé dentro mío.

    Así terminó una experiencia fugaz pero inolvidable. Al día siguiente fui a caminar por Buenos Aires aprovechando que mi vuelo de regreso a Asunción salía a la noche, y paseando por la Avenida Corrientes vi a un gran grupo de chicas gritando asomadas a una valla que se extendía por toda la cuadra y daba la vuelta a la manzana: Alejandro Sanz estaba en el local de Musimundo firmando discos y autógrafos. “El destino nos vuelve a cruzar”, pensé. Pero la fila era demasiado larga; preguntando me enteré que las chicas que la encabezaban llevaban varias noches durmiendo en la puerta del local, refugiándose de la lluvia de los días previos bajo modestas carpas.

    Después de curiosear un rato me retiré, y seguí mi paseo sorprendida con los precios de todo lo que veía. Buenos Aires está cara, definitivamente quedaron atrás los días en que nos convenía hacer compras allá. Pero eso no me borró la sonrisa del rostro. Por la tarde volví al hotel, de ahí fui directo a Ezeiza y al aterrizar en el Silvio Petirossi no podía más que agradecer. Pocas veces una tiene la oportunidad de estar frente a frente con alguien a quien admira, y el deseo de no desaprovechar el momento resulta avasallador. Yo creo que, definitivamente, no lo hice.

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