De Balenciaga a Paco Rabanne pasando por Mariano Fortuny, la costura francesa analiza en el Museo de la Inmigración de París sus trazas genéticas a través de una muestra dedicada a creadores de medio mundo y, en especial, a la impronta española que contribuyó a crear la alta costura francesa.
Son cerca de un centenar de piezas, al menos 70 modelos exclusivos y un inédito archivo documental los que componen una muestra que, bajo el título «Fashion Mix. Moda de aquí, creadores de fuera», busca rastrear hasta el próximo 31 de mayo la particular biografía de la experiencia gala en creación de moda.
«Esta no es una exposición convencional, tratamos de contar la historia de la alta costura a través del prisma de la inmigración», resume a Efe la comisaria de la muestra y responsable de la Colección de Arte Contemporáneo de la pinacoteca parisiense, Isabelle Renard.
El sector, relata, se sirvió del caudal de modistos que, desde mediados del siglo XIX, alimentaba la alta costura francesa, cuyos grandes nombres abarrotan las salas en un curioso crisol de pasaportes porque la capital de la moda era «una ciudad de libertad».
«Hemos sumado 300 grandes figuras», precisa la experta, antes de dibujar un París de refugiados que, desde la nobleza rusa que huía de la Revolución a la diáspora intelectual española, supo recibir a la convulsa Europa de entreguerras.
Al «incontestable Balenciaga», pero también, más tarde, a Francisco Rabaneda y Cuervo, conocido como Paco Rabanne, la exposición indaga sobre dos referencias de una «escuela española» cuyo rastro resumió Cristian Dior tras conocer la muerte del vasco: «Era nuestro maestro».
Si Balenciaga instaló el acento ibérico en la sastrería francesa, Rabanne condensó a partir de 1965 una propuesta iconoclasta que vestía los cuerpos de cuero, metal o plástico.
Antes, Mariano Fortuny, el granadino que patentó el legendario vestido Delphos, tendió un puente entre París y Venecia para desplegar una creatividad multiforme que, al margen de los telares, se ocupó de la pintura o la fotografía.
«Fue alguien que rebasó su tiempo», apunta Renard.
Y queda demostrado por ejemplo en el hecho de que Albertine, la heroína del sexto tomo de «En busca del tiempo perdido» de Marcel Proust, vestía un Fortuny. «El gesto de la mujer que lo porta cobra una importancia excepcional», dijo el novelista.
Junto a la española, la muestra se detiene en la influencia japonesa, italiana o británica, encarnada por el pionero Charles Frederick Worth, el artesano que, a finales del XIX, decidió que la alta costura empezaba donde ya lo había hecho el arte moderno, en la firma.
«Él impuso sus elecciones, sus vestidos, hasta el punto de que (John) Galliano le homenajeó con su trabajo para la casa Dior», concluye Renard, tras asumir que es el diálogo entre pasado y presente el que impulsa la alta costura.
Un discurso que, en cierto sentido, no es otro que el del país. «Francia es eso, el fruto del trabajo de la gente que llegó de fuera, que ha contribuido a enriquecer nuestro patrimonio», zanja la comisaria. EFE