París evoca la huella de la emperatriz Josefina en el arte y la moda

  • Doscientos años después de su muerte, París recuerda la huella que dejó la mujer de Napoleón, la emperatriz Josefina, en el arte y la moda, con una exposición que evoca la otra cara del Imperio, más allá de las campañas militares y de los cambios políticos.

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    La exhibición «Josefina», que se puede visitar en el museo de Luxemburgo hasta el 29 de junio, reúne más de 120 obras de arte, cedidas por museos como el Louvre de París y el Hermitage de San Petesburgo, que revelan los gustos de la emperatriz.

    Nacida en el seno de una familia de plantadores en la isla de la Martinica, Josefina (1763-1814) «encarnó a muchas mujeres» desde la niña educada estrictamente hasta la emperatriz de Francia y, aunque recibió grandes honores, también conoció la cárcel revolucionaria, explicó a Efe el comisario de la muestra, Amaury Lefébure.

    «No desempeñó ningún papel político porque Napoleón nunca escuchó a ninguna mujer», relató Lefébure, pero el legado de Josefina se refleja en la moda y en las artes decorativas.

    El vestido con un gran cuello de encaje que vistió el día de su coronación fue luego imitado por las mujeres de la corte y también marcaron tendencia los abrigos con cola que lucía y que se pueden ver en la exhibición.

    Josefina, que era considerada como una de las mujeres más elegantes de su época, puso en valor la industria textil gala usando ricos tejidos fabricados en Francia, como el terciopelo y la seda.

    Su influencia se percibió también en el interiorismo, ya que Josefina eligió para sus residencias muebles «de formas más suaves, fluidas y finas» que los tradicionales de estilo imperio.

    Le gustaban especialmente las piezas con incrustaciones de cobre o de ébano, aunque también optó por muebles en caoba decorados en bronce tallado o con mosaicos.

    Asimismo, Josefina fue una gran coleccionista de arte y reunió obras de pintura antigua y moderna, así como diversas esculturas, entre las que destacan cuatro creaciones del italiano Antonio Canova.

    Esta pasión por el arte creció al ritmo de los viajes que realizaba, tanto oficiales como privados, en los que aprovechaba para interesarse por los creadores locales.

    Otra de sus aficiones era la botánica, a la que dio rienda suelta en los jardines del castillo de la Malmaison, donde introdujo más de 200 especies que nunca antes se habían visto en Francia, señaló el comisario.

    Josefina era una mujer popular porque «sabía cómo dirigirse a todas las personas, independientemente de su nivel social», aunque además de los detractores de Napoleón, había quienes deploraban su imagen «ligera», según Lefébure.

    Josefina llegó a París a los 16 años tras casarse con el vizconde Alexandre de Beauharnai, pero el matrimonio terminó separándose y ella volvió dos años a la isla de la Martinica.

    Cuando regresó a la metrópoli, se encontró con la revolución francesa y De Beauharnai, que había sido presidente de la Asamblea Constituyente de 1791, terminó en la guillotina tres años más tarde, durante el reinado del terror.

    Josefina también fue encarcelada y, tras librarse de la pena de muerte gracias a la caída de Robespierre, se reveló como una «mujer de carácter» que, viuda y con dos hijos a su cargo, supo introducirse en los ambientes del poder, donde enamoró al joven y ambicioso general Napoleón de Bonaparte, con quien se casó en 1796.

    La boda fue el punto de partida de una fulgurante ascensión social ya que, tras el golpe de Estado de su marido en 1799, Josefina se convirtió en la esposa del cónsul de Francia y, cinco años más tarde, en emperatriz.

    «Aunque nada le había preparado para eso, todos sus contemporáneos quedaban impactados por la manera en la que representaba al imperio», señaló Lefébure, quien lamentó que su figura sea «cada vez menos conocida por los franceses» y confió en que las obras de arte reunidas en la exposición sirvan para revertir esta tendencia. EFE

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