- diciembre 18, 2024
En esta Navidad, al montar un pesebre, cuidemos que cada figura guarde su proporción, permitiendo que el mensaje original brille en todo su esplendor.
Los pesebres son una de las representaciones más emblemáticas de la Navidad, cargados de simbolismo y tradición. Originados en la Edad Media, su propósito inicial fue enseñar de manera visual el nacimiento de Jesús a comunidades que no sabían leer. San Francisco de Asís es considerado el precursor de esta práctica, al recrear la escena en vivo por primera vez en 1223.
A lo largo del tiempo, los pesebres han evolucionado en estilo y materiales, desde los elaborados con madera tallada y cerámica hasta los hechos con elementos reciclados o naturales. Sin embargo, un aspecto esencial al crearlos es la proporción. La armonía entre las figuras de María, José, el niño Jesús, los pastores y los animales es clave para que el mensaje espiritual y estético se transmita con claridad.
Uno de los errores más comunes al armar un pesebre es que el niño Jesús sea desproporcionadamente grande en comparación con los demás personajes. Esto no solo rompe la cohesión visual, sino que también distorsiona el simbolismo del nacimiento humilde en Belén. El equilibrio en el tamaño de las figuras, además de la disposición cuidadosa de los elementos, refuerza la narrativa y permite que cada pieza tenga su lugar y función.
Más allá de los detalles técnicos, el pesebre es una invitación a reflexionar sobre valores como la humildad, el amor y la esperanza. Es un recordatorio de que, en lo pequeño y sencillo, se puede encontrar lo extraordinario. Armar un pesebre en familia es también un acto de unión y transmisión cultural, donde la creatividad y el respeto por la tradición van de la mano.