Pensar en el futuro

  • Es la directora ejecutiva del Grupo Kress, más conocido como Frutika. Con solo 20 años de edad, asumió las riendas del legado familiar y hoy, casi ocho años después, su vocación hacia la comunidad no escatima en esfuerzos por impulsar una mejor calidad de vida. Conocé a Cristina Kress, portada de la edición de junio de la revista Ella.

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    Por Jazmín Gómez Fleitas

    Fotos: Javier Valdez

    Estilismo: Galgo

    Producción: Bebu Dujak

    Maquillaje: Dino Quick Service

    Locación y Agradecimientos: Pastelería Ceci Gross 

    Cristina Kress (27) nació diez años después de que sus padres llegaran a Itapúa. Hija de una pareja de alemanes enamorados de la naturaleza sudamericana, creció en medio de una extensión de monte virgen.

    Además de español y alemán, aprendió a hablar con fluidez el inglés y el portugués. Cuando cumplió cinco años, sus padres se dieron cuenta de que en la zona del distrito Carlos Antonio López, donde se habían establecido, no había una escuela cercana, por lo que decidieron buscar un profesor y habilitar un aula. Así, entre el preescolar y el primer grado, Cristina compartió clases con niños y adolescentes que nunca antes habían ido a la escuela. Entre tanto, sus padres no solo creaban un negocio familiar, nacía también la colonia Kressburgo.

    Cristina perdió a su padre a los 10 años. Heinfried falleció en un accidente y fue su mamá, Beate, quien asumió la responsabilidad de la empresa familiar. Poco después de este hecho, Cristina abandonó Kressburgo y se trasladó a Asunción para continuar con sus estudios. La acogió una familia con la cual vivió hasta graduarse de la secundaria, en el Goethe Schule.

    Para continuar con sus estudios universitarios, Cristina viajó primeramente a Alemania ­donde obtuvo una preparación académica de seis meses­ y luego a Suiza, para cursar la carrera de Administración de Empresas. Aprobar el primer año fue toda una conquista para ella, ya que la estrategia educativa del país solo permite que el 40% de los estudiantes quede habilitado para el segundo año. Esto, en vista de que las universidades suizas no utilizan un proceso de selección previo, similar a los exámenes de ingreso de nuestro país.

    Cuando le faltaban dos años para terminar la carrera y un mes para cumplir 20 años, recibió un llamado que cambió su vida una vez más. Al otro lado del teléfono estaba su madre, diciéndole que tenía un regalo de cumpleaños para ella. El obsequio planteaba una encrucijada: “Volvés a Paraguay y tomás la dirección de la empresa, o la vendo”.

    “Esa decisión fue la más importante de mi vida y creo que siempre la será”, recuerda Cristina. “Le dije que sí y volví. Ella estaba muy agotada emocionalmente, me había explicado que en su momento asumió la dirección por mí y por las 700 familias que dependían de ello. Pero ya no podía más”.

    Sucede que Beate, su madre, asumió la empresa justamente cuando acababan de inaugurar la fábrica Frutika. Sin experiencia alguna logró dar a conocer la marca y desarrollar los productos que hoy son emblema. Cuando Cristina regresó a Paraguay, fue su mentora durante dos años, y luego se apartó de la empresa.

    Hoy, Cristina vive con su hijo de dos años en la antigua casa colonial que sus padres construyeron en Kressburgo, y le fascina el aire puro del campo.

    ¿Cómo fue el proceso de transición de la dirección de la empresa?

    Mi mamá nunca entró a la oficina conmigo. Me dejó la dirección y yo misma tuve que conocer los sectores y a los gerentes. Sucede que cuando papá falleció, ella contrató gerentes para que la asesoraran, porque uno de los errores de mi papá fue no saber delegar, al punto que el rápido crecimiento le sobrepasó. Justamente, se muere en un choque porque estaba leyendo su informe, manejando por el maizal a 100 km por hora y hablando por teléfono, era imposible. Así que yo seguí el ejemplo de mi mamá, porque un año de facultad no me resolvió nada.

    ¿No deseaste terminar tu carrera?

    Fue algo que tuve que sacrificar. Estoy muy agradecida de que mi mamá me haya estirado de ese mundo porque el aprendizaje que me dio lanzarme al mundo real, trabajando, estando al frente y tomando decisiones que cuestan plata, es invaluable. Pero cuando los estudiantes me preguntan si entonces da igual dejar la facultad o no hacerla, siempre les digo que aprovechen la facultad, porque es la manera más barata de aprender, a diferencia de lo que a mí me tocó.

    ¿Cómo fueron esos primeros años siendo tan joven y liderando todo?

    Mi decisión, al comienzo, fue estar tranquila y aprender todo. Los gerentes me ayudaron, no tuvieron esa actitud de: “¿Qué viene a hacer esta chiquilina acá?”. Me dijeron: “Vení, vamos al campo a que aprendas, esto se hace así, la industria es de esta forma”. Me acompañaron y fui aprendiendo de tal manera que llegó un momento en el que ya les cuestionaba para indagar más. Eso genera una interacción, una dinámica mucho más rica en el trabajo. Pero también tuve que ordenar todo. Sucedió así: mi papá empezó con la agricultura y después pasó a la fruticultura, e hizo la fábrica. Mi mamá tuvo que hacerse cargo de ella y, como también le pasó a mi papá, todo creció muy rápido, pero administrativamente era un caos. Así que ese fue mi trabajo, ordenarlo todo y hacer una empresa de esa marca que ya era exitosa, pero que para seguir siéndolo necesitaba orden y planificación.

    ¿Con cuántos gerentes contás actualmente?

    Dieciseis. Es mucho, en realidad no es lo usual. En lenguaje corporativo deberían ser llamados jefes de área, pero como en realidad yo trato directamente con ellos, son gerentes, y me gusta mantener esa forma. Tomé la decisión de hablar con cada uno de ellos. Me parece mucho más colorido hablar con dieciseis personas que con cuatro, por ejemplo.

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    Cristina Kress. Foto: Javier Valdez – Revista Ella

     

    LA AVENTURA DE LA INNOVACIÓN

    El papá de Cristina, Don Heinfried, siempre quiso salir de Alemania. Curiosamente, no vino huyendo de la guerra, sino en busca de aventura. Como iba a heredar tierras que resultaban productivas solo durante seis meses al año ­el resto solo servían para esquiar ya que se encontraban cubiertas de nieve­, se puso en la búsqueda de una compañera que deseara conocer las exóticas tierras sudamericanas. Encontró la candidata ideal: Beate, una bióloga que trabajaba en un oscuro laboratorio y que se quedó enamorada de Sudamérica luego de ver una película sobre ella. Se casaron, tuvieron una luna de miel en las Cataratas del Yguazú, y con lo que habían traído de la venta del escarabajo de Beate, entre otras cosas compraron sus primeras hectáreas y empezaron de la nada, en pleno monte.

    ¿Te considerás aventurera, así como tus padres lo fueron?

    Sí, pero de otra manera. Mi mamá siempre me solía decir que esa fue la mejor época de su vida. No tenía nada pero le gustaba porque tenía tiempo para leer, salía a cabalgar, hacía todo lo que le gustaba. Yo no viví esa época salvaje, y no creo que haga lo mismo que ellos. Me siento aventurera en cuanto a innovaciones, no tengo miedo a hacer cosas nuevas. Ahora estoy culminando ideas que salieron de mis padres, pero con mi firma en ello. Creo que si hoy en día no tenés la valentía de hacer cosas, no sos empresario.

    ¿Cómo sos cuando no estás trabajando?

    Me gusta disfrutar en familia con mi hijo, todo mi tiempo libre lo disfruto con él. No hay tiempo para películas o libros, sí para la música… infantil. Y las mascotas, tenemos seis perros chiquititos. Los fines de semana son para salir a pasear por el campo, algo que mi hijo ya sabe y me pide. La cosechadora y el tractor son su perdición. Me encanta ver los procesos del campo, la cosecha y la siembra, cosas que quizá para muchos califiquen como trabajo, pero para mí no.

    Hay un arroyo cerca de donde vivimos y durante el verano solemos pasar el día ahí, junto a muchas de las familias de los gerentes, compartiendo un asado. Son mis funcionarios o colaboradores, pero son amigos también. Sabemos diferenciar el trabajo y no mezclar las cosas.

    Suena difícil, y muchos consultores quizá digan que no es bueno, pero hay muchas personas que sí pueden pasar de disfrutar bien en familia a enfocarse a lo laboral.

    LA VOCACIÓN HACIA LA COMUNIDAD

    ¿Cómo es vivir en lugar que lleva el nombre de tu familia?

    Bendición y maldición al mismo tiempo. Bendición porque es un honor algo así. Kressburgo está creciendo, tiene 4.000 habitantes, dos instituciones educativas, una comisaría, hoteles, restaurantes, puestos de salud, rutas asfaltadas y ahora, por fin, un médico. Es un honor que se vaya conociendo, todavía no tanto como Frutika, pero es lindo ver el crecimiento y el desarrollo. Pero a la vez es una maldición porque está tu apellido ahí y tenés una eterna responsabilidad.

    En una escala del 1 al 10 ¿qué tan importante son para vos los proyectos sociales?

    Es difícil responder a esto porque son el día a día en Kressburgo. Ni siquiera pensamos “esto entra en responsabilidad social, o no”, es imperativo hacer, la necesidad está ahí en frente y no podés ser indiferente. Uno no puede prosperar en medio de la pobreza.

    Es más, ahora nos adherimos a un proyecto de la Fundación Paraguay que se llama Semáforo. Ellos vinieron junto a nosotros para decirnos: “Nos gustaría una alianza para que Kressburgo sea la primera ciudad libre de pobreza del hemisferio sur”. Y les dije: “Wow, vengan”. Ese programa te proporciona unas 50 preguntas que evalúan la calidad de vida de las personas y está muy bueno porque podés ver en qué se debe mejorar. Creo que si la calidad de vida mejora, el desarrollo está garantizado.

    ¿Trabajás mucho?

    Mi papá falleció por la empresa. Mi mamá se curó de un cáncer causado por el estrés. Porque no se cuidó y porque pensaba: “Si no doy todo de mí esto se va perder, y ¿cuál va ser la repercusión para las familias y las futuras generaciones?”. Esto pensaba aun cuando ella no fue formada para manejar una empresa. Lo mismo me pasa a mí, pienso en las generaciones que van a venir pero por eso me cuido más.

    Hice mi trabajo para aprender y ahora administro mi tiempo porque pienso: “Mi papá trabajó 20 años en la empresa y mi mamá 10, yo no puedo durar menos”. Empecé con 20 años y mi hijo tiene 2, mínimo unos 20 años más tengo que durar acá, y así ya suman 30 en total. Así que no puedo trabajar brutamente como lo hicieron ellos, no voy a hacer bien mi trabajo así. Es cuestión de disfrutar las cosas buenas, formar gente para que siga creciendo y pensar que en 30 años mi familia también pueda continuar con esto.

    El Grupo Kress

    Lo componen la Estancia Beate, encargada de la producción de campo agrícola y frutícola (11.000 hectáreas agrícolas y casi 2.000 hectáreas frutihortícolas). Frutika es la parte industrial, recibe las frutas tanto de Beate como de pequeños productores, que en realidad representan la mayor parte de la producción (el 70% que suman aproximadamente 4.000 productores). Kimex tiene a su cargo la responsabilidad administrativa y la redistribución de los productos, y Kressburgo es la inmobiliaria. Además, el grupo protege más de 6.000 hectáreas de monte virgen.

     

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