Treinta años después

  • Menchi analiza y comparte con los lectores lo que acarrean 30 años de carrera.

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    menchi

    Semana de los periodistas y comunicadores, y como todos los años, momentos de reflexión y de encuentro con jóvenes que han comenzado a transitar los primeros años de esta profesión. Y más allá de repasar con ellos algunos de los conceptos fundamentales que hacen y regulan esta actividad y que están al alcance de un clic, me gustó la idea de recordar y compartir las experiencias que en estos más de 30 años en los medios, han regulado mi conciencia y me han indicado por donde continuar.

    Una actividad que pudo haber tenido caminos diferentes pero que ha estado marcada por un pensamiento guía, un pensamiento que me ha acompañado a lo largo de este tiempo, y que ha traído luz en momentos de temeridad y de confusión. Me refiero a las reflexiones del gran maestro del periodismo el polaco Ryzard Kapuscinski: Un periodista debe ser un hombre abierto a otros hombres, a otras razones y a otras culturas, tolerante y humanitario.

    No debería haber sitio en los medios de comunicación para las personas que los utilizan para sembrar el odio y la hostilidad y para hacer propaganda. El problema de nuestra profesión es más bien ético. Y a la luz de estos pensamientos, de estos conceptos de alguien tan lúcido, me pongo a repasar aquellos primeros pasos que daba tímidamente allá por el año 1982 en la televisión atreviéndome a conducir un programa de contenido deportivo sin haber tenido ninguna preparación para hacerlo.

    De hecho la gente que estaba en la tv en esos momentos, al menos una buena parte, no había pasado por las aulas universitarias del periodismo. Los únicos requisitos pasaban por un aspecto más o menos agradable, una buena dicción y no había mucho más que agregar. Y así sin entender acabadamente lo que significaba tener un micrófono y una cámara a mi disposición, me largué con entusiasmo a conducir programas de televisión.

    Eran épocas difíciles, últimos años de la dictadura, y en un medio que no sólo simpatizaba con ella, sino que la apoyaba abiertamente. Y yo sin ser precisamente una militante contra la dictadura, encontraba siempre los espacios para mantenerme al margen de la adulonería y para presentar las noticias (año 1983) diferenciándome de los que decididamente no ahorraban adjetivos calificativos muy favorables al régimen. Dos años después se dio la posibilidad de empezar a hacer un programa de radio en Cardinal FM.

    Paralelamente había iniciado una actividad en un grupo musical que proponía un discurso contrario a la dictadura con presentaciones en festivales en la capital e interior del país y que me ocasionaba una serie de inconvenientes con los responsables de las empresas donde trabajaba. Inconvenientes que se iban agudizando sobretodo en la radio, donde con canciones y textos denunciábamos nuestra postura en contra de la intolerancia y la anulación de las libertades en nuestro país.

    Ejercíamos nuestro derecho a la libertad de expresión con dificultad y con muchos dolores de cabeza para nosotros y para quienes nos habían contratado, pero lo lográbamos con permanentes negociaciones y renunciamientos, avanzando y retrocediendo, Aún así y con la abierta intolerancia de las autoridades del país en ese entonces (nos secuestraron discos, nos clausuraron varias veces el programa) continuamos defendiendo nuestro espacio, acercándole a la gente un pensamiento que pretendía la construcción de una sociedad más justa, equilibrada y con las mismas oportunidades para todos los ciudadanos.

    En ese entonces, gracias a la comunicación que teníamos en la radio, más libre de filtros (por la instantaneidad y espontaneidad) pudimos llevar adelante entrevistas y charlas con pensadores y verdaderos luchadores por la libertad. Fue así que la radio se convirtió en un espacio mucho más interesante que la televisión, por entonces más controlada y sin verdaderas oportunidades para el disenso. Pero aún así, decidí quedarme en la televisión y postergar lo que verdaderamente hubiera querido hacer, pero con la convicción, sin renunciar tampoco a mis principios, que era importante guardar un lugar, para ese momento que estaba por llegar.

    Como ya lo dije, fueron largos y difíciles años, pero no voy a olvidar lo que sucedió al día siguiente del derrocamiento de la dictadura, cuando al entrar al canal, era una de las pocas personas que no había sido borrada de la lista de los que con alguna autoridad moral podía seguir en pantalla. Y eso fue altamente gratificante, en medio de las vicisitudes, de los renunciamientos, de las postergaciones, había valido la pena ocupar ese lugar, y empezar en ese momento a pensar en la realización de tantos sueños postergados.

    Y a partir de ahí se fueron dando distintos tipos de interacción con la gente, porque era precisamente la gente la que me había privilegiado al elegirme como intermediaria para la comunicación de diferentes contenidos y cada uno de ellos con diferentes manejos y limitaciones. Yo sentía que había llegado a un lugar que me generaba sensaciones fantásticas y compromisos de enorme envergadura, pero lo había hecho de muchas maneras, con la información, con la música, desde el entretenimiento, la denuncia, la investigación, los afectos.

    La televisión y la radio significan para mí espacios propiciadores de encuentros genuinos, respetuosos, tomando conciencia de la enorme capacidad de los medios de comunicación para influir en el desarrollo de los acontecimientos y de la necesidad de que tanto los medios como sus profesionales asuman determinadas responsabilidades, entendiendo que tanto las empresas periodísticas privadas como públicas deben funcionar como un servicio público. Sin apartarnos jamás de los presupuestos constitucionales básicos de la libertad de información y de expresión.

    Y sin olvidar que el periodismo se ejerce dentro de unos medios de comunicación que tienen una estructura empresarial. Y entonces la relación entre periodistas y empresarios es uno de los problemas más importantes así como la tendencia de estos medios a convertir sus contenidos, incluida la información, en una mercancía, o a realizar un papel de jueces dictando sentencias paralelas.

    La ética periodística proporciona entonces una invalorable ayuda gracias a la cual, los errores individuales pueden ser corregidos sin poner en peligro el objetivo de la comunicación y la información libres: proveer de conocimiento al público en numerosas ocasiones a lo largo de mi experiencia en los medios se me presentaron situaciones que intuí eran responsabilidades ineludibles, de las que aún queriendo no podía escapar.

    Porque definitivamente en más de una oportunidad, no hubiera querido que algunos relatos llegaran a mí .Pero ahí estaban, seres humanos desgarrados por el dolor, el miedo, la impotencia, utilizándome como herramienta, como vehículo, para que esa información llegara a la opinión pública y como profesional satisfacer el derecho de la sociedad a recibir la mayor cantidad y calidad de información.

    He sentido la necesidad de realizar el trabajo de acuerdo a unos requisitos de honestidad intelectual fuera de toda razonable sospecha, y es ahí cuando uno debe necesariamente, más allá de tener o no establecido un código, asirse a esas normas voluntarias de conducta que señalan cuál debe ser el camino correcto en la profesión. Y esta ha sido la manera en que he tratado de conducirme a lo largo de estos intensos, fructíferos, desgastantes, pero siempre enriquecedores años en la actividad. Y se plantearon , por la diversidad y la complejidad de las temáticas abordadas, muchas dudas y en más de una oportunidad se presentaron conflictos derivados de esas pautas de conducta establecidas y que guiaban mi accionar y los intereses de la empresa periodística que muchas veces no estaban precisamente en sintonía con ese orden normativo.

    No puedo dejar de mencionar que esta situación se plantea una y mil veces. Y que muchas veces se aprovecha el interés particular de la empresa, para introducir en esa coyuntura un interés estrictamente periodístico. , también es una realidad. Pero es mucho más importante el deseo de investigar la verdad y de darla a conocer porque ahí radica uno de los fundamentos morales del periodismo libre.

    Vivimos hoy tiempos difíciles, donde la inmediatez informativa, la exclusividad y la exigencia de la difusión lo más pronto posible de las noticias motiva buena parte de los comportamientos que se sitúan al margen de la legalidad. Y en este punto quiero hacer énfasis en los esfuerzos denodados que hacemos en el canal para suministrar información y no venderla. Pero definitivamente esta es una lucha cotidiana, y quiero decirles que tengo la satisfacción de formar parte de un equipo profesional que todos los días se propone el tratamiento ético de la información porque considera a los destinatarios del trabajo como personas y no como masa. Porque, sin dejar de informar, no sacrifica la dignidad humana por puntos de rating.

    El desafío entonces es mantener siempre las ideas básicas esas que ya escribía Benjamín Harris allá por 1690, y que no han perdido vigencia: recoger y difundir las noticias con veracidad y exactitud, acudir a las fuentes, corregir los errores, buscar todas las versiones, evitar la difusión de falsos rumores, condenar las injurias y las calumnias, el plagio, la distorsión maliciosa y la aceptación de sobornos en cualquier forma por publicar o suprimir determinada información.

    La actividad periodística tiene como objetivo fundamental la misión de ofrecer a la ciudadanía información veraz, objetiva y plural, erigiéndose como un instrumento necesario, un pilar rector de una sociedad democrática. Entendiendo fundamentalmente que las normas deontológicas sólo ayudan a ordenar el ejercicio de la profesión y que las verdaderas sanciones para aquel comunicador que las infrinja son de tipo social y por lo tanto, más severas y se refieren al desprestigio y la pérdida de credibilidad.

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