Diagnóstico: estrés emocional

  • A veces los problemas internos se manifiestan en la piel. Y de la peor manera.

    Compartir:

    stress

    Nunca, en mis 27 años de vida, había ido al dermatólogo. Tuve una (milagrosa) adolescencia sin acné y preparé tragos con jugo de limón bajo el sol sin que mi piel se manchara, pero de nunca visitar dermatólogos ni alergistas, pasé a conocerlos a todos.

    Un día como cualquiera de septiembre del año pasado, me desperté como todas las mañanas para ir al trabajo y en medio del rutinario cepillado de dientes, noté que me había aparecido un sarpullido en el pecho. Pensé que era algo pasajero, elegí una blusita bien cerrada y me fui a trabajar. A lo largo del día el brote fue extendiéndose, y para la mañana siguiente ya era difícil de disimular así que fui al médico apenas pude.

    Primera parada: la cosmetóloga

    La primera amiga en notar el sarpullido me recomendó a su cosmetóloga de confianza, y allí fui. Ella me diagnosticó un “sarpullido acneiforme” y me recetó cremas y tratamientos (¡Impresionante lo cara que es la microdermoabrasión con punta de diamante!) para el acné. Un mes y medio después, mi pecho seguía lleno de ronchas y puntitos que todas las mañanas parecían saludarme espléndidos frente al espejo. La cosmetóloga se dio por vencida y me derivó a un alergista.

    Segunda visita: el alergista y la mejoría pasajera

    Con mi bolsillo y mi autoestima ya seriamente afectados, visité a este nuevo profesional. El alergista me hizo dejar de usar los preparados magistrales recetados por la cosmetóloga y me hizo comprar 2 cremas importadas y un medicamento. Dijo que ya había tenido pacientes con ese mismo sarpullido, así que cerrando los ojos para no ver cuánto iba a costarme el chiste de las cremas francesas, cerré los ojos y le entregué mi tarjeta de crédito a la farmacéutica. A los 15 días estaba mucho mejor y el doctor me dijo que continuara con el tratamiento 15 días más. Cuando se cumplió el mes estaba como nueva, ni rastros de los puntos colorados en mi pecho… Pero a los 2 días de dejar de tomar el medicamento, volví a amanecer brotada.

    La tercera no fue la vencida

    Después de mi fracaso con la cosmetóloga y el alergista llegó el momento de recurrir al primer dermatólogo. Digo “primero” porque terminé visitando cuatro. Para no aburrirlos con los detalles, resumo las hipótesis de todos los doctores que visité en el trayecto: desbalance hormonal causado por el paso de la juventud a la adultez (en síntesis, me dijo “estás vieja”), posible rechazo al maquillaje que utilizan en el canal, problemas intestinales provocados por una alimentación no adecuada (esa doctora me derivó a una nutricionista, pero seguí su dieta y nada cambió) y finalmente: estrés emocional.

    “Ahora que probaste todas las cremas y medicamentos disponibles, fuiste a alergistas, cosmetólogos, dermatólogos y nutricionistas, lo único que se me ocurre es que tengas problemas emocionales que estés somatizando de esa manera”, me dijo la última doctora. “¿Sos de llorar mucho?”, me preguntó. Le dije que no, y me respondió: “Bueno, esos granitos vendrían a ser tus lágrimas”. Qué bien.

    En síntesis, de nunca haber tenido acné pasé a vivir mi adolescencia a los 27 años: vivo maquillada tratando de disimular los barritos (siendo que el maquillaje en realidad le hace aún peor a la piel), voy por primera vez a una psicóloga para ver si en serio tengo estrés emocional, y todos los días lidio con alguna persona ñañá en Twitter que me escribe cosas como: “Salís en la tele, lo mínimo que podés hacer es cuidar esa tu cara horrible” (Gracias por tu comentario @monitxp). Para colmo me olvidé de contarles que hace un mes el brote se extendió del pecho a mi rostro; parece que el 2013 será mi año de patito feo.

    ¿Qué pretendo con este texto? Hacer catarsis, quizás. Hacerle frente a mis inseguridades… o explicarle a gente como @monitxp algo que no cabe en los 140 caracteres de Twitter.

    Compartir:

    Más notas: