Carta de una madre a sus hijos

  • Ser madre no es fácil y en ocasiones parece que además de cansador, todo el esfuerzo que se emplea en criar y sacar a los hijos hacia adelante nadie lo agradecerá, pero no es así. Seguí leyendo.

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    Ser mamá es una experiencia increíble. Como madres quizás pensamos que cuando nuestros hijos crezcan se olvidarán de todo el esfuerzo que hicimos por ellos, porque los niños olvidarán muchas de las cosas que les ocurrieron cuando fueron niños. 

    Los niños al crecer, olvidarán que te levantabas todas las noches a consolarle, también olvidarán que le cuidabas, que sacrificabas tu tiempo por ellos, que tu cuerpo nunca volvió a ser el mismo por darle la vida, que tus prioridades cambiaron desde que nacieron ellos.

    Es cierto que olvidarán muchas cosas que haces por ellos, pero al mismo tiempo quedará grabado en su corazón algo muy fuerte que te generará gran satisfacción: el vínculo afectivo que tiene contigo. Quizá no se acuerden de todo lo que has hecho por ellos, pero lo que está claro es que gracias a todo tu sacrificio el vínculo que tendrás con tus hijos será el más especial del mundo.

    Una mamá italiana explicó en un artículo esto que te estoy contando de una forma tan clara que quiero compartirlo con vos. Es una forma de explicar cómo los hijos olvidarán todo lo que haces por ellos, pero que como madres, lo volveríamos a hacer una y mil veces.

    Carta sincera de una madre

    El tiempo es un animal extraño. Se parece a un gato, hace lo que quiere. Te mira con astucia e indiferencia, se va cuando quieres que pare y permanece inmóvil incluso cuando le pides por favor que se vaya. El tiempo a veces muerde mientras ronronea o te araña mientras te besa.

    El tiempo, poco a poco, me liberará del agotador esfuerzo de tener niños pequeños. De las noches sin dormir y de los días sin descanso. De las manos regordetas que me agarran sin parar, que tiran de mí. Que se revuelven sin restricciones y sin titubeos. De un peso que ha llenado mis brazos y ha doblado mi espalda. De las voces que me llaman y no admiten demoras, esperas ni vacilaciones. El tiempo me devolverá ocio vacío del domingo por la mañana, las llamadas telefónicas sin interrupción, el privilegio y el miedo a la soledad. Facilitará, tal vez, el peso de la responsabilidad que a veces me abruma el diafragma.

    Pero el tiempo inexorablemente se enfría de nuevo en mi cama que ahora está cálida con sus cuerpos pequeños y sus rápidas respiraciones calientes. El tiempo vaciará los ojos de mis hijos que ahora rebosan de un amor poderoso y abrumador. Se llevará lejos de sus labios cuando gritan mi nombre, cantan, lloran o pronunciando cien mil veces al día. Se borrará la familiaridad de su piel con la mía, la absoluta confianza que nos hace prácticamente un solo cuerpo. Con el mismo olor con el que acostumbramos a mezclar nuestro estado de ánimo, el espacio, el aire para respirar. Llegará a separarnos en parte, la vergüenza, el juicio, el pudor. La conciencia adulta de nuestras diferencias.

    Como un río que cava la piedra en la arenisca, el tiempo pondrá en peligro la confianza absoluta que tiene hacia mi. Capaz de detener el viento y el mar en calma. Reparar lo irreparable, curar lo incurable, de resucitar entre los muertos.

    Dejarán de buscarme para pedir ayuda ya que dejarán de creer que puedo salvarles de cualquier cosa. No se detendrán para imitarme, porque no querrán parecerse demasiado a mí. No preferirán mi compañía antes que la de cualquier otra persona, y que Dios nos ayude si esto no sucede.

    Se desvanecerán las pasiones, la ira, los celos, el amor y el miedo. Se apagarán los ecos de risas y canciones, las canciones de cuna y los cuentos que una vez resonaban en la oscuridad.

    Con el tiempo, mis hijos van a encontrar que tengo muchos defectos, y, si tengo suerte, me perdonarán algunos.

    Sabio y cínico, el tiempo traerá el olvido. Se olvidarán, aunque yo no lo olvidaré jamás. Las cosquillas y los juegos. Los besos en los párpados y las lágrimas que se calmaban en mis abrazos. Los viajes y juegos, los paseos y la fiebre alta. Los bailes, las tortas, las caricias mientras dormíamos juntos.

    Mis hijos olvidarán. Se olvidarán que les he amamantado y les he acunado por horas. Que les he dado de comer y les he dado consuelo siempre que se caían. Se olvidarán que han dormido en mi pecho noche y día, que hubo un momento en que me necesitaban tanto como el aire que respiramos.

    Se olvidarán, porque eso es lo que hacen los hijos, porque eso es lo que demanda el tiempo.

    Y yo, yo voy a tener que aprender a recordar todo para ellos, con ternura y sin pesar. De forma gratuita. Mientras el tiempo, astuto e indiferente, sea amable con esta madre que no quiere olvidar.

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