Nada de risas sobre la risa

  • La risa, síntoma más corriente del humor, «la única manera de afrontar el torbellino de la vida», esa respuesta emocional que ilumina nuestro rostro una media de entre quince y veinte minutos al día, nos hace más felices, sanos e inteligentes, además de deseables y esbeltos.

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    Eso es al menos lo que asegura Scott Weems, doctor en neurociencia cognitiva por la UCLA, la prestigiosa universidad californiana con sede en Los Ángeles, en un ensayo de título tan simple y evidente como «Ja».

    Un libro, editado en español por Taurus, que ni es un manual para aprender a contar el chiste perfecto, el más gracioso, ni ayuda a que seamos más divertidos. Tan solo pretende aportar argumentos para entender algo tan serio como la risa, aquello que Nietzsche definió como «una reacción a la soledad existencial».

    El humor, y su expresión más evidente, la risa, es, según Weems, «nuestra respuesta natural a vivir en un mundo lleno de conflictos» y confusión. «Es -escribe- un proceso, no una actitud ni un comportamiento» que surge «de una batalla en nuestro cerebro entre los sentimientos y los pensamientos». Batalla que «solo se puede comprender reconociendo lo que ha provocado el conflicto».

    Muchos han sido los estudios científicos que en las últimas décadas han arrojado luz sobre ese inquilino del cerebro humano que es el humor, del que se han identificado hasta 44 tipos, positivos y negativos.

    Estudios que aportan todo tipo de conclusiones. Algunas verdaderamente curiosas, como que los chistes más divertidos tienen 103 letras, ni una más ni una menos; o que el animal más gracioso es el pato. Y que las seis y media de la tarde es la hora del día más divertida, o el día 15 el más divertido del mes.

    Más datos científicamente comprobados: a los europeos les gustan, en general, los chistes absurdos o surrealistas, mientras que los estadounidenses se ríen sobre todo con aquellos que incluyen insultos o «vagas amenazas». ¿Y cuáles son los mejores chistes?: «Los más cortos, sin grasa, sin palabras de más».

    En base a los mismos estudios, Scott Weems asegura que las mujeres ríen mucho más que los hombres, un 125 % más, si bien esa condición risueña disminuye según van pasando los años. Y otra certeza científicamente comprobada: «Las mujeres no saben contar chistes y suelen estropear el final», cuando lo hacen.

    De hombres y mujeres va también otra afirmación tajante del autor: «Si ponemos a dos mujeres en una habitación, pronto compartirán risas, pero si se mezclan los sexos, los hombres se convertirán en los payasos y las mujeres en el público».

    «Ja» analiza en sus páginas el carácter terapéutico del humor, de la risa, «un mecanismo de protección esencial. Puede -escribe el autor- que no nos garantice una vida más larga. Pero incrementa la salud psicológica y nos protege del dolor». No es tanto, pues, «una cura mágica como una forma de prevención».

    Reír con ganas, a carcajada limpia, quema calorías, como ejercicio aeróbico que es, hasta el punto de chamuscar entre 40 y 170 kilocalorías por hora. «Cien risas -dice Scott Weems- equivaldría más o menos a entre diez y quince minutos en una bicicleta estática».

    «Los estudios demuestran -insiste- que el humor beneficia a nuestra salud, nos ayuda a llevarnos mejor con los demás e, incluso, nos hace más inteligentes».

    Scott Weems, investigador también en el Centro de Estudios Avanzados del Lenguaje por la Universidad de Maryland, alerta de cómo el humor, «subversivo en sí mismo», puede aparecer hasta en momentos trágicos y tristes, como son los funerales o las guerras, en tanto en cuanto ayuda a liberar emociones.

    En un rasgo de humor del autor, Weems advierte cómo la medicina está plagada de humor hasta en sus manuales más serios. Como aquel que establece tres clases de pedos: «El deslizante, el esfínter cañón y el stacatto».

    No hay fronteras pues para el humor, clave también «no solo para elegir pareja, sino para mantener una relación saludable». «Reír juntos -alerta- es un rasgo básico del éxito marital».

    «Sin la capacidad de reír -concluye el científico estadounidense- no podríamos reaccionar ante gran parte de lo que nos ocurre». EFE

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