La diseñadora bogotana Kika Vargas fue la encargada de cerrar la XXVI Colombiamoda con un desfile rebosante de colores vivos y un aroma primaveral que unió a dos culturas tan dispares como la japonesa y la italiana.
En una pasarela de fantasía bajo el cielo de Medellín, que flotaba sobre una laguna con un mural de plantas verdosas al fondo, Vargas presentó su colección primavera-verano 2016 en la que tomó la arquitectura de las prendas de los samuráis y las geishas para armarlas con la confección de la alta costura italiana.
Un total de 43 modelos exhibieron 50 piezas, números nada usuales en esta feria, sobre las cuales no podían faltar uno de los elementos clave para entender el genio de Kika Vargas: los estampados florales.
“Cuando tengo días que no estoy tan creativa, me voy a la floristería, me voy al Parque de las Flores (en Bogotá), como que me integro otra vez a hacer floreros y eso me devuelve la creatividad”, confesó la modista a Efe.
Preocupada por encontrar el balance perfecto entre Japón e Italia, Vargas encontró su fuente de inspiración cuando viajó al país asiático de luna miel con su marido, allí vivió todo un proceso de aprendizaje e innovación que la conmovió.
“Cuando estuve en Japón me cambió algo dentro de mí y me quería meter más en la cultura de ellos”, reveló.
Estampadados naturales y florales se integran en los conjuntos de esta colección que lleva por nombre “Key West”, limitada y lanzada en alianza con la marca de ambientadores Glade.
Y es que los aromas, al igual que la música, fueron dos elementos que terminaron de crear esa atmósfera mágica que se sumó a ese lado italiano, romántico y sensual por el hecho de haber confeccionado las prendas de manera artesanal, a mano.
La paleta de Vargas, que participa por segunda vez en Colombiamoda, empezó con unos vestidos amarillos muy tibios, para pasar a un verde bosque claro y finalizar con conjuntos grises perla.
En muchos de los conjuntos abundaron los volantes, mientras que en las faldas, los pliegos samuráis fueron el elemento diferenciador, así como las casacas anudadas a la cintura.
La diferencia sustancial era que estos uniformes reinterpretados tenían la suficiente elegancia y finura como para lucirlos en una noche de gala en el mismísimo Palacio de Versalles.
Por primera vez, la diseñadora confeccionó carteras de mano en tonos parecidos a los de los vestidos que portaron las modelos, al igual que los zapatos, estos últimos con un soplo muy español.
La modista se inspiró en las sandalias menorquinas, típicas de la isla de Menorca y hechas en cuero de serpiente, como desveló a Efe la propia Vargas antes del desfile, con objeto de transformar ese objeto cotidiano en uno de lujo.
La presentación terminó con las 43 modelos sobre la pasarela triangular dando la impresión de estar en un desfile a tenor de su actitud recta, seria y disciplinada, como el trabajo de Kika Vargas. EFE