- julio 13, 2014
Una etapa de tránsito, tan crucial como complicada, que ya de por sí no necesita aderezo. En el caso de un niño adoptado la adolescencia puede hacer brotar análisis, preguntas, pensamientos y frustraciones que requieren, entre muchas otras respuestas, una gran dosis de comunicación
Es el más importante cambio que hacemos en la vida: pasar de ser niños con dependencias de adultos -con una visión, un pensamiento y el modo de percibir la realidad de un pequeño- a un camino progresivo que nos convierte en personas más mayores. El niño adoptado tiene añadida, en la mayoría de las ocasiones, la falta de piezas del puzzle, de respuestas a preguntas sobre quién es y cómo es, o de dónde viene.
“La adolescencia es el inicio de nuestra identidad que va desde nuestro aspecto físico hasta las características de nuestra personalidad, aspectos emocionales, criterios, valores, maneras de entender la vida, lo que no quiere decir que no vayamos modulando esta identidad a lo largo de la vida como adultos (no somos los mismos a los 50 que a los 25)”, asegura a Efesalud Vinyet Mirabent, directora asistencial y coordinadora del equipo de adopciones del Centro Médico Psicológico de la Fundación Vidal i Barraquer de España, con quien analizamos cómo vive la adolescencia el niño adoptado.
¿Cuales son los cambios más significativos que afronta un adolescente durante esta etapa?
En la adolescencia el cuerpo se transforma en un cuerpo de adulto donde va a tener a su disposición todas las capacidades y funciones propias de un adulto, básicamente relacionadas con la sexualidad.
Esto marca profundamente el cambio, y es uno de los más importantes; desde la aparición de los caracteres sexuales hasta el aspecto hormonal; todo ello va en paralelo y estimula un cambio en la forma del pensamiento. La capacidad intelectual también crece y se desarrolla en esta etapa. La maduración física, va acompañada por una intelectual y conlleva un proceso hacia la maduración emocional.
El adolescente accede al pensamiento abstracto y eso lleva a dos direcciones, hacia dentro y hacia fuera; dentro planteándose aspectos de él mismo, las personas y el mundo con mayor profundidad, cuestionándose aspectos éticos, valores, formas de vivir; y hacia fuera porque ese cuestionamiento lo trasmite alrededor.
¿Lo plantea en su entorno privado y público?
Sí, no solo a la familia, también al entorno escolar y social. Aparece en forma de cuestión, de poner en duda. Es muy importante rescatar el aspecto vivo que hay detrás del adolescente, porque se habla mucho de la crisis de la adolescencia, pero también la crisis implica renovación. La sociedad sin ellos se anquilosaría. El adolescente cuestiona valores de los adultos, formas de vivir y eso nos incomoda. La capacidad de los padres para encajar esa crítica puede ayudar mucho a un adolescente en su proceso de maduración.
¿Cómo encajamos esta situación en un adolescente que sabe que es adoptado?
Todo adolescente tiene que asumir un duelo, percibe que pierde cosas que le daban estabilidad. Al adolescente adoptado se le ponen en marcha duelos que tiene que ir elaborando. Su cuerpo empieza a cambiar pero cambia según su genética; en el no adoptado empieza a desarrollarse y se enfada con su nariz pero de repente ve que es la nariz del abuelo. Tiene el modelo familiar que le hace tener un sentido de pertenencia, algo que no tiene el adoptado.
El físico no le devuelve un sentido de pertenencia a la familia, le abre más interrogantes ¿a quién me parezco? Y ahí empiezan las fantasías con los padres biológicos, porque su cuerpo se transforma según su genética.
Eso abre la puerta a todos los interrogantes de los orígenes. A veces viene de otras razas, digo razas porque la etnia tiene que ver con el valores culturales, formas de vida, costumbres y ellos no las tienen. Pero su aspecto físico es de allí. Se encuentran con un problema interno y externo; no se parecen a sus padres ni a sus amigos; empieza a tomar mayor peso el soy oscuro, soy diferente, y desde fuera la sociedad que los identifica como inmigrantes.
¿Esta cuestión es un problema añadido?
Se suma mayor complejidad, porque a veces hay rechazo y mayor dolor; lo dejan dentro, se sienten lejos de los padres que les han adoptado, consideran que los padres no participan de ese problema que tienen, son de aquí y no van a poder entenderles porque no lo viven; se pueden llegar a encerrar y todo ese dolor acumulado a veces sale en forma de explosiones de agresividad mal contenidas y se convierte en situaciones conflictivas familiares.
Hay que ayudar mucho a los padres a entender , a sostener, a poner límites adecuados, pero siempre dentro de un ambiente de comprensión. Si no es así, el hijo adoptado se puede llegar a alejar mucho más.
¿Qué barreras se pueden encontrar los padres adoptivos?
La primera barrera la pueden tener ellos mismos, si no han llevado bien el motivo por el cual han adoptado, una infertilidad… El adolescente lo pone en juego, por qué me tuvisteis, por qué me vinisteis a buscar. Los no adoptados les dicen: yo no te pedí nacer, tuviste un hijo porque querías. Los adoptados pueden decir, por qué me viniste a buscar. Qué querías, ¿el biológico que no tuviste?
Luego, además de este límite interno van a necesitar dosis de flexibilidad añadida y van a necesitar haber hecho un proceso en la infancia. La adolescencia no sale de golpe; cuanta más comunicación y capacidad de comprensión y cuanta más capacidad de ponerse en el lugar del hijo hayan tenido los padres, más base tendrá la adolescencia. Ponerse en el lugar del hijo quiere decir, que yo pongo límites pero los pongo a partir de comprender bien qué necesita, qué le ayuda y donde le tengo que parar.
¿Qué le dicen los padres en la consulta? ¿Cuáles son sus planteamientos?
Llegan con sufrimiento, interrogantes, confusión. Se sienten muchas veces un poco impotentes. Necesitan del profesional, dar sentido a lo que está ocurriendo porque si no damos sentido a lo que ocurre no podemos resolver el problema, entenderlo. Y desde ahí intentamos detectar herramientas y recursos en los padres y también en el hijo. Y ponerlos de relieve. Muchas veces cuando vienen, dentro del enfrentamiento se ha puesto muy de relieve aquello en lo que chocan, pero quedan ocultas las herramientas, las capacidades. Nunca se pude arreglar una situación emocional, psicológica sin tener en cuenta las capacidades.
¿Cuál es el papel del profesional en esta situación?
Muchas veces nos toca mediar, antes de poner al chico en tratamiento para que él entienda dónde están sus conflictos. Mostrarle que detrás de la transgresión hay confusión y sufrimiento, y mostrar a los padres que detrás de esa situación hay confusión y sufrimiento del hijo, por eso hay que poner límites y el hijo respetarlos. Es una medida de protección hacia su propia confusión. Hay que llegar a ciertos acuerdos; los profesionales sabemos que esos funcionarán a veces y otras no. En ocasiones realizamos un seguimiento por una parte con los padres y por otro lado poniendo al chico en ayuda psicológica para que resuelva las inquietudes internas que le llevan al conflicto y a funcionar de forma inadecuada.
¿Cómo deben reaccionar los padres ante estos conflictos?
A veces ese conflicto estalla con agresividad y los padres deben intentar no asustarse, lo que no significa que no establezcan límites. El abandono les hace mucho daño en la adolescencia, el porqué me dejaron está ahí y juega conflictivizando muchísimo la etapa; en esta edad, es el añadido de muchos adolescentes adoptados. Cuanto más se trabaje en la infancia ese sentimiento de abandono más herramientas tienen en la adolescencia, más resiliencia han podido desarrollar. EFE/ Mariola Agujetas