La pasarela de París recreó una turbia atmósfera de castillo embrujado, con la sangrienta y fantasmagórica colección de otoño-invierno de Alta Costura de Jean Paul Gaultier, los claroscuros de las lámparas de araña de Elie Saab y las velas de Franck Sorbier.
«Morticia», «Dalia negra», «Twilight» o «True Blood» fueron los nombres que Gaultier dio a unos modelos que desfilaron al ritmo de la canción «Sweet Dreams» en su local de la rue Saint-Martin.
«Por una vez, no he trabajado mucho con el color», dijo tras el pase el modisto, que se ciñó al negro «por la oscuridad», el blanco «por la inocencia», el rojo por la «sangre» y el dorado y plateado por el halo «místico».
Los milhojas de organza, el terciopelo negro, el guipur, los contrastes cromáticos, los filamentos metálicos, las pieles e incluso los guiños explícitos al Romanticismo, por ejemplo con un redingote de hombre, fomentaron un ambiente de terror.
Las cabezas lucieron exagerados tupés con una cabellera que caía lisa en la espalda, a veces decorada con «strass», o se cubrieron con velos, como el «hiyab-joya» de cadenas doradas, que para Gaultier representaron el «lado fantasmagórico» de la colección.
Los chándales de materiales de lujo y los exagerados y rígidos vuelos de las faldas caminaron sobre el mismo escenario que unos guantes negros con uñas en cristales rojos o las medias bermellón con rejilla.
La cantante Conchita Wurst, ganadora del último concurso de Eurovisión, desfiló en este espectáculo, que abrió una mujer de edad avanzada y que llevó a escena a una Maléfica que se miraba en un bolso-espejo mientras caminaba por la pasarela.
«Me encanta diseñar alta costura», confesó Gaultier, un modisto que comenzó esta línea en 1997, vendiendo sólo dos modelos, y que ahora asegura que es una división «rentable» para la casa porque cuenta cada vez con «más clientes».
Las enormes lámparas de la pasarela de Elie Saab se encendieron y apagaron al ritmo de las notas musicales que dieron paso a una colección que se cosió en diluidos azules, platas, rosas o «nude», además de blanco y negro.
La pedrería y las perlas de los vestidos sonaron a cada paso de las modelos y los escotes en «V» dejaron al descubierto alternativamente el frente o la espalda.
Los bordados de lentejuelas y «Swarovski» dieron muestra, una vez más, de la maestría del modisto libanés, que ha sabido ganarse a la clientela y a estrellas que no dudan en vestir sus prendas para las alfombras rojas.
En esta temporada invernal prosiguió con el trabajo de degradado en el que está inmerso, por lo que fundió tres tonalidades diferentes y tiñó las flores.
Los vuelos sólidos del tul de los vestidos de cóctel contrastaron con las fluidas muselinas de los diseños de noche, en un recital que se apoyó en los arabescos vegetales y las líneas horizontales de seda y lentejuelas.
El modisto francés Franck Sorbier recreó un turbador salón de velas, rejerías, alfombras, lámparas de araña y piano de cola, por el que se pasearon prendas inspiradas en poetas como Arthur Rimbaud, Paul Verlaine o Paul Valéry.
En la penumbra, deambularon diseños en frambuesa, berenjena, ladrillo, violeta o ciruela, con fruncidos y volantes que evocaron el siglo XIX o la moda «gipsy».
Maison Martin Margiela despertó al mundo de la moda con una Alta Costura que rescata diferentes objetos y tejidos con solera para darles una nueva vida en esta exclusiva sección del lujo.
Con el modisto Raf Simons, director artístico de Dior, en primera fila, la firma presentó sus tejidos de seda con brocados que adquirió en subastas y que llegan a remontarse a 1750.
Margiela recubrió faldas y vestidos con monedas que encontró en el fondo de los cajones y en los rastros de París y Bruselas y configuró siluetas con un enorme chal en relieve con forma de bogavante. EFE