- febrero 8, 2014
El hombre vive obsesionado por el gusto carnal que puede darle la belleza de una mujer, sus instintos se despiertan y surge el depredador de las cavernas.
Que la belleza es maldición ya lo sufrió en carne propia, Blancanieves por culpa de un espejo que lejos de reflejar su rostro, solo se lo decía a su madrastra bruja para suscitar la envidia y procurar la destrucción de la princesa por causa de sus propias inseguridades. Es que la vanidad consume, y más para quien vive pendiente de ella.
Posse en Daimon nos decía que el Diablo quiere la belleza para corromper a los hombres, creo que los hombres ya corrompidos y con espíritu depredador buscan poseer la belleza y consumirla hasta extinguirla o hasta la saciedad de sus apetitos.
La desafortunada Helena fue víctima de la maldición, fue raptada por Teseo y Piritoo, los cuales se la sortearon a ver quien se la quedaba y se haría las delicias con la virginal presa; Teseo se la quedó y sin entrar en detalles el beber de ese manantial para calmar su sed y tentación acabó con su vida cuando los Dioscuros rescataron a la joven. Los pretendientes de Helena eran celosos y obsesivos con poseerla, su belleza era sobrenatural y ya de por sí suscitaba los enfrentamientos entre los hombres en celo. Se casó con Menelao, rey de Micenas, y de allí la raptó Paris, el Príncipe de Troya y se produjo una guerra de poco más de diez años que terminó con Illión y casi todos sus ciudadanos. La belleza otra vez el botín de guerra y el motivo de disputas entre dioses y hombres. ¿Puede una mujer generar tanto conflicto y tanta muerte? En realidad no, solo fue la excusa para acabar con el poder de una ciudad estado que aún no sea había doblegado ante el poder de Agamenón.
La belleza de una mujer ha provocado grandes amores platónicos, ejerce el poder de la fantasía sobre nuestra realidad, terminamos enamorados de ese goce estético que no tiene parangón. Le damos una trascendencia afectiva y sentimental, una valoración inocente e infantil a veces, por la afectividad que nace de la belleza le damos admiración y una profundidad a la imagen, nos inspira y nos hace soñar. Es así cuando uno se siente cautivado por la belleza y nace un romanticismo que idealiza y concibe a la amada perfecta más allá de toda realidad.
El hombre vive obsesionado por el gusto carnal que puede darle la belleza de una mujer, sus instintos se despiertan y surge el depredador de las cavernas, reaccionamos mágicamente cuando el instinto nos pone en alerta sobre un ser agradable a nuestros sentidos. La mujer debe enfrentarse a la búsqueda de la belleza con el fin de aumentar la valoración hacia si misma y sentirse conforme con lo que puede llegar a aparentar en el mundo de las vanidades. Cleopatra hizo caer a Julio César y a Marco Antonio, es evidente que los hombres nos trastornamos ante cualquier expresión de belleza femenina y por ello la industria y la publicidad nos intenta vender cualquier cosa por medio de este icono que motiva a nuestro principio de placer.
A veces pienso que las mujeres bellas son como gacelas en un bosque al acecho de lobos y cazadores. Están sin lugar donde esconderse. Y viendo con absoluta profundidad, todos propenden a destruir aquello que aman con pasión cuando son seducidos por la apariencia que aliena los sentidos. El desear poseer es la actitud más egoísta del ser humano, es como querer erigirse por encima de la libertad del otro, dominarlo, manipularlo y tenerlo para una satisfacción propia sin que importe de algún modo lo que determine la voluntad ajena.
Volviendo a Helena una vez muerto Paris en el combate, el Rey Priamo hace casar a la mujer con su hijo Deifobo, en realidad los hermanos del muerto estaban locamente enamorados de ella. Helena no tenía salida, su belleza era una maldición que atentaba en contra de su propia libertad y su autodeterminación como mujer en un mundo de hombres. Menelao mató a Deifobo, algunos dicen que lo mató Helena, pero perdonó este a su esposa cuando ella desnudó sus senos y contempló su hermosura. Esta vez la belleza la salvó, pero luego de la guerra, se consideraría su misma belleza causa de las peores desgracias para quién la acogiera. Helena habrá sufrido terriblemente su destino, discriminada, desterrada sin hogar, con el temor de que su hermosura engendrase una gran desgracia como siempre lo había hecho desde que Teseo la raptó para saciar sus instintos.
La mujer bella, a veces no es querida por sí misma sino por lo que aparenta, a veces es engañada por promesas falsas que son perpetradas por aquellos que desean poseerla, a veces es acosada y a veces se queda sola porque la prejuzgan vanidosa o imposible. Suscita el celo de la madrastra, la envidia de la amiga que nunca pudo ver más allá de las apariencias, la pasión desmedida de quien no entiende que detrás de ella hay un universo, un ser humano latente, pensante y lleno de sentimientos. No es una cáscara, no es una lluvia de superficialidades, no es un conjunto equilibrado de formas agradables. No es un objeto, un juguete con el cual jugar o aquello que calmará tu deseo egoísta o el hambre propia de tu inmadurez.
La belleza es una bendición, el egoísmo humano la ha vuelto una maldición, el comercio la ha envanecido, el deseo la ha destruido y aún así no se esconde ni se averguenza del concepto del mundo sobre ella, es capaz de plantarse ante nuestros ojos día a día para regalarnos una alegre visión y dibujarnos una sana sonrisa de admiración. Helena no tuvo un final feliz, terminó ahorcada, los hombres eran demasiado malvados para comprender cuan bella era.