- septiembre 17, 2013
Por Marina Valero y Gregorio del Rosario/ Efe
Discutir con alguien que rara vez admite sus errores y desprecia cualquier argumento ajeno puede llegar a ser desesperante. Las personas soberbias muchas veces se creen ‘todopoderosas’, quieren alimentar su ego a costa de los demás y suelen tener problemas en el entorno social.
“Llegó a lo más alto de su carrera y se convirtió en un estúpido arrogante”. ¿Cuántas veces hemos escuchado la misma cantinela? Políticos, deportistas, empresarios, cantantes o periodistas que un día probaron las mieles del éxito y hoy no hay quien les baje de su pedestal.
“Se convierten en personas megalómanas porque creen que han alcanzado su ideal”, explica el psicólogo clínico Guillermo Blanco, vicepresidente de Imotiva. “No son conscientes de sus propias limitaciones. Perciben una realidad distorsionada”.
Aires de suficiencia, exaltación del yo y menosprecio hacia los demás son algunos de los síntomas de la soberbia. Quien cae en sus redes a menudo dificulta la comunicación con su actitud egocéntrica. Así lo afirma la psicóloga Miriam González, sociodirectora del grupo PGD.
“Cuando no se habla sobre sus logros o éxitos no sienten interés, ni comodidad, y se distancian”.
Siempre a la defensiva
Las personas soberbias con frecuencia son susceptibles y propensas a la ira. Interpretan cualquier mínimo reproche como un ataque y no toleran nada bien la frustración.
Suelen estar a la defensiva en toda discusión: “Reaccionan ante la crítica de una manera desproporcionada, con rabia y vergüenza”, apunta González. A veces desprecian al otro por considerarle inferior a ellos, y son incapaces de hacer autocrítica.
Ese menosprecio también se demuestra en el amor y la amistad. “Una relación de calidad es casi imposible porque van buscando sumisión, acatamiento y pleitesía por la otra parte”, señala Blanco.
La falta de empatía es otro rasgo característico. “Sólo están pendientes de ellos mismos” y rara vez se preguntan cómo se puede sentir la otra persona, tal y como afirma el psicólogo. El narcisismo propio del soberbio en ocasiones crea una persona fría, prepotente y obsesionada consigo misma.
La ‘ceguera’ ante los propios defectos muchas veces nos lleva a justificar todos nuestros errores y echar balones fuera. “Yo nunca fracaso, y si lo hago es culpa de otro”.
“Yo gano, tú pierdes”
En una sociedad colectivista, el todo es más importante que cada uno de los miembros que la integran. No ocurre lo mismo en nuestro entorno. “Vivimos en una sociedad individualista que hace que tú quieras tener éxito a costa de los demás”, detalla la psicóloga.
Si no logramos ese éxito ansiado, no es extraño que aparezca la envidia. “El soberbio intenta mantener su ego a través del hundimiento emocional de los otros porque se siente amenazado”, expone Blanco.
Aunque triunfar en la vida profesional a menudo potencia la soberbia, no es un requisito imprescindible ni el único factor. “Hay personas que no han tenido retos no conseguidos en su infancia”, señala González. Los que peor llevan el fracaso son los que menos se han expuesto a él.
¿Cuáles son las consecuencias de que nos lo den todo hecho cuando somos niños y no tan niños? Baja tolerancia a la frustración, entre otros.
Relaciones sociales en peligro
¿Cómo repercuten este tipo de conductas en la vida laboral y familiar? Quien ‘sufre’ al soberbio puede llegar sentirse inútil. “En el trabajo a veces hay miedo a hablar con esa persona”. Y más si es tu jefe, quien además suele encajar en el perfil por sus destacados logros, explica González.
“Alguien con poder y aires de grandeza suele ser muy autoritario al mandar. No tiene en cuenta opiniones, críticas o sugerencias de su entorno”, añade Blanco. Si esa persona está en situación de obedecer, con frecuencia se rebela ante las normas establecidas.
Esta actitud suele deteriorar mucho las relaciones sociales. “En su interior se puede sentir muy bien, pero los que le rodean no van a querer tener contacto con él. Su soberbia es un foco de conflicto”, matiza la psicóloga.
“Estas personas al final acaban quedándose solas”, agrega Blanco. ¿Cómo hay que reaccionar cuando el soberbio es nuestra pareja, por ejemplo? “Hay que intentar buscar ese equilibrio entre el respeto y las emociones, así como forzar su empatía y plantear el problema con mano izquierda”, subraya.
González precisa que debemos ser conscientes de nuestras propias fortalezas y ver la soberbia del otro como una debilidad. “Al saber que forma parte de sus defectos, protejo mi autoestima”. En último término, es necesario valorar si nos compensa seguir cerca de esa persona. “A veces es preferible alejarse”, insiste Blanco.
Soberbia en el espejo. ¿Cómo tratarla?
Una soberbia exagerada puede traer de la mano problemas psicológicos:
Patrón de conducta tipo A: Produce riesgo cardiovascular. Los numerosos afectados por este trastorno tienen un afán desmedido por conseguir metas que se imponen ellos mismos. “Necesitan reconocimiento externo, son muy competitivos y están en un estado de alerta permanente para que no les infravaloren”, expone la psicóloga.
Trastorno de personalidad narcisista: Quienes lo padecen tienden a exagerar sus logros y capacidades, sacan provecho de los demás, tienen envidia o se creen envidiados, suelen ser arrogantes y tienen una fantasía de éxito ilimitado.
“La soberbia complica mi vida. ¿Qué hago? Lo más difícil: “Hay que ser consciente del problema. Los afectados no suelen darse cuenta a no ser que alguien en su entorno apriete mucho y les ponga contra las cuerdas”, señala Blanco.
No obstante, es difícil que otra persona se atreva a presentarles la realidad tal y como es; sobre todo porque los soberbios buscan gente sumisa y dependiente a su alrededor “para ser ellos los dueños y señores”.
Según el psicólogo, es imprescindible trabajar la empatía y aprender a recibir críticas.
“Como no supe que era imposible, lo hice”
En la mente del soberbio no existen barreras: “Se siente grandioso y cree que puede hacerlo todo, lo que le ayuda a perseguir sus objetivos”, señala González.
Aunque debemos reconocer las propias capacidades, no es conveniente exagerarlas. Hace falta desprenderse de ese halo de prepotencia que a menudo nos impide ser realistas.