- marzo 15, 2014
Son las que decidieron buscar un empleo fuera, interesadas en aumentar el ingreso familiar o por deseos de superación personal. Sin embargo, y al mismo tiempo, cumplen con el rol de amas de casa que la sociedad o su entorno les imponen.
Por Carlos Darío Torres/ Revista Vida
Quedarse en casa, encargarse de las tareas domésticas y del cuidado de los hijos no era lo que tenían como proyecto de vida. Entonces optaron por buscar su realización personal a través de carreras profesionales, solo que no sabían que esto no implicaba necesariamente que iban a dejar de ser amas de casa.
Y muchas de quienes consideraron que habían avanzado en el reconocimiento de sus legítimos derechos al obtener un empleo fuera de casa, se encontraron con una realidad que las presionaba para que también se encargaran de las labores hogareñas. Es decir, trabajo multiplicado y un avance que terminó asemejándose más a un retroceso.
¿Y cómo es esta historia? Para conocerla mejor, tres mujeres nos cuentan las suyas. Sus experiencias y testimonios tienen como punto de contacto, precisamente, el hecho de que laburar lejos de casa no descarta el trabajo doméstico.
Realidad común
Patricia Figueredo (25) está casada y es madre de Luan (2). Ingresó al mundo laboral en los primeros años de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Asunción y se desempeñó como periodista en el diario Última Hora durante cuatro años.
Su actividad profesional le insumía la mayor parte de la jornada, lo que para Patricia resultaba gratificante. Vivía con sus padres y no tenía preocupaciones mayores que las que su labor le imponía. Todo bien, hasta que decidió casarse. La nueva vida en pareja presentaba un nuevo abanico, más amplio, de obligaciones.
Adicionalmente, y para felicidad suya, pronto quedó embarazada. Enamorada de su profesión, en ese momento pensaba que podía ser madre y trabajadora sin inconvenientes. «Pero cuando nació Luan descubrí que quería estar con él la mayor parte del tiempo y que los meses de permiso no iban a ser suficientes», relata.
Lo que en principio iba a ser acompañar a su bebé durante la lactancia, se convirtió en una actividad a tiempo completo que Patricia pudo llevar adelante tras renunciar a su puesto laboral. Pero, apenas su primogénito dejó de depender de la leche materna, Patricia volvió a interesarse en encontrar alguna ocupación remunerada.
Obtuvo un contrato de cuatro meses con una remuneración que llenaba sus expectativas y volvió al ruedo laboral. Tras la finalización del vínculo profesional, Figueredo se dedicó a la artesanía y descubrió que tenía aptitudes para ser comerciante, actividades que hoy combina con el rol de ama de casa.
Patricia no se queja de su esposo, José Carlos, y asegura que, desde que comparten una vida en común, él siempre la ha acompañado en las tareas domésticas. Pero admite que lo que «se espera» de ella es que los trabajos de la casa caigan dentro de las responsabilidades de la mujer.
«Creo que pasa por una cuestión cultural. No me puedo quejar del esposo que tengo, siempre me acompañó y lava los cubiertos, barre. Pero es algo que se da por añadidura eso de que las mujeres deben ser amas de casa, aunque también trabajen afuera», admite Figueredo.
Quedarse en casa
Maryam Rodríguez (42) es un ejemplo de una mujer que tuvo una carrera profesional y la dejó para ser madre y ama de casa. Ella también optó por trabajar desde muy joven, y a los 19 años, después de dejar su natal Concepción, consiguió un puesto en una agencia de viajes. «Mi sueño era trabajar y viajar, y en la agencia pude cumplirlo», revela.
Al mismo tiempo inició una carrera universitaria para formarse en Ciencias de la Comunicación. Cuando todavía era estudiante insistió en que la aceptaran en un medio escrito, hasta que alcanzó su objetivo.
Terminada la facultad, Maryam se casó con Marcos, quien, tras graduarse en la facultad de Medicina, siguió un curso de posgrado en España. Esa fue la primera vez que nuestra entrevistada abandonó un puesto laboral para ser ama de casa a tiempo completo.
Madre de Araceli, acompañó a su esposo en su paso por Europa. Dedicarse a las tareas del hogar no le impidió volver a la facultad para seguir una maestría en Televisión. El nacimiento de Joaquín coincidió con el tiempo en el que estaba preparando la tesina, por lo que pudo dedicarle la mayor parte de su tiempo a su rol de madre, pues ya no debía cumplir un horario en la facultad.
A su vuelta al país, consiguió otro de sus objetivos: trabajar en televisión. Un canal abierto la contrató y todo marchaba en la dirección deseada, hasta que quedó de nuevo embarazada de Martín, quien sería su tercer hijo.
En ese momento se produjo el segundo corte en su actividad profesional, ya que, a la vuelta de su permiso de maternidad, le comunicaron que prescindían de sus servicios. «Fue una ayuda para animarme a dejar de trabajar», confiesa Rodríguez.
Desde entonces es la administradora del hogar, lo que incluye tener en orden las cuentas de la casa y los registros para cumplir con las obligaciones impositivas de su marido. A Maryam también le quedó tiempo para un cuarto vástago, Benjamín.
Hoy, con el menor de sus hijos ya en edad preescolar, Rodríguez sigue considerando que su mejor inversión es quedarse en casa y estar cerca de sus niños, siguiendo su formación y crecimiento a corta distancia.
«Siempre, en el fondo, está la intención de volver a trabajar, pero también veo los beneficios de haberme quedado en casa con los chicos. Y aunque digo que voy a volver, me acobardan los horarios laborales, que son muy extensos», confiesa. Ella ya hizo su elección, y su lugar de trabajo hoy es su propia casa.
Un caso distinto y también común
Zulma Velazco (45) es ama de casa, pero no por opción. Mamá de Denis, Giuliana, Rodrigo y Javier, debió postergar sus planes de estudiar y convertirse en docente cuando se casó y tuvo que quedarse en casa para encargarse de los trabajos domésticos y de la crianza de sus niños.
Al contrario de Maryam, Zulma asegura que no disfruta de su rol de ama de casa y reconoce que «haría lo que sea por conseguir un empleo, para tener un ingreso adicional para la familia. Me gustaría trabajar también afuera».
Pero le gustaría hacerlo en alguna actividad que le deje tiempo también para cuidar a los chicos. «No es solo por conseguir más plata que quiero salir de mi casa, también quiero conocer gente, tener nuevas experiencias», afirma.
Ella sabe que aun trabajando fuera de su casa, no podrá dejar de hacer lo que viene llevando a cabo desde pequeña. «En ese caso tendría que organizarme, porque mi rol siempre fue el de ama de casa», señala.
Presión social
En Paraguay, el panorama parece ser el mismo para las mujeres que han elegido trabajar fuera de sus domicilios: igual se espera de ellas que dediquen el tiempo que están fuera de su ámbito laboral a cumplir con tareas asociadas al rol de ama de casa que la sociedad les impuso.
La investigadora social Clyde Soto destaca en primer lugar que las labores domésticas son imprescindibles para todas las personas y también para la sociedad. «Se trata del trabajo de sostenimiento básico de los seres humanos (comida, alimento, higiene, acondicionamiento de vestimenta y parte del cuidado que otras personas requieren), sin el cual nada de lo demás es posible», afirma.
Soto explica que «de manera habitual, nuestra sociedad aún sigue asignando a las mujeres la realización de estas tareas a través de un mecanismo naturalizado de división sexual del trabajo, que a la par libera a los hombres de su ejecución, bajo la suposición de que cumplirán el rol de proveedores de las necesidades familiares, incluidas las de las mujeres ocupadas en estos menesteres».
Sin embargo, advierte, los supuestos del modelo no responden a la realidad mayoritaria de los hogares, donde las mujeres también realizan trabajos remunerados o independientes que generan ingresos monetarios ─sea por necesidad, por ausencia o insuficiencia del aporte masculino, por deseos de realización o por autonomía─, pero siguen ocupándose de manera exclusiva, o al menos preferencial, de las tareas domésticas.
«El modelo deviene así en una situación de alta injusticia, ya que sobrecarga de trabajo a las mujeres, les impide una dedicación plena a la vida laboral y limita su disfrute de tiempo libre, de ocio o dedicación a otros intereses, como, por ejemplo, la política», afirma la experta.
En una sociedad con alta desigualdad de clase, sostiene Soto, en los hogares más pudientes suele trasladarse ese trabajo a empleadas domésticas bajo condiciones de discriminación: en Paraguay es un tipo de labor discriminada en el propio Código Laboral, situación que a la vez se fundamenta en la asignación naturalizada del trabajo doméstico a las mujeres, en su invisibilidad como trabajo y en su desvalorización.
«Es imperioso que el contrato implícito subyacente a esta situación cambie de manera radical, si se quiere construir justicia social en el Paraguay. Y este cambio depende tanto de las negociaciones personales e intrahogareñas como de la legislación y las políticas públicas», aclara.
La tarea no es sencilla, porque involucra la superación de barreras culturales que hoy tornan aceptable a una situación injusta, Y, se sabe, este tipo de cambios es el más difícil de realizar. Por ahora, en Paraguay, ellas siguen siendo, obligadamente, mujeres todoterreno.
Fotos: Javier Valdez.