La historia de la pintura y de la moda caminaron hoy sobre la pasarela de Christian Dior, en la Semana de la Alta Costura de París, con una colección de otoño-invierno de Raf Simons que se ambientó en «El jardín de las delicias».
«La inspiración original de la colección surge de los maestros flamencos y de su visión de la pintura», explicó el modisto belga en un comunicado que se entregó al público asistente al desfile, en el que también precisaba que le atraía explorar «esta tensión entre un lujo que se critica y que se anhela al mismo tiempo».
En un efímero espacio construido en los jardines del Museo Rodin, el director artístico de Dior imploró la obra de El Bosco para trabajar el enfrentamiento de la pureza y la inocencia con la opulencia y la decadencia.
De esta manera, hizo caminar sobre un césped artificial violeta, entre supuestas piezas de fruta, a modelos ataviadas con holgados y ligeros vestidos-túnica en muselina blanca de seda que excedieron la sencillez al combinarlas con lujosas aspiraciones.
Al bordar con plumas los puños de estas prendas o al cubrirlas con abrigos de cachemir y pieles, Simons reflejó esta oposición deudora de conceptos propios del cristianismo.
«Me intrigaba la idea del fruto prohibido», detalló el modisto, quien se preguntaba cuál sería el significado actual de esta idea que el arte ha retratado a lo largo de su historia.
En este proceso a través de los siglos y del pincel, Dior recuperó la capa de la Baja Edad Media para convertirla en abrigo largo que, sin cierre en el frente, se tiene que sujetar con una mano para que no entre el frío.
Este modelo inicial, que declinó en medievales azul cobalto o burdeos, se fue definiendo, como si los siglos hubieran pasado por él, para confluir en una prenda más estructurada y ajustada.
La casa francesa también forjó una actualizada cota de malla para la mujer. Así, arandelas engarzadas con pedrería recubrieron los corpiños y cayeron como una joya por encima del vestido.
No fueron las únicas piezas metálicas de la colección, puesto que Dior también incorporó eslabones de cadenas doradas para unir la parte delantera y trasera de los vestidos que dejaban los costados completamente descubiertos.
Simons no quiso pasar el impresionismo por alto en esta travesía por el lienzo y, no sólo construyó la sala con paneles puntillistas, sino que también pintó a mano los vestidos y llegó a crear ese mismo efecto con pequeñas plumas.
Las mangas fueron el campo de experimentación de Simons y ello se vio en las diferentes maneras de ensancharlas a la altura de la muñeca o de los hombres y en el juego con una doble capa en el antebrazo.
Sin embargo, los modelos más originales fueron los de un abrigo de neopreno rosa o de cachemir caqui oscuro que contaron con una única manga de pelo que se abrió progresivamente.
En la primera fila del desfile, las actrices Lupita Nyong’o, Emily Blunt o Chiara Mastroianni descubrieron cómo el futuro llegaba con un calzado de plataformas recubiertas de lentejuelas.
Unas sandalias romanas conceptuales, con sólo tres tiras horizontales y una vertical en el frente, fueron la apuesta para la temporada de frío, en la que Dior también quiere que haya pantalones anchos de pana.
Esta segunda jornada de la Alta Costura, que abrió con la primera colección del diseñador Bertrand Guyon para Schiaparelli, también acogió las propuestas de Giambattista Valli, Ralph & Russo, Dice Kayek y Serkan Cura. EFE