Los tatuajes, símbolo en la actualidad de una declaración estética individual, conservan en las culturas polinesias el sentido ritual tradicional, mucho tiempo después de que los exploradores del siglo XVIII los importaran a Europa.
El vocablo samoano «tatau», del que descienden tatuaje y «tatoo», fue registrado por primera vez en 1771 por Joseph Banks, cuando formaba parte de una expedición por el Pacífico del explorador británico James Cook, explicó a Efe el economista y antropólogo australiano-uruguayo Eduardo de la Fuente.
Aunque varias sociedades tradicionales como India y Japón practicaban los grabados en el cuerpo, los tatuajes que realmente impactaron a los «occidentales» fueron aquellos que los exploradores descubrieron entre los polinesios.
«Moby Dick» (1851), de Herman Melville, representa un buen ejemplo de la fascinación que despertaron a través del personaje Qeeunqueg, el hijo del jefe de una tribu del Pacífico con el cuerpo cubierto de símbolos y que sorprende a sus compañeros de aventuras con relatos sobre caníbales.
Entonces, la práctica era vista como algo exótico y primitivo a través del prisma del pensamiento cristiano imperante, que contemplaba el cuerpo como un tabú.
Tuvieron que pasar varias décadas hasta que, en el siglo XX, se incorporaron en las formas de expresión de ciertos grupos sociales, como los marineros o los prisioneros.
Según De la Fuente, experto en Creatividad e Innovación de la Universidad James Cook y quien publicará a finales de año un libro sobre estética moderna de la vida cotidiana, el tatuaje en Occidente debió esperar a la década de 1960 para verse aceptado por sectores más amplios de la población y a ser apreciado como un signo de distinción.
El apogeo comenzó en los noventa con la llamada Generación Y (nacidos entre 1981 y 2000), que se convirtió en la principal consumidora de la cultura popular y que convirtió la práctica en una declaración personal estética, como si los cuerpos fuesen obras de arte.
Los tradicionales corazones atravesados por una flecha, las rosas y las anclas como el personaje Popeye dieron paso a mensajes como «No regrets» (Sin remordimientos) o símbolos antiguos, celtas o góticos, que, antes que una tendencia o moda, surgen como una declaración filosófica personal.
Basta ver a las famosas contemporáneas, como la cantante Lady Gaga o Ricky Martin, la actriz Angelina Jolie o los futbolistas Lionel Messi y Sergio Ramos, entre otros.
«En las sociedades tradicionales tener tatuajes tenía un sentido de pertenencia y era un símbolo de homogeneización. Ahora los tatuajes representan el gusto del individuo y el tipo de personaje que quiere encarnar y un acto de consumo», acotó De la Fuente.
Aun así y a pesar del tiempo que ha pasado desde las primeras expresiones con estos diseños corporales, «todavía hay continuidad con las culturas tradicionales porque tatuarse el cuerpo supone un rito de paso» de una etapa de la vida a otra, añadió el experto.
«Mientras los consumidores y las culturas inspiradas en la juventud están muy lejos de los valores de las sociedades polinesias con las que se encontró el capitán Cook, el colocarse un tatuaje requiere una decisión estética con un fuerte componente ritual o existencial», afirmó De la Fuente.
Estudios realizados en Australia, como la consultora McCrindle y el Consejo Nacional Sanitario y de Investigación Médica revelan que uno de cuatro jóvenes de la Generación Y tiene tatuajes, una estética que prolifera especialmente entre las féminas.
En el caso de las mujeres el tatuaje es más sutil y en muchos casos juega con la percepción de sensualidad o feminidad, opinó De la Fuente al recordar los tatuajes que se hizo la cantante Rihanna detrás del cuello y que solo se muestran con el cabello recogido.
El otro lado de la moneda es que una de cada tres personas tatuadas se arrepiente, y de estas una de cada siete se lo quita, de acuerdo al estudio de McCrindle, actitud que se contradice con las inscripciones «No regrets». EFE