¿Quién no ha sentido alguna vez la fuerza de la frustración, los celos, la culpa, la vergüenza, la angustia o la ansiedad? Un conjunto de emociones que pueden volverse tóxicas y hacernos perder el control, aprender a detectarlas es el primer paso para sanarlas.
Si hace unas semanas comprendimos cómo librarnos de la gente tóxica de la mano del psicólogo y escritor Bernardo Stamateas, ahora nos detenemos en la nocividad de nuestras emociones a través de “Emociones tóxicas”(Ed. Ediciones B), una guía que recoge las claves para impedir que el daño emocional nos bloquee.
“Todas las emociones tienen una función adaptativa, es decir, nos transmiten un mensaje”, explica el especialista, quien precisa que la manera en que las administramos va a determinar si son tóxicas o no.
Según Stamateas, hay dos vías extremas de gestionar la emocionalidad:
El estilo encapsulador. Reprimir las emociones. No se expresan, lo que provoca que la persona explote por dentro.
El estilo explosivo. La idea de que expresar todo lo que sentimos nos mantendrá libres de enfermedad está muy extendida pero nada más lejos de la realidad.
El autor sostiene que las personas que aseguran “decir siempre todo” son afectivamente inmaduras y advierte que este comportamiento se torna tóxico porque no controlar las emociones “provoca una catarsis permanente, lo cual termina llevando a la enfermedad”.
“El estrés es la forma emocional de todas las enfermedades”, acrecienta las que están y hace aparecer las que no, afirma.
Cuando la emoción se vuelve nociva
Frustración. “Estar frustrados nos permite hacer nuevos descubrimientos”, la clave consiste en tolerar la frustración, es decir, tener la fortaleza para aceptar que hay cosas que voy a tener en la vida y otras que no. Para impedir que se vuelva dañina, aconseja esperar que se produzca, focalizarla y combinarla con esfuerzo porque así se convierte en éxito.
Celos. Se trata de un miedo a perder que siempre es tóxico, afirma Stamateas, quien indica que el celoso se engaña al pensar que el control sobre otros mejorará su autoestima. En el caso de la parejas, recomienda aceptar que “todos somos deseados y deseantes” y recuerda que la libertad y la decisión son claves en el amor. Además, aconseja basarse en hechos y no en interpretaciones así como compartirlo con el otro.
Culpa. “Es una deuda imaginaria que se paga con dolor”, si es fruto de un error real es terapéutica y reparadora, pero si nos sentimos culpables y no hemos hecho nada malo es tóxica. Gestionar la culpa de forma madura pasa por aprender del error cometido y corregir la conducta.
Vergüenza. “Mientras que la culpa emerge porque hice algo malo, en la vergüenza yo soy malo”. Nace al pensar que tenemos un defecto que si otros detectan, caerán en la cuenta que no valgo. “Puede provocar desde timidez hasta fobia social”, advierte Stamateas, quien indica que para evitar su toxicidad debemos “perder la fantasía de que cometer un error me hace ser un error” y verlo como una oportunidad que nos permite crecer.
Angustia. El autor la describe como “una sensación de estrechez en el pecho” resultado de la falta de alternativas y la impotencia ante una situación. Para disminuirla no debemos pensar en por qué nos ha sucedido algo sino qué hacer frente a ello y construir alternativas.
Ansiedad. Se trata de “una cadena de preocupaciones exageradas y persistentes por uno o varios temas”, apunta el psicólogo, quien precisa que esta emoción no es mala porque es una fuerza. Se convertirá en tóxica si nos bloquea y hace que veamos una única opción en lugar de activarnos para que evaluemos y escojamos las que más nos convienen.
Rechazo. “Es la sensación de que no valgo para otro”, apunta Stamateas. Merma la autoestima de la persona, implica frustración y rechazo hacia los demás para evitar ser rechazado de nuevo. Puede derivar en dos conductas nocivas:
Sentimiento de omnipotencia frente al otro: a la persona no le importa la opinión de nadie.
Suplicante: aquel que quiere agradar a todo el mundo y “busca limosna afectiva para sanar ese rechazo”.
Para combatir el rechazo tóxico, el especialista aconseja centrarse “en el ser, yo valgo por quien soy y no por lo que hago o tengo”; hacer hincapié en las fortalezas y no en las debilidades; y arriesgarse, “la mayor parte de nuestros arrepentimientos son por cosas que no hicimos”.
Herramientas para controlar las emociones
“La emoción y el pensamiento son las dos caras de una misma moneda”, sostiene Stamateas. Así, las emociones nos hacen pensar de determinada manera y a su vez, esto activa determinadas emociones. El especialista subraya que para tener un buen manejo de ellas debemos:
Tomar contacto con lo que sentimos. Las emociones son una “fuente de sabiduría” y no debemos reprimirlas.
Convertirlas en un instrumento para pensar mejor y no para decidir. Saber qué me conviene hacer en una situación particular es inteligencia emocional, así como tener la capacidad de pensar en las mejores alternativas, palabras y actitudes que me ayuden a llegar a un objetivo positivo.