Con paneles de brocados, asimetrías de lana y pieles sin pieles, la diseñadora Stella McCartney abrió la séptima jornada de la Semana de la Moda de París, en la que debutó Nadège Vanhee-Cybulski con su colección prêt-à-porter otoño-invierno para Hermès.
En los salones de la Ópera Garnier, McCartney lanzó varias claves para la temporada, desde la deconstrucción, que resultó en líneas rectas, hasta la defensa de ondas, por ejemplo, en siluetas con escotes corazón.
Una de las constantes que mejor navegaron sobre la pasarela fue la de elevar -y marcar- la cintura, para centrar la atención en la parte inferior del cuerpo.
Esto permitió que los holgados pantalones de corte zanahoria -que se van estrechando hacia el tobillo- subieran con sus pliegues casi hasta el pecho para que un cinturón los sujetara sobre un «top».
McCartney también cortó modelos de campana, que apuntó con una vuelta cuando fueron largos o con «godets» (piezas de tela que se añaden para dar más vuelo) cuando quedaron pesqueros sobre los botines.
La lana, entre la que se encontraba merino ecológico de Patagonia, tejió una parte de la colección y tuvo su momento estelar en largos jerséis de una sola manga, que atravesaban diagonalmente el cuerpo como un vestido desigual.
El abanico de tejidos ingleses se yuxtapuso en patrones de diferentes grises e introdujo el contraste con los brillos metalizados de los brocados de flores y los jacquards en lamé de seda.
Unos voluminosos abrigos de Yeti, con gorro a juego incluido, simularon el pelo de los animales, sin por ello recurrir a él, en sintonía con el compromiso de la británica con la moda sostenible.
El padre de la diseñadora, el Beatle Paul McCartney, presenció el desfile desde una primera fila a la que también estaba invitado el actor estadounidense Woody Harrelson, conocido por su papel en la serie «Cheers», entre otros.
Otra mujer, la francesa Nadège Vanhee-Cybulski, congregó a la industria de la moda en torno a su primera colección como directora artística de Hermès, firma a la que llega procedente de The Row -marca de las gemelas Olsen- y anteriormente de Céline y Maison Martin Margiela.
La diseñadora recortó una silueta accesible, y relativamente clásica, que dejó lugar a pocas estridencias. Los cuellos fueron el mejor lugar de experimentación, puesto que se abrocharon altos con un cinturón o, como si fueran los de una camisa, se recortaron en cuero sobre una cazadora o un abrigo.
Vanhee-Cybulski, quien sigue los pasos de Christophe Lemaire, Jean Paul Gaultier o su antiguo jefe Martin Margiela, confeccionó finos jerséis de pieles, construyó faldas por debajo de la rodilla y desarrolló arabescos geométricos.
Su bolso octogonal, declinado en diferentes tamaños, colores y texturas, fue el principal accesorio de Hermès, junto con los echarpes en dos tonalidades.
El inagotable color negro fue recuperado hoy por la belga de ascendencia portuguesa Véronique Branquinho, para su «ejercicio entre la tradición y la modernidad», que terminó con la ligereza de los tonos pastel.
En el decadente y estimulante marco de un palacete en ruinas en las cercanías de la Ópera, la creadora respiró el Romanticismo de Emily Brontë, cuyos versos cosió en jerséis de punto, e intentó disociar materiales de sus connotaciones clásicas.
«He combinado el tweed con tejidos más técnicos», con el objetivo de que fuera más ligero, explicó a Efe después de su sinfonía de largas faldas con vuelo.
Los plisados y los jerséis de motivos geométricos se fueron incorporando a esta carrera inaugurada por un riguroso vestido de cuero negro, que continuó con pecheras decoradas y coronadas con un lazo, para terminar en fluidos conjuntos.
Los detalles albergaron toda la originalidad de la colección de Giambattista Valli: desde las mareas de lentejuelas, a las hojas y flores que brotaron como guipur o como bordado en relieve, pasando por las botas altas de cordones y sin lengüeta. EFE