Las emblemáticas piscinas Molitor de París, icono de la arquitectura «art déco» y conocidas por ser el escenario elegido para presentar el primer bikini, renacen veinticinco años después de haber cerrado sus puertas.
Situado en un barrio acomodado de la capital francesa, a pocos metros del estadio de Roland Garros, este equipamiento deportivo fue proyectado en 1929 por Lucien Pollet y desde 1990 es considerado como un edificio histórico.
Desde su inauguración, con la presencia del nadador olímpico Johnny Weissmuller, popular por haber interpretado a Tarzán en la gran pantalla, Molitor demostró que era mucho más que dos piscinas -una cubierta y otra al aire libre.
Además de ser un punto de encuentro en la vida social «de generaciones de parisinos que le tienen mucho apego», explica a Efe su director general, Vincent Mézard, estas instalaciones han acogido exposiciones y desfiles de moda.
Uno de los más recordados es de 1946, cuando Louis Réard presentó el primer bikini, que lució una bailarina del Casino de París porque el resto de modelos se negaron a llevar ese traje de baño de dos piezas.
Después de su clausura tras el cese del contrato de explotación, el arte urbano se apoderó de este espacio, que quedó llenó de graffitis y fue el epicentro de fiestas «underground», algo que para Mézard demuestra que Molitor «ha estado siempre abierto a las comunidades creativas».
Y para mantener esta tradición, a partir de julio albergará también diversas exhibiciones, tanto en una sala específica como en las antiguas cabinas para cambiarse que rodean la piscina cubierta.
Con 33 metros de largo, esta piscina es, junto con la del aire libre, de 46 metros de largo y agua climatizada, uno de los dos pilares de Molitor, que cuenta también con un gimnasio, un restaurante, un spa y un hotel de 124 habitaciones.
«En las zonas que ya existían en 1929, como las piscinas y el restaurante, hemos optado por conservar la mayoría de los elementos» para preservar su esencia, cuenta el director del establecimiento.
Los mosaicos del suelo, las vidrieras de colores con temática deportiva del restaurante y la combinación de mostaza y añil en las paredes de la piscina se han restaurado.
En cambio, en los espacios nuevos, como el hotel, la apuesta es por una arquitectura contemporánea «muy marcada y que puede sorprender» con el sello de Jacques Rougerie, Alain-Charles Perrot y Alain Derbesse.
Esta fusión entre historia y modernidad está abierta tanto a turistas que quieran pasar una noche en una de sus habitaciones, por entre 350 y 450 euros, o para los socios del club, que deben pagar una cuota de entrada de 1.200 euros y un abono anual de 3.300 euros.
«Es el medio de garantizar la calidad de las prestaciones a nuestros clientes», justifica Mézard sobre los elevados precios de este equipamiento de titularidad municipal y gestión privada desde su origen, aunque habrá también grupos de escolares de la zona que acudirán a la piscina tres mañanas a la semana.
Sus vecinos llevan años impulsando su preservación a través de la asociación SOS Piscines Molitor, que luchó primero para conseguir su consideración como edificio histórico y luego para lograr su reapertura, y que ahora ve «problemáticas» unas tarifas de entrada prohibitivas para muchos.
Incluso el antiguo ministro de Cultura Jack Lang ha criticado su «mercantilización» y ha argumentado que, aunque no está en contra de la presencia de capital privado, Molitor «tendría que abrirse a un público amplio».
Pero esta oposición no ha evitado que, tras dos años y medio de obras, el lujo vuelva a dominar el espacio, desde el sofisticado interiorismo y las cuidadas instalaciones deportivas hasta la cocina del multiestrellado Yannick Alleno, al mando de los fogones del restaurante. EFE