No sé si a vos te pasa lo mismo, pero ahora que apenas faltan unos días para las elecciones, andamos unos caminos donde la única certeza que tenemos es la de la permanente sospecha.
Vivimos de hecho la cultura de la sospecha. Y creo que si en este momento intentáramos encontrar personas en el ejercicio de la actividad pública, que no estén contaminadas y en las que podamos seguir creyendo y confiando, nos sobrarían los dedos de las manos para contarlas.
La oferta electoral es de lo menos atractiva de las últimas décadas, no sobresalen ni por las propuestas, ni por las posturas y menos por sus virtudes. Por lo único que llaman la atención, es por las acusaciones que se lanzan y por las que cargan encima, y por los pecados propios o ajenos, que los mantienen atados de pies y manos, dejándonos la sensación de que una vez que sean poder, sólo podrán ocuparse de pagar caras facturas, que no tienen precisamente que ver con las necesidades de la gente.
Discursos beligerantes y acusaciones de todo tipo que incluyen teorías de conspiración, supuestos vínculos con el narcotráfico, el lavado de dinero y el contrabando. Además de presuntas irregularidades en la administración de los recursos del estado y de transacciones que tienen un feroz olor a negociado.
Decía hace pocos días Renate Weber, jefa de la misión de observación electoral de la Unión Europea -la delegación más grande que acompaña el proceso electoral paraguayo- que en América Latina las acusaciones relacionadas con el narcotráfico, son al mismo tiempo horribles pero “normales”, mientras que si esto sucediera en cualquier país europeo implicaría que la fiscalía abra una investigación y envíe a Juicio Político a alguien. Pero en Opareilandia, como le escuché decir al amigo Mike Silvero, nos quedamos en el mero plano de la sospecha, resignados a vivir en esta frustrante y permanente paradoja.
Sí, es esta cultura del oparei, donde no importa la conducta , la coherencia, la sensatez, la previsibilidad, la madurez emocional, la profundidad de las propuestas, sino solo las cantidades inmensas de dinero para seguir cimentando la cultura del prebendarismo, que alimenta a su vez una amnesia colectiva que nos condena al atraso y la mediocridad.
Yo quiero un país con hombres y mujeres liberados de esos atavismos históricos alimentados por los vicios de corruptos apátridas que solo buscan satisfacer sus apetitos personales.
Ojalá que los que hoy se llenan la boca para lanzar acusaciones de todo tipo, vengan del sector que vengan, continúen igualmente interesados en encontrar la verdad sobre estos escabrosos temas y acompañen procesos que nos ayuden a esclarecerlos.
Tendremos que esperar hasta el 21 de abril o hasta unos días después para saber cuáles eran las verdaderas intenciones de todo este festival de misiles.
Mientras tanto la sensación es que una vez más, los ciudadanos asistimos pasivamente y esa es nuestra gran responsabilidad a la repartija de un botín que definitivamente es muy suculento, a juzgar por el derroche de dinero expuesto ante nuestros ojos sin mayores explicaciones.
Espero que llegue el 21 de abril a ver si al menos empiezan a caer algunas máscaras y quedan en evidencia las verdaderas intenciones.
La invitación de los políticos, salvo honrosas excepciones, es a tragarnos sapos y culebras. Y lo vamos a tener que hacer, si como sociedad comprometida no nos organizamos y fortalecemos para lograr que ésta, no solo sea una democracia electoral con amnesia, sino una verdadera democracia participativa y plural, donde podamos poner las cosas en el verdadero y necesario lugar.