Hasta hoy existen mujeres que por evitar la confrontación por miedo a ser abandonadas, se ven disminuidas, al conformarse, ceder y encontrar primero una pareja, antes que encontrarse a sí mismas, con una sonriente impasibilidad.
Siempre me incomodan un poco ciertos manifiestos femeninos que ubican a las mujeres en una suerte de sitial casi divino, por el único “mérito” de su género.
“Todas las mujeres merecemos ser tratadas como reinas” publicó en Facebook hace poco una persona menor de 30 años.
Los comentarios, de manera ferviente apoyaban la afirmación con hurras como “Ciertooooo”.
Otras chicas, sin pretensión alguna de sutileza, etiquetaban en el comentario a novios o esposos, como recordatorio de su condición de realeza.
Tal despliegue de autoapreciación femenina me recordó una campaña publicitaria lanzada hace poco, por la Mercy Academy, una escuela que buscaba inspirar a las mujeres a prepararse para un mundo competitivo, en el que debían aprender a ser exitosas e independientes, mediante el estudio.
El eslogan era “You are not a princess” (no sos una princesa), acompañado inteligentemente por la imagen de un zapato de cristal, como el de la Cenicienta que enamoró a millones de mujeres alrededor del mundo.
La línea gráfica continuaba con mensajes contundentes: “No esperes por un príncipe. Sé capaz de rescatarte a vos misma”. “La vida no es un cuento de hadas. Tu historia es hermosamente original”.
Para mí, era la primera vez en mucho tiempo que veía algo parecido, palabras sin ambages que rompían con el estereotipo de la mujer débil, dependiente emocional, que deja en las manos de un hombre la responsabilidad de hacerla feliz.
A lo largo de la historia, verdaderas heroínas consiguieron reivindicar derechos que en el pasado habían sido pisoteados por sociedades opresoras.
En esa reivindicación, muchas mujeres que hoy se precian de modernas, exhiben sin contemplaciones en sus actitudes y palabras, vestigios de un machismo que no muere.
Estas manifestaciones, a veces, pasan penosamente desapercibidas o son abiertamente aceptadas y celebradas por otras mujeres. Está muy entrañado el sentido convencional de pensar que merecemos algo especial, por el solo hecho de haber nacido con cromosomas XX.
No quisiera ser malinterpretada. La gentileza, el romanticismo, el trato creativo y delicado deberían ser costumbres atemporales, no exclusivas de las películas románticas y los poemas. Sin embargo hay principios que para este entonces deben ser ya considerados obsoletos.
Mujeres trabajadoras de mi generación (tengo 28 años) hoy todavía se ofenden si por si acaso un hombre le extendiera la cuenta para pagar la mitad en un restaurant; y consideran “de poco preciarse” tomar la iniciativa.
Cuando viajan o van al supermercado, por ejemplo, asumen que por su género “tan débil y delicado” no deben cargar con bolsas, porque para eso hay un hombre fuerte y amable que se hará cargo.
Incontables veces vi la manera en la que las expectativas femeninas se volvían un acertijo, en el que las mujeres por no decir lo que quieren, no obtienen lo que merecen. Juegan a callar y esperar.
Trasgresora y original, Virginia Woolf escribió alguna vez «Las mujeres han vivido todos estos siglos como esposas, con el poder mágico y delicioso de reflejar la figura del hombre, el doble de su tamaño natural”.
Hasta hoy existen mujeres que por evitar la confrontación por miedo a ser abandonadas, se ven disminuidas, al conformarse, ceder y encontrar primero una pareja, antes que encontrarse a sí mismas, con una sonriente impasibilidad.
Son esas mismas mujeres las que a menudo justifican la promiscuidad masculina con el argumento de “los hombres son así”, al tiempo que condenan a las de su género si acaso tuvieran el mismo comportamiento.
En los medios de comunicación el machismo se perpetúa de mil maneras, una de las más comunes es la publicación de “noticias positivas” con el titular de “Una mujer es la nueva directora de X Organización”. Nunca es noticia “Un hombre es director”. Todas se alegran. No leen entre líneas.
Todas estas y muchas más son situaciones tan cotidianas las cuales hacen pensar que incluso hasta hoy, pensar y actuar diferente sigue siendo un gran acto de rebeldía. Y que bajarse del trono imaginario para muchas no es una posibilidad.