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Hubert de Givenchy, el último «couturier» vivo, se instala en el Museo Thyssen Bornemisza con el objetivo de demostrar que lamoda, que no «las modas», forma parte de la cultura; y para tan espinoso cometido, entabla una conversación entre un centenar de sus prendas y los fondos de la pinacoteca.

 
             
             
             
             
             
            