Laura, una chica que domina su anorexia

  • Con su uniforme de colegiala y una sonrisa que se apodera de la consulta médica, le dice a todas las chicas que esta enfermedad es un verdadero horror y que la vida es superdivertida y maravillosa cuando se regresa a la normalidad: “No te reconoces a ti misma de lo bien que te encuentras”

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    Dos mañanas de trabajo con el doctor José Casas Rivero en la Unidad de Adolescencia del Hospital Universitario La Paz en España y la agencia EFE ha podido comprobar varios datos: más del 90% de los expedientes por trastornos de la conducta alimentaria tienen nombre de mujer y más de un 70% de ellos se archivan con la nota de “curada” después de varios años de duro y angustioso tratamiento médico y psicológico.

     

     

    Dos pediatras y una psicóloga clínica se ocupan de todo el proceso de recuperación de los 60 adolescentes que a día de hoy se tratan en La Paz por anorexia, bulimia, trastornos por atracón, obesidad y vigorexia. Representan el 15% del total de pacientes. El resto sufren patologías de déficit de atención e hiperactividad, trastorno del ánimo, somatizaciones y patologías como la fatiga, los vómitos y el acoso escolar .

    Las chicas y los chicos, que suelen tener una edad entre 14 y 21 años, también tienen apellidos y ahí está el penúltimo eslabón de la cadena, los padres, los grandes sufridores de esta pena junto a sus hijas. El último, la sociedad con su estilo de vida enfocado hacia el ideal de belleza y la competitividad.
    Ansiedad y aspecto físico

    Cada semana se atiende a una o dos nuevas pacientes y todas entran en la consulta “enfadadas y aterrorizadas” porque sus padres o el médico de cabecera las han descubierto, como le sucedió a Laura. Un mal día, y sin saber por qué, dejó de comer lo suficiente. Las raciones eran cada vez más escasas y después de las comidas lo habitual era gritarle al inodoro a escondidas. Hasta que la delgadez se la comió a ella.

    En la mayor parte de los casos, la nutrición ronda las 500 calorías diarias “y gracias”. Suelen pesar alrededor de 37 kilos y su corazón funciona a 45 pulsaciones por minuto. La pérdida de peso es muy rápida, “hay niñas que pierden 10 kilos en dos meses”, de tal manera que alguna se viste con dos calcetines, un leotardo, el pantalón, una camiseta de manga corta, una camiseta de manga larga, un jersey, rebeca, pañuelo y abrigo.

    A la mayoría les cuesta reconocer que están enfermas y cuando el médico les pregunta ellas responden “no sé” o “estoy aquí por mis padres, para controlar la comida, no porque sea una enfermedad”. Las más delgadas, y llevan más tiempo en tratamiento, sí que lo tienen claro: “Me daba mal rollo mirar la báscula. Decidí parar, era una estupidez. Mi cerebro dijo basta“.

    Quien padece una trastorno en su alimentación centra todos sus pensamientos en la comida, convirtiéndose en una persona dependiente de esa idea. Se aíslan y están irritados, agresivos, sobre todo con los miembros de su familia. Sienten frustración, vergüenza y culpa.

    Laura también estaba triste y deprimida. Su autoestima no era suficiente para controlar la preocupación excesiva por el peso corporal y el aspecto físico. Sus notas eran de sobresaliente, hacía mucho deporte y ballet. No mostraba sus emociones y le costaba entender la realidad. La ansiedad la hizo su prisionera hasta que el doctor Casas, la psicóloga Calvo y su familia la liberaron de sus grilletes.

    Batido de calorías y autoestima

    Ingresan en “la UCI del domicilio familiar” aproximadamente un mes. Los padres hacen de enfermeras. “De la cama a la mesa y de la mesa a la cama”; con algo de lectura y escritura para matar el tiempo por la mañana y por la tarde. “Cuanto mayor es la desnutrición, mayor es la inclinación hacia la anorexia”, asevera el especialista en adolescencia.

    La dieta aumenta las calorías hasta las 1.500 y puede llegar a las 3.000 o 4.000 con un batido a base de leche, galletas y frutas. Se desayuna, se come y se cena… y después, media hora de tranquilidad sin ir al cuarto de baño “a dialogar” con el inodoro. “Se reduce un 90% el vómito, ya que se atenúan el miedo y la ansiedad”, apunta Casas.

    ¿Y qué se pretende? Que sean chicas normales, como las demás. “La comida y la gordura tienen que salir de su pensamiento circular, el agujero negro en el que se encuentran” explica.

    “Depositan en ti la responsabilidad de ganar peso. Ya no es su culpa, sino la mía si no lo consiguen. La comida se convierte en un antibiótico y se reestructura la unidad familiar. La situación se relaja y poco a poco se consigue la autonomía de decisión de las jóvenes“.

    El control parental continúa con las visitas a la psicóloga y a los médicos. Casi todas las chicas se van recuperando y dejan de ser “monos verdes”, como dice Pepe Casas, aunque algunas continúan viéndose “como focas”. Les da pánico engordar, es decir, ser normales. Una chica de 18 lo expresa con amargura: “Cuando me veo delgada es que estoy mejor y entonces dejo de verme delgada”.

    En el horizonte cercano está el ingreso hospitalario, pero en la Unidad de la Adolescencia, que respaldó la Reina Sofía, no quieren suspensos y necesitan que todas las chicas obtengan una buena nota, no necesariamente sobresalientes y matrículas de honor, basta un aprobado; aunque los notables que saca Laura en la principal asignatura de su vida es el orgullo de todos nosotros.

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