Crisis de pareja, estrés laboral, inseguridad social, falta de autoestima…problemas de la vida cotidiana que en menor o mayor grado nos desequilibran al hacernos sentir emociones negativas. Pero cuando confundimos este malestar con el hambre y utilizamos la comida como un antidepresivo o ansiolítico natural es cuando la señal de alarma comienza a sonar
“Somos más lo que sentimos, que lo que comemos”, señala la psicóloga Julia Vidal quien en su trayectoria profesional ha constatado que tras problemas de obesidad o de trastornos de la alimentación siempre existe un conflicto emocional no resuelto.
Y recurre como ejemplo a la típica escena del cine americano de la chica sentada en un sofá ahogando sus penas en un bote gigante de helado. “Cuando empezamos a comer de forma descontrolada para intentar resolver nuestros problemas y no lo hacemos solo una vez, sino más de tres, es una señal, una bandera de diez metros ondeando al viento y diciendo que algo va mal a nivel emocional”, advierte la directora del centro de investigación Área Humana Psicología de Madrid.
Identificar las emociones es el primer paso: “El control emocional es entender qué me pasa y qué hacer con lo que me pasa”, apunta.
El hambre emocional
La señal sería el hambre emocional, una especie de alerta de que algo sucede. Por ejemplo, indica Vidal, cuando hemos cenado bien y a continuación devoramos una tableta entera de chocolate. “Si esto es la anécdota de un día, no pasa nada, pero si se convierte en algo habitual debería sonar como si fuera una ambulancia con todas las luces y sirenas en marcha”.
Y lo compara con el dolor: “Todos hemos aprendido a que cuando sufrimos dolor, de forma natural, ponemos remedio. Pues pasa lo mismo con la forma rara de comer (atracones, picar constantemente, abusar de alimentos ricos en grasa e de hidratos de carbono, tomar dos litros de cola). Es un aviso de que algo falla”.
Algunos casos responden a un gran desconocimiento nutricional, pero normalmente es la respuesta a “no tolerar bien el malestar, no saber regular nuestras emociones, no ser conscientes de que tenemos un problema, no le damos solución y comemos”.
Muchas veces no es fácil identificar el problema que nos lleva a devorar, puede ser desde un leve malestar emocional por cualquier suceso cotidiano, a un estado de ansiedad sostenido en el tiempo o una depresión.
Los hombres son lo que peor identifican sus conflictos, una de las características de la inteligencia emocional que las mujeres, sin embargo, sí tienen más desarrollada, aunque luego no sepan cómo solucionarlo.
Hay casos de hombres que empiezan a engordar cuando rompen con su pareja y terminan con un problema de obesidad, pero nunca identifican su voracidad con sus sentimientos y emociones. Los psicólogos ayudan a entender el origen del problema, es la corriente denominada psiconutrición.
El ser humano come para vivir, tenga hambre o no. Pero la comida también es una motivación social, de disfrute, para compartir.
Cuando tenemos hambre se rompe el equilibro en nuestro organismo y nuestro instinto nos lleva a buscar la armonía con el alimento. “Pero si se rompe esa estabilidad porque estamos preocupados, angustiados, tristes…también podemos intentar recuperarla a través de la comida”.
Es entonces cuando utilizamos los alimentos como antidepresivos o ansiolíticos naturales. Está claro que disfrutar de la comida es un placer en sí mismo que, dentro de la normalidad, va a disminuir las emociones negativas. ¿Quién no ha sentido una sensación de bienestar después de una comida que le hace aparcar las preocupaciones? Pero si ese alivio puntual deriva en una forma de comer descontrolada se convierte en hábito, y ese hábito degenera en obesidad y la obesidad en culpa y vuelta a empezar. Un círculo vicioso.
Julia Vidal insiste: “La comida es un peligroso ansiolítico o antidepresivo por doble razón: porque te sientes culpable al generar un problema de peso y, por otro, porque no estás atendiendo al problema real que tienes. Cuando comemos para resolver el conflicto, no lo estamos resolviendo, estamos añadiendo otro“.
El control lleva al descontrol
Les ocurre más a las mujeres. La estética actual que eleva a los altares cánones de delgadez alejada de un peso normal hace que las mujeres tengan un control excesivo sobre sus hábitos alimenticios, hasta el punto de dejar de comer en determinados momentos.
Esa obsesión les dirige directamente al polo opuesto, al atracón. “El control nos ha llevado al descontrol”, un juego muy peligroso que podría acabar en trastornos como la anorexia o la bulimia, subraya la psicóloga.
Chocolate, patatas fritas…los temidos alimentos calóricos
Cuando nos desahogamos con la comida, lo normal es escoger alimentos muy calóricos (los azúcares, los hidratos de carbono en general, elevadas cantidad de sal…) Cuanto más sabroso es un alimento, más potente es el estímulo que nos alivia.
Los azucares elevan la serotonina, la llamada hormona de la felicidad, y hace que nuestro organismo se compense un poco, aunque no es un efecto inmediato ya que se produce después de la digestión, por lo que es más el estímulo sabroso del momento.
Pero también hay alimentos que pueden estresar como el café o el alcohol, que es un depresógeno que puede activar en un primer momento pero luego nos deprime.
Sin embargo, cuando comemos una dieta equilibrada y variada a base de hidratos, grasas y lípidos acompañada de ejercicio y otros hábitos de vida saludables, nos sentimos bien, nivelados, en armonía. Pero no se trata tanto de los componentes químicos del alimento, sino de lo que representa.
Lo que está claro es que no hay que desterrar los alimentos calóricos de nuestra vida, solo tomarlos de vez en cuando. Prohibir puede llevar a la obsesión y de ahí al descontrol y…¡vuelta a empezar!