- noviembre 22, 2013
La terrorífica secuencia del magnicidio quedó grabada en la retina de una generación entera, y en ella a una jovencísima Jacqueline Kennedy pidiendo ayuda desesperadamente en el coche y ataviada con un clásico traje de Channel color rosa intenso, con sombrero ‘pill box’ a juego y sus habituales guantes blancos.
Este conjunto es clave para desentrañar muchos de los detalles de aquel día, pero también de la personalidad de una mujer educada en los colegios más elitistas de Estados Unidos, extremadamente tímida, y perfectamente consciente de la importancia de la moda en una sociedad mediática y en una administración fundamentada en las relaciones públicas.
Al parecer, tras el atentado, la entonces primera dama se negó en varias ocasiones a cambiarse el traje de chaqueta manchado de sangre a pesar de los ruegos de su personal de confianza. «Let’s them see what they have done» («Dejadles ver lo que han hecho», esgrimió).
Con este traje, también aparecería en el juramento de Lyndon Johnson como presidente, un acto celebrado a bordo del mismo avión que trasladó el cadáver de Kennedy a Washington.
Según reconoció la entonces viuda en una entrevista con Theodore White -periodista de «Life»-, se mostró muy molesta por las prisas del entonces vicepresidente para tomar su cargo, le parecía estar participando en una ceremonia desagradable, «en la que no debía estar» y con su vestido rosa todavía manchado de sangre.
El traje es un diseño en ‘tweed’ de la casa Chanel de 1961, originalmente diseñado en violeta, pero que ella encargó en rosa a la tienda ‘Chez Ninon’ (Park Avenue), una manera de esconder su predilección por la moda y la cultura francesa -vivió en París y estudió en la Sorbona- y evitar posibles críticas a su falta de patriotismo estilístico.
El vestido también sirve para analizar el estilo de una mujer reservada, reacia a conceder entrevistas, y cuya personalidad han analizado numerosas ediciones como «Una imagen tan bella» (La esfera de los libros), una biografía firmada por la francesa Katherine Pancol, publicada recientemente.
Formado por dos piezas, una chaqueta con abotonado marinero y falda por debajo de la rodilla, este conjunto simboliza a la perfección a una mujer convertida en ejemplo de moralidad e icono de su época, que en el fondo se vio obligada a transmitir una imagen de falsa perfección y a asumir estoicamente las desavenencias y los escarceos extraconyugales de su marido con una interminable lista de mujeres.
Es paradigma también del ‘estilo Jackie’, cuyo aura ha servido de inspiración a modistos y ha sido motivo de exposiciones, como la que le dedicó el Museo Metropolitano de Nueva York hace una década, y que dibujaba a una mujer con un estilo aparentemente ingenuo pero sofisticado, urdido por la que muchos coinciden en calificar como astuta, inteligente y culta.
En su etapa como Jacqueline Kennedy puso de moda el sombrero ‘pill box’, que al parecer tapaba la raíz encrespada de su pelo rizado y los guantes blanco, con los que ocultaba que se comía las uñas-; mientras que en su etapa «Onassis», la liberación llegó de la mano de las gafas de sol tamaño ‘king size’ y los pantalones campana.
El sombrero y los guantes del fatídico día, se perdieron, probablemente en el caos del momento, pero el mítico vestido rosa fue legado al Archivo Nacional de Estados Unidos, en cuyas instalaciones permanece oculto, y al parecer, todavía manchado con la sangre del entonces presidente y que jamás se ha expuesto al público por su expreso deseo. EFE