La firma Schiaparelli reforzó su presencia en la Semana de la Alta Costura de París con la segunda colección de Marco Zanini, que actualiza los códigos soñadores de la célebre diseñadora de los años veinte y treinta del siglo XX.
Este segundo desfile tras casi seis décadas de ausencia, se celebró en una sala de la plaza Vendôme inundada de luz fucsia, en alusión al icónico «shocking pink» de la casa, y en un ambiente íntimo con el que Schiaparelli quiso obsequiar a sus invitados.
«Proponemos cosas diferentes, para acompañar todo tipo de personalidades», explicó Zanini al finalizar el espectáculo, consciente de que la persona que adquiere alta costura busca modelos «únicos».
Con el rico universo de Schiaparelli como motor de inspiración, el modisto italiano configuró una colección de otoño-invierno que remodeló la magia del circo y el exotismo selvático.
Si Elsa Schiaparelli se atrevió a incorporar insectos a sus diseños, Zanini osó llevar a la pasarela estampados de fauna urbana, como las palomas de Notre Dame, o las ratas y ardillas neoyorquinas.
Las enormes mangas dibujaron una silueta de gorila, en una colección que optó por las plumas finas de avestruz para rememorar la piel de mono que la fundadora utilizaba en su época.
La silueta de reloj de arena -hombros rígidos, cintura estrecha y vuelo-, se redondeó como un corazón en la parte superior de un abrigo rojo pasión en alpaca, cachemir y seda.
Los finísimos bordados de perlas, lentejuelas o cristales, los volúmenes abullonados y las estructuras que envuelven la clavícula fueron la evidencia más vistosa de un proceso de manufacturación «muy complejo» y que, dijo, «lleva mucho tiempo».
Los tocados guiaron la particular locura de la casa, con sus flequillos de plumas o sus flechas clavadas sobre un pequeño sombrero de bruja moderna.
Los botines fueron ajustados como calcetines, y puntiagudos como de cuento de hadas, mientras que los guantes de mosquetero -largos y holgados en la parte superior- decoraron modelos con ensueños distorsionados del Hollywood clásico.
El lujoso festín de materiales no dejó indiferente al público, que se sorprendió con las pieles de marta cebellina, la textura de la lana virgen, la delicadeza del gazar de seda, la elegancia del satén duquesa, la cadencia del terciopelo o los brillos del espumillón.
Tras este estimulante principio de jornada, «On aura tout vu» atrajo al mundo de la moda a los jardines del Palais Royal, para un desfile al aire libre, bajo un amenazante cielo de frescas temperaturas.
No llovió, pero el espectáculo se desarrolló en un universo acuático, con el chapoteo y la canción de «Singing in the Rain» como banda sonora y continuas alusiones a este elemento.
Los bajos de los pantalones fueron de colores oscuros, como si estuvieran mojados, las máscaras de buzo decoradas de cristales desfilaron sobre el rostro y un paraguas abierto dejó caer filamentos de abalorios en su interior.
El dúo creativo formado por Yassen Samouilov y Livia Stoianova consideró que una colección llamada «H2O» no podría estar completa sin unas katiuskas.
Al imaginar un frío invierno, «On aura tout vu» experimentó con el efecto visual del hielo, decoró con cristales puntiagudos los hombros y recubrió con formas circulares semitransparentes las prendas.
Al margen de los desfiles, en su «boutique» del Faubourg Saint-Honoré, la firma Roger Vivier, cuyo fundador vistió los pies del «New Look» de Christian Dior y los de la reina Isabel II de Inglaterra en su coronación, presentó una exclusiva colección de bolsos y calzado, disponible únicamente por encargo.
Bruno Frisoni, actual director creativo de la casa, trabajó con las formas y colores en unos diseños que reprodujeron las algas del pintor francés Henri Matisse y los «collages» del señor Vivier.
Como él, incorporó vinilo transparente en sus zapatos de salón, y en un guiño al característico tacón «virgule» de la casa, desarrolló la cuña en forma de coma. EFE/Mercedes Álvarez