Alta costura es diseño, dedal y aguja. Un oficio artesanal que poco o nada tiene que ver con la pasarela y la industria de la moda actual, y cuyos últimos destellos llegan hasta nuestros días con la desaparición de los escasos y legítimos representantes que perviven, como Manuel Pertegaz.
En 1968, Yves Saint Laurent anunció al mundo la muerte de la alta costura, razón no le faltaba, porque justo un año después el más influyente de los diseñadores de este sector, Cristobal Balenciaga, cerró su casa, y al poco le siguieron Chanel y muchas de las grandes firmas francesas.
Ninguno de ellos supo adaptarse a la llegada del pret à porter y a sus prendas hechas a escala industrial, un rentable idea que democratizó la moda, y que espantó y hundió por igual a los grandes modistos de la época.
Si bien es cierto que la alta costura todavía cuenta con un calendario y pasarela propia en París, el perfil de estos eventos se parece más a un escaparate de publicidad de las grandes firmas del lujo, que a un legítimo descendiente de la época dorada de la alta costura.
Entre los miembros de aquella generación están Coco Chanel, Elsa Schiaparelli, Christian Dior, Lanvin, el español Balenciaga, o incluso el propio Yves Saint Laurent, entre otros.
Empleaban a una legión de costureras y artesanos de distintos oficios, llegando a tener en nómina a cientos de profesionales, y realizaban prendas en exclusiva y de manera artesanal que luego vestía la alta sociedad del momento, desde actrices de Hollywood a nobles y esposas de presidentes.
En esta época se sitúa el nacimiento de los primeros desfiles, cuando las clientas más fieles de la casa eran invitadas al salón del «atelier», para que vieran en exclusiva los diseños que luego encargarían y que se adaptarían a sus gusto y talla.
Con la desaparición de Pertegaz se reduce la lista de legítimos miembros de esta primera generación de costureros, en la que permanecen Valentino y Hubert de Givenchy en el apartado internacional, y Elio Berhanyer en el caso de España.
Y es que España, en contraste con el panorama actual, aportó un gran número de nombres a la edad dorada de la de alta costura europea de mediados del siglo pasado.
En 1940, Barcelona y su industria textil pudo sortear mejor las consecuencias de la Guerra Civil y nace la Cooperativa de Alta Costura, liderada por Pedro Rodríguez, Manuel Pertegaz, Asunción Bastida, Santa Eulalia y El Dique Flotante.
Sus colecciones viajaron a Estados Unidos y recorrieron las más prestigiosas tiendas europeas, aupados por la influencia del sello Balenciaga, el más influyente de los diseñadores españoles a nivel internacional, que curiosamente siempre se negó a pertenecer a cualquier asociación gremial de alta costura.
De carácter tímido y humilde, el caso de Pertegaz sirve para desentrañar las diferencias con aquella época, cuando los diseñadores comenzaban en el oficio a tan temprana edad que apenas habían dejado de utilizar pantalón corto, y tuvieron el honor de ser los primeros en poner su nombre en la etiqueta de un vestido.
Balenciaga solía decir sobre sí mismo: «yo soy modista», una declaración de intenciones que da cuenta de las diferencias entre aquella generación de perfeccionistas «couturier», que amaban el oficio del dedal y la aguja por encima de la pompa, la fama y la frivolidad del mediático negocio en que se convertiría después la moda. EFE/ Celia Sierra