La diseñadora de ropa Agatha Ruiz de la Prada lleva años trasladando su creatividad con una frecuencia creciente al cartel, hasta el punto de haber creado una exposición en este formato que recala en el Instituto Cervantes de Nueva York hasta el 6 de julio.
A pesar de haber pasado por Viena, Milán o Nueva Delhi, esta exposición se reinventa en Nueva York con la ayuda del diseñador de interiores Luis Alliussi y cuelga los carteles colgados de perchas de alambre, como si estuvieran saliendo de la tintorería, y conecta así el gran oficio de diseñadora de moda con esta espinita que Ruiz de la Prada tenía clavada con el arte.
«Yo quería ser pintora antes de ser diseñadora», asegura en una entrevista con Efe, y así, empezó a hacer carteles para acontecimientos tan dispares como sus propias colecciones o «la fiesta de la verdura en Calahorra», donde ella misma se ofreció a diseñarlo. «Me ofrezco bastante, es verdad, pero de una cosa sale la otra».
La misma maquinaria que ha creado ropa para todas las edades, zapatos, cuadernos o cosmética lleva varios años ganando terreno en su creatividad. «Cada día hago más. Antes hacía uno o dos y ahora cuarenta al año», dice y relata cómo durante su paso de la infancia a la adolescencia un cartel de Toulousse Lautrec presidía la pared de su habitación.
Carteles que ayudan a seguir sus pasiones (la ecología, la moda o las causas humanitarias) y su historia: desde que nadie creía en ella («afortunadamente, yo sí», dice), hasta que revolucionó el panorama textil español («que tú dices, ‘tampoco es eso'», confiesa) a épocas más sosegadas.
No es el caso de la actual, donde le ha cogido el gusto a hacer exposiciones y ahora «me dan mucha lata», pues ya ha hecho siete este año. «Me he convertido en una loca de las exposiciones. Si veo que la cosa sigue así me iré a un psiquiátrico», bromea.
Pero Agatha Ruiz de la Prada está más que lejos del delirio y sabe perfectamente quién es y lo que hace. «Para mí es una gran ventaja que mis diseños sean reconocibles. A la gente le gusta reconocer. Se ponen contentos si ven una escultura, piensan que es de un autor y aciertan», argumenta.
«No quiero jugar a que no me reconozcan, a disfrazarme, no le veo el sentido. Alguna vez que algún fabricante me ha ofrecido hacer unas camisetas grises y gracias a dios no se han vendido bien. La gente que quiere algo gris se compra Calvin Klein», concluye. EFE