Devolver a la moda su capacidad para hacer soñar fue el objetivo de la colección otoño-invierno de Lanvin presentada hoy en la Semana de la Moda de París, cuyo compromiso con la alegría y la evasión fue compartido también por Manish Arora.
«En la moda siempre hemos sido una fábrica de sueños y ahora nos estamos convirtiendo en un fábrica de demanda», explicó tras el desfile el modisto Alber Elbaz, director creativo de Lanvin, antes de añadir: «Quiero volver a la fábrica de sueños y de intuición».
Para ello, ha imaginado unos diseños que incorporan plumas, en el extremo del ala ancha de un sombrero o en las costuras de un vestido, larguísimos flecos que prolongan los diversos colores de una prenda, o pieles que recubren la pechera y la espalda, hasta fundirse con una mochila.
«¿Hay que ser superdelgada para ser guapa? ¿O se puede ser guapa?», son las preguntas que Elbaz lanzaba al aire para justificar su interés por dirigirse a todo tipo de mujer y romper con un pensamiento que privilegia la homogeneidad.
Esta colección, que surgió de tres palabras -«extremo, experimento, extravagante»- ha fructificado en la diversidad buscada, dado que han pisado el mismo suelo, con escasos minutos de diferencia, un vestido recto con flecos de perlas, «tweeds» deshilachados y asimétricos, eclosiones de volantes, cueros plisados y conjuntos completamente forrados de pieles.
La cantante de Barbados, Rihanna, y la actriz francesa Catherine Deneuve asistieron al desfile de Lanvin, en la Escuela de Bellas Artes, a orillas del Sena.
Horas antes y en un tono completamente diferente, el diseñador indio Manish Arora se había decantado por un otoño-invierno de golosinas y bajas temperaturas, como demostraron sus calentadores de rayas blancas y rojas, como bastones de caramelo, y sus orejeras de pelo flúor.
«Los gorros están inspirados en Perú, al igual que las faldas largas», explicó a Efe Arora sobre una serie de tocados cubiertos con pompones, que bien podían representar la manzana de Guillermo Tell o un osito de peluche.
Esta «fantasía» de frío y azúcar trajo una lluvia de abalorios que empaparon desde los bajos bordados, hasta vestidos enteros de pedrería.
Los pantalones de lurex fueron como una falda unida en la entrepierna, al nivel de la rodilla, o cayeron sueltos y deportivos, en línea con las zapatillas con plataforma, con una enorme lengüeta, decorada con un corazón y luces.
«Me siento muy cómodo con los colores», confirmó Arora quien, con fucsias, ácidos, rojos pasión y azules violáceos, situó este desfile entre los más vistosos de la Semana de la Moda de París, una distinción por la que también luchó con el maquillaje de las modelos que incluía plumas en las pestañas y aplicaciones en resina bajo los ojos.
Los cinturones con corte de corbata, las mochilas con piernas y las riñoneras fueron algunos de los complementos que sobresalieron en esta presentación que se celebró en el Palacio de Tokio.
El diseñador belga Christian Wijnants confeccionó un otoño-invierno de prendas de lana, guateadas o de un exquisito punto, que acompañó de larguísimos guantes.
Se deleitó con el «patchwork» en trampantojo, o real, en una fusión integral de puntos y colores diversos o en un puzzle de texturas y materiales.
Los abrigos fueron de mangas anchas y cortas con solapas inmensamente abiertas, como las páginas de un libro, y los pantalones amplios y pesqueros.
Esta tercera jornada, que comenzó con el desfile de Balenciaga, también descubrió la rígida colección de Balmain, centrada en la cintura, faldas «evasé» de tiras y cordones que configuran partes de arriba.EFE