El controvertido John Galliano se une a la enigmática casa Martin Margiela como director creativo, en una extraña unión que posiciona al más mediático diseñador de los últimos años a los mandos de una firma que hasta ahora no había mostrado la identidad de ninguno de sus creadores.
Juan Carlos Antonio Galliano Guillén, más conocido como John Galliano, no había protagonizado una noticia de tanto alcance desde que fuera despedido en 2011, grabación con móvil mediante, por proferir insultos antisemitas y tratar de agredir a una pareja en un café bajo los efectos del alcohol y las drogas, según se disculpó después.
El percance le valió el despido fulminante de Christian Dior, la casa a la que dedicaba sus más extravagante efervescencia creativa, y también de su propia firma, propiedad al 91 por ciento de la mítica casa.
Desde entonces, y en sintonía con el juego de amor-odio que el mundo de la moda establece con sus personajes de culto (véase el ejemplo de Kate Moss), Galliano fue desterrado y cada conato de volver a primera fila fue abortado: desde un curso en la escuela Parsons, hasta una colaboración estable con la firma Óscar de la Renta.
Tras tres años de rehabilitación, pedir perdón en numerosos formatos y medios y, aún así, no encontrar trabajo estable, consiguió recientemente ser nombrado director creativo de una cadena rusa de perfumerías. Quién se lo hubiera dicho al que reinó sobre la pasarela de París gracias a la más espectacular y creativa de las propuestas.
Ahora, la casa Martin Margiela recibe con los brazos abiertos a quien considera «un modisto excepcional y único», ha señalado en un comunicado el presidente del grupo OTB, Renzo Rosso, propietario de la firma -y de otras como Diesel-, quien asegura que la casa de origen belga está «preparada para un nuevo espíritu creativo carismático».
Maison Martin Margiela es una de las cuotas de rareza que se permite el uniformado sector de la moda; fundada en 1988 por un anónimo director creativo de idéntico nombre y enmarcada en la senda conceptual de los Seis de Amberes, sus señas de identidad han estado marcadas por el deconstructivismo y el trabajo conceptual.
El diseñador belga, que trabajó como asistente de Jean Paul Gaultier, jamás dio la cara, nunca saludó tras un desfile o concedió entrevista alguna, ni se conoció su rostro. Una actitud que reforzó con etiquetas completamente blancas, cosidas a cada prenda con cuatro torpes pespuntes, con números del 1 al 23, en la que cada numeración corresponde a una de las líneas de la firma.
Esta actitud se mantuvo tras la marcha del fundador en 2009, y uno de sus colaboradores más estrechos continuó al frente de la dirección creativa, aunque su rostro también permaneció oculto como parte de esta iconoclasta tradición.
El extraño matrimonio de conveniencia anunciado hoy pone a trabajar codo con codo a una de las más conceptuales firmas de moda, con uno de los diseñadores que mejor sabe hablar sobre la pasarela el lenguaje del espectáculo y la teatralidad.
Hasta 2011, el público esperaba con espectación el extravagante espectáculo de Galliano para Dior, que convertía la pasarela en una festín de color y sensualidad, con trajes más pensados para un mundo de fantasía que para la calle, y que muchos echan de menos en una programación cada vez más marcada por lo comercial.
Nadie puede adivinar qué generará la extraña alianza anunciada hoy, aunque en un sector como la moda, ávido de noticias de gran destello y recorrido relativo, esta es, desde luego, la noticia del año. EFE