Dior, Kenzo, Channel, Paco Raban o Boss. Las grandes perfumerías del mundo tienen desde hace años algo en común. Todas apuestan para sus fragancias por el aceite de rosas del llamado «Valle de las Rosas» de Bulgaria.
Es ahí, en el corazón del país balcánico, a unos 200 kilómetros de la capital Sofía y entre las laderas de la montaña Stara Planina donde se produce más de la mitad de todo el aceite de rosas que usa la industria cosmética internacional.
Este aceite, considerado por los locales como un oro líquido por su elevado precio de entre 6.000 y 7.000 euros por litro (de 8.100 a 9.400 dólares), se produce de la variedad de flor Rosa Damascena. La pasada temporada, la venta de este producto dejó unos seis millones de euros (unos 8,1 millones de dólares).
«Para la destilación de un solo mililitro de óleo se necesitan entre 1.000 y 1.500 pétalos de esta flor. De unas 3,5 o 4 toneladas se produce un litro de aceite», explican a Efe fuentes del estatal Instituto de las rosas.
Este organismo, creado en 1967 por las entonces autoridades comunistas, es uno de los destiladores de aceite más importantes de Bulgaria, aunque después de la transición democrática del país han aparecido también empresas privadas.
Desde el Instituto, ubicado en la ciudad de Kazanlak, la capital del «Valle de las Rosas», no se quiere pronosticar el volumen de la cosecha de este año, argumentando que la temporada, que se extiende de mayo hasta mitad de junio, todavía no ha acabado.
No obstante, apuntan que no se espera que sea menor que la del año pasado, cuando se obtuvieron unas 4.000 toneladas de pétalos, de las que extrajeron unos mil litros de aceite de rosas.
«Tengo una hectárea de plantas y, hasta el momento, he obtenido unas cuatro toneladas, con la perspectiva de que, al finalizar la temporada, alcanzaré las cinco toneladas de pétalos», explica el empresario Mitko Kralev.
Durante la cosecha, Kralev vive en una caravana cerca de la plantación para supervisar la recogida de sus «niñas», como suele llamar a las rosas.
La recolección se realiza a mano para no alterar la fragancia de las flores. El trabajo se prolonga desde las cinco de la madrugada hasta el mediodía, cuenta Kralev a Efe.
«Es entonces cuando los pétalos tienen más jugo, porque el clima es particular. Las noches son muy tibias por la proximidad de la montaña y el día es muy caluroso en la primavera», agrega.
Esos cambios de temperatura que sufre la flor durante la cosecha son responsables de que dé el mejor material para el aceite.
Que los inviernos sean suficientemente suaves como para que la flor no se hiele y la calidad de la tierra roja, «muy fuerte y fecunda», son los otros elementos que, según Kralev, hacen del Valle de las Rosas un lugar único para la industria perfumera.
Existen varias leyendas sobre cómo llegaron a esta zona las rosas, aunque la más verosímil es que fueron traídas hace más de tres siglos desde Siria (de donde proviene el nombre Damascena), durante el Imperio Otomano.
Kralev, como los demás productores, contrata a campesinos locales para recolectar los pétalos, justo cuando están a punto de abrirse.
Lachezar, uno de los recolectores, explica que la paga es de 3,5 euros (4,7 dólares) por diez kilos de pétalos, por lo que un trabajador que se esfuerce puede sacar unos 500 euros (unos 675 dólares) en tres semanas, por encima del salario medio en el país más pobre de la UE.
Tras la recogida, los pétalos se envían a los puntos de destilación, que pagan ya 15 euros (unos 20 dólares) por diez kilos.
La tecnología de destilado es simple: los pétalos se bañan en vapor durante tres horas para obtener unos tres litros de agua por cada kilo de pétalos.
Este líquido se somete a una segunda destilación, tras la que el aceite de rosas queda flotando en la superficie del agua.
Esta preciada esencia se aspira y se conserva en contenedores de cristal o cobre, protegidos siempre de la luz del sol.
La producción búlgara de aceite de rosas compite con la de Turquía y la del sur de Francia.
No obstante, la calidad del aceite búlgaro es mucho mejor, aseguran Ekaterina y Borislav Naumov, un matrimonio de Sofía que hace un par de años decidió comprar tierras en esta zona para cultivar rosas y que ha construido incluso su propia destiladora.
«No hay un perfume de calidad que no contenga aceite de rosas. Y es principalmente de rosas búlgaras», afirma Borislav.
El ex empresario de la construcción centra ahora sus esfuerzos en un nuevo producto, el agua de rosas biológica, muy codiciado por la industria cosmética aunque no tan caro como el aceite. EFE