La sonrisa serena de Ingrid Bergman, musa del cartel de la 68 edición, recibe a partir de mañana a estrellas, periodistas, críticos y buscavidas que convierten cada año el Festival de Cannes en la gran cita del cine.
Ya se ha desatado la tradicional invasión que por estas fechas deja la ciudad en manos de turistas, curiosos y «paparazzi», mientras muchos de los lugareños aprovechan para huir y sacar un jugoso botín con el alquiler de sus viviendas.
Una sobredosis de glamour ataca los sentidos: el paseo marítimo de La Croisette se convierte en una improvisada pasarela de moda a la que los paisanos asisten impertérritos en mayor o menor medida.
«¡Por ahí viene el Campeón!», exclama con entusiasmo un jubilado que juega al ajedrez con un grupo de amigos en La Croisette.
«El Campeón» es Philippe, otro jubilado, nacido, criado y curtido en Cannes, que desde que abandonó su trabajo como albañil pasa los días al sol labrándose un nueva reputación como rey oficioso del ajedrez playero.
«Ya estamos acostumbrados, pero si no fuera por las chicas guapas, la cosa no nos haría tanta gracia. Las estrellas… ya no son las de antes, apenas sí salen del hotel y la mayoría no hablan más que inglés. Además, esto se llena de ‘cacos’ y la ciudad se vuelve más insegura», masculla Philippe.
Pero este año es diferente. A la tradicional amenaza de los ladrones de joyas que cada año aprovechan la superpoblación de piedras preciosas en los hoteles, se ha sumado la preocupación por el terrorismo yihadista, especialmente tras el atentado contra la revista Charlie Hebdo del pasado enero.
Por eso, el Ayuntamiento ha sembrado la ciudad de videocámaras de vigilancia, 468 en total, de las cuales 317 registran todo lo que sucede en la vía pública. Más de 700 efectivos de todos los cuerpos de policía han sido movilizados.
Ajenos a esa o a cualquier otra preocupación, los trabajadores del Hotel Martinez, el hogar de las estrellas en Cannes, trabajan a destajo para dejar listo todo para acoger desde mañana a los visitantes «VIP».
Una furgoneta llega al hotel y de ella comienzan a salir fundas con trajes para hombre de las marcas más prestigiosas. En pocos lugares del mundo podrá verse, como aquí, un autobús urbano lleno de pasajeros con esmoquin.
Un aire de precipitación recorre Cannes, y pocas cosas escapan a la sensación generalizada de que se ha apurado hasta última hora para rematar los flecos, desde los plásticos que cubren las alfombras en el Palacio de Congresos a los carteles que anuncian los estrenos.
No todo, ni mucho menos, es cine en el festival.
De Chicago a Cannes, las amigas Marsala y Bernadette, de 58 años, son dos mujeres con una misión: «Tenemos que encontrar una fiesta, como sea. La última vez que vinimos fue hace 15 años, y ya entonces conseguimos meternos en algunas buenas», dice la primera.
No parecen demasiado interesadas en ver de cerca a las estrellas, aunque, por si acaso, preguntan a los periodistas dónde y a qué hora es el mejor momento para tomar posiciones junto a la alfombra roja.
Dicen que si vienen Brad Pitt y Angelina Jolie (no está previsto que acudan), puede que se acerquen a la alfombra roja, y que también se plantean ir a ver «un par de películas».
Esa misión, empero, podría ser aún más difícil para Marsala y Bernadetta que la de hallar una fiesta: las secciones oficiales y paralelas están cerradas al público, aunque habrá proyecciones de clásicos al aire libre en la playa y la Quincena de Realizadores reserva algunas entradas a la venta.
Horas más tarde, cuando ya ha comenzado a caer el sol, «el Campeón» está en apuros. Jugando con blancas, ya ha perdido su dama contra un adolescente huesudo que amenaza su trono de forma más que seria.
Los 70.000 habitantes de Cannes serán el triple desde mañana, pero la vida aquí sigue para muchos. Con «glamour»o sin él. EFE