El modisto belga Raf Simons llevó este viernes más allá a la firma Christian Dior en su viaje experimental desde el siglo XVIII al futuro espacial, con su colección prêt-à-porter para la próxima primavera-verano que iluminó la Semana de la Moda de París.
El director artístico de una de las casas francesas más emblemáticas prolongó el ejercicio iniciado el pasado julio en su última presentación de Alta Costura, cuando comenzó a alternar sobre su pasarela el estilo de los llamados «vestidos a la francesa» con monos de astronauta.
En esta ocasión, decidió abandonar el Museo Rodin, tradicional sede de sus últimos desfiles, para instalarse en el Patio Cuadrado del Museo del Louvre.
Nada más superar el pórtico de acceso a la plaza, el público comenzó a fotografiar el juego de espejos que adornaba la fachada de la efímera construcción en la que iba a tener lugar el espectáculo.
Los paneles reflejaban un Louvre deformado, posible metáfora de que la historia conservada entre esos muros puede ser vista con otros ojos, escrita y revisitada desde la actualidad.
En su interior, las butacas estaban dispuestas en torno a cuatro círculos de tamaño similar, en cuyo centro se dibujaba parte de los radios de su circunferencia, como si fueran las huellas dejadas por el aterrizaje de un platillo espacial.
«Quería que el prêt-à-porter pareciera más moderno, más dinámico, más verdadero, que fuera accesible para un público más amplio», adelantó Simons en un comunicado entregado a sus invitados.
Al iluminarse los primeros focos, hicieron su entrada en escena las modelos ataviadas completamente en blanco, con pantalón pitillo de cintura alta y blusa sin mangas.
Simons apuntó ya en estos interestelares conjuntos algunos de los elementos que recorrerían su creación estival: los cuellos altos holgados y los detalles de color.
Así, el «jacquard» rosa del bajo del pantalón sobresalió en el límpido lienzo, al igual que sobre una camisa las bocamangas negras, decoradas con bordados vegetales verdes y violáceos.
El «traje a la francesa» revivió en el siglo XXI como falda abullonada estampada con minúsculos motivos junto a un sencillo «top» de punto de tirantes.
Simons convirtió en carne de prêt-à-porter los tradicionales mandilones que servían para que los escolares no se mancharan en el aula; bajo su aguja fueron holgados vestidos fruncidos en el cuello, con mangas largas que se ampliaron a la altura del codo para volver a ajustarse en el puño.
El patrón de esa manga se repitió en diferentes modelos, al igual que las simetrías de cuatro botones y los bordados ingleses que atraparon siglos de historia entre sus puntadas y aperturas.
A pesar de que las cremalleras metálicas fueron invitadas al desfile de Dior, la primera fila fue para las hileras de pequeños botones integradas en la espalda de algunas prendas.
El color tuvo su mejor expresión en las casacas, que Simons moldeó con éxito para hacerles formar parte del armario femenino más actual.
Estructuradas, y casi siempre sin mangas, se presentaron en terciopelo, lana, seda o lino satinado, en una paleta que abarcó el fucsia, naranja, azul cielo o marino.
Las culturas urbanas también accedieron a esta exclusiva pasarela a través de una cazadora «bomber» de puños ajustados y mangas abombadas; bermudas justo por encima de la rodilla que bien podrían servir para subir a un monopatín, y gruesas cadenas a modo de gargantilla.
Dior introdujo un nuevo modelo de bota en su repertorio que se sostuvo sobre un fino talón y subió como un calcetín de tejido por encima del tobillo o hasta la rodilla.
La actriz Marion Cotillard y la cantante Carla Bruni-Sarkozy fueron algunas de las personalidades presentes en este nuevo recital de Dior. EFE