Los delantales de camarero se convirtieron en faldas y los platos en bolsos, como eco de la «brasserie» que el modisto Karl Lagerfeld recreó hoy en la Semana de la Moda de París para presentar su colección de «prêt-à-porter» otoño-invierno.
«Quería algo muy, muy francés y ¿qué es más francés que una ‘brasserie’?», se preguntó sobre este tipo de establecimiento hostelero el alemán, director artístico y auténtica institución de esta casa fundada en París.
La «Brasserie Gabrielle», en honor al nombre de la fundadora, abrió hoy sus puertas en el interior del Grand Palais y, haciendo gala del rigor que caracterizó otros decorados anteriores, como el del supermercado o el de la galería de arte, todo estaba cuidado hasta el mínimo detalle.
Las mesas estaban dispuestas a la espera de comensales, las barras estaban perfectamente equipadas con cruasanes o huevos cocidos y ejemplares de The New York Times y Le Monde colgaban de los percheros a disposición de la clientela.
Un arsenal de camareros ataviados con un largo delantal, camisa blanca, pajarita y chaleco negro se revolvía junto a las máquinas de café y circulaba con bandejas por la sala, para servir tanto desayunos como champán al público que entraba en el espacio.
Al pasar las puertas de entrada, daban la bienvenida con un «bonjour», seguido de un «bon appétit», todo muy francés, como perseguía un Lagerfeld que quería trasladar «una visión idealizada de un París actual».
«He querido exagerarlo para calmar el ‘French bashing’ (ensañamiento con Francia)», aseguró Lagerfeld, tras el espectáculo -y detrás de la barra-, sobre su deseo de contrarrestar el sentimiento antifrancés, desde la posición de un extranjero que -según él- no puede ser acusado de patriota.
A pesar de que se considere a sí mismo como una figura «global» y de que recuerde que Chanel ahora es suizo-estadounidense, el relanzamiento de la casa que él pilota desde 1982 ha estado estrechamente vinculado a la imagen de Francia.
Uno de los mayores méritos de este icono de la moda es cómo, a partir de un tema como la hostelería, desarrolla una generosa colección que incorpora entre sus costuras reconocibles referencias.
Quizá lo más representativo de este universo fueron las faldas, que se anudaron como un delantal, dejando la parte trasera abierta, sobre unos «leggings» o sobre otra falda.
Las pajaritas de los profesionales de la restauración se incorporaron al armario de Chanel, y el tradicional blanco y negro de los dos mundos convergió una vez más sobre la pasarela que abrió la modelo británica Cara Delevingne.
La mantelería se reflejó en los cuadros rojos y negros de un conjunto de abrigo y falda o en la superposición de recuadros blancos del tamaño de las servilletas.
«Cuento con gente genial a mi alrededor, pero diseño yo mismo cada prenda porque si no, me aburro», declaró el modisto octogenario que, firmando ocho colecciones anuales de Chanel, parece seguir teniendo una creatividad inagotable.
Fuente de esa imaginación fueron tanto el voluminoso origami acolchado de formas cuadradas que recubrió las mangas, o las cazadoras enteras, convirtiéndolas en una especie de armadura.
Las parkas bordadas con brillos son la prenda del invierno, en una bocanada de aires deportivos refinados, que convivieron sobre la pasarela con unas clásicas faldas de tubo en tweed y unos zapatos beis de tacón medio y puntera negra en pico, abiertos en el talón.
Los accesorios son otro de los rincones estrella de la casa. En esta ocasión se incorporó un modelo de bolso cubierto por platos blancos de postre y otro que simulaba la carta del restaurante.
Lo que parecía un jersey anudado al cuello se reveló en la espalda como una mochila y las figuras circulares metálicas configuraron collares, brazaletes y cinturones, ¿en una referencia a las monedas de la propina?
Las mujeres, y algunos hombres, que desfilaron en el Grand Palais aceptaron el juego y se sentaron en los taburetes y en las mesas a desayunar… incluso bollería. EFE