Audrey Hepburn y Givenchy, el tándem de la elegancia

  • Decía Audrey Hepburn que los vestidos de Givenchy eran “protecciones contra el mal”, mientras hoy el modisto asegura que la actriz era “elegante” y “moderna” antes de conocerle.

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    Piropos que derivan de una larga amistad, después de que Audrey se presentara en el taller de Givenchy para pedirle que le diseñara el vestuario para película “Sabrina”.

    El costurero no tenía tiempo, le propuso que se probara lo que estaba cosiendo para la colección del momento. Todas las prendas le sentaban como una guante, a partir de ese momento se unieron para siempre, creaciones que se pueden admirar en la exposición “Hubert de Givenchy”, en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el próximo mes de enero.

    Formado en los talleres de Schiaparelli, la vida profesional de Givenchy, que contó con la bendición de Christian Dior y Balenciga, estuvo marcada por su amistad con Audrey Hepburn, quien se convirtió en el mejor escaparate de sus creaciones.

    Hubert de Givenchy y Audrey Hepburn en una prueba de vestuario de la película "Historia de una monja".

    Hubert de Givenchy y Audrey Hepburn en una prueba de vestuario de la película «Historia de una monja».

    La actriz encarnaba a la perfección la elegancia de una mujer con el encanto francés y el estilo americano, sin ser ni la una, ni la otra. Y en ese misterioso maridaje de sofisticación y excentricidad tuvo mucho que ver las creaciones de Givenchy.

    Porte aristocrático

    La delgadez y el porte aristocrático de Audrey Hepburn se tradujeron en un estilo que hoy sigue vigente. Sin proponérselo, se convirtió en un icono y puso de moda el pelo corto, los pantalones piratas, los jerséis masculinos, las bailarinas y las gafas de sol grandes.

    Quizá porque, a pesar de nacer en el seno de una familia aristocrática en Bélgica y de vivir en primera persona el hambre, el frío y la carencia afectiva, Hepburn prefirió escoger una forma de vestir alejada del lujo y de la ostentosidad.

    Tanto de viaje como de paseo, Audrey Hepburn siempre lucía espléndida con guantes de piel, abrigos de capa, trajes sastre y zapatos de tacón.

    Hubert de Givenchy se convierte en su modisto de cabecera y confecciona prendas para completar a la mujer que ella representa en la vida y en el trabajo: “me siento protegida cuando me pongo tus prendas”, le decía la protagonista de “Desayuno con diamantes”.

    Más allá de su imagen y de su exquisita elegancia, Hepburn también sigue de moda por su trayectoria profesional que comenzó con “Vacaciones en Roma”, en la que interpretó a una princesa que se fuga de palacio para conocer la Roma popular, un trabajo que le valió el único Óscar de su carrera.

    “Sabrina”, “My Fair Lady”, “Historia de una monja”, “Charada” o “Desayuno con diamantes” son algunos de los filmes en los que la dama del cine proyectó su magnetismo, su encanto y sello personal, vestida de Givenchy.
    Varias generaciones tienen grabadas en la retina el vestido negro que la actriz llevó en “Desayuno con diamantes” diseñado por el francés, resultante de una colaboración que se extendió a “Sabrina”, “Charada” o “Encuentro en París”.

    La actriz en cada una de sus salidas dictaba tendencia y ponía de moda el bolso cesta, accesorio que fue una constante en el guardarropa de la diva, hasta el extremo de ser imitado por las principales casas de moda del mundo.
    Mirada de diva

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    A lo largo de los años coleccionó varios tipos de cestos y al final de su vida sencillamente lo utilizaba para recoger rosas de los jardines de su casa “La Paisible”, en Suiza.

    La mirada de la diva cambió tras el rodaje del “Desayuno con diamantes” cuando apareció con unas enormes gafas oscuras. “En ese momento la actriz inventó nuevas reglas de seducción en las que primaba el misterio, el estilo y el humor”, cuenta su hijo en el libro editado por Grijalbo.

    Hubert de Givenchy hizo del guardarropa de Audrey el signo distintivo de una nueva mujer: irónica e intelectualmente provocativa. Con el filme “Desayuno con diamantes” el vestido negro de cóctel conjuntado con un collar de perlas se convirtió en sinónimo del nuevo lujo.

    Además de la decena de pares de bailarinas de colores, la actriz atesoraba innumerables mocasines, zapato plano de corte masculino que solía combinar con suéter negro, pantalones por encima del tobillo, “un estilo a medio camino entre el ‘preppy’ americano y la ‘gamine’ francesa”.

    Ya en los sesenta, Audrey Hepburn, en claro contraste con las formas explosivas de Sofía Loren o Gina Lollobrigida, se muestra menos sensual y más misteriosa.

    Hepburn no era tan sensual ni tan exuberante como algunas de ellas, pero su figura delgada, que ella misma achacaba al hambre que pasó de niña, sus insondables ojos negros y, sobre todo, un aura de misterio que nunca la abandonaba, provocó el delirio Givenchy.

    A mediados de esa década, la diva de Hollywood lucía minifalda, la silueta ‘a-line’ para vestidos y abrigo conjuntados como los zapatos de punta cuadrada y el flequillo recto por encima de las cejas.

    Y, a pesar de su enfermiza timidez, demostró al mundo que se puede ser una mujer de gran estilo incluso paseando a su perro.

    Y, a pesar de su enfermiza timidez, demostró al mundo que se puede ser una mujer de gran estilo incluso paseando a su perro.

    En los años setenta, Audrey Hepburn, que ya no es una jovencita, sigue la moda y reinterpreta un estilismo hiperfemenino con apuntes andróginos, al mismo tiempo que hace gala de un refinamiento gracias al sublime pret-á-porter de Gyvenchy.

    Es la época de los abrigos maxi con cinturón, botas estrechas, mantones, pantalones campana y, en lugar de sombrero, pañuelo, además de prendas con apunte de la moda hippy como los volantes, las flores y los flecos.

    Y, a pesar de su enfermiza timidez, demostró al mundo que se puede ser una mujer de gran estilo incluso paseando a su perro, haciendo la compra o leyendo el periódico y buena parte de culpa la tiene el maestro Givenchy. EFE

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