- marzo 9, 2014
Don Elías Molinas casi perdió la vida en un incendio que se llevó consigo todo lo que poseía. Hoy, este hombre puede contar la historia gracias a Osito y Petty, dos de sus cuatro perros que lo salvaron.
Natalia Ferreira/Revista Vida
Lo que se construye en años puede desaparecer en horas, de la noche a la mañana, como le sucedió a don Elías Molinas, de 78 años. El exmaquinista naval retirado tenía todo lo necesario para vivir cómodamente, fruto de su trabajo y sacrificio. Sin embargo, al fuego le tomó un par de horas destruir lo que Elías construyó en los 54 años que vive en Caacupé. El pasado domingo 9, este hombre se salvó de la muerte gracias a la ayuda de sus perros.
A casi una semana del desastre, Elías reposa frente a su garaje ─que ahora se convirtió en su cuarto─ y combate el calor con sorbos de tereré. Tres perros descansan a su lado: Osito, de tres meses, Petty, de ocho meses, y Pirulín, de cuatro años. Las puertas de su nuevo dormitorio están semiabiertas, y en el fondo se ve una cama de dos plazas con un colchón más pequeño, una cómoda, un miniventilador y a su perrita Tiqui, de cuatro años, tumbada plácidamente. Elías es un hombre alto y delgado que cojea un poco, ya que sufrió quemaduras en su pie derecho, por suerte no muy graves.
En la planta superior están las paredes calcinadas de habitaciones destechadas, los marcos de madera carbonizados, no queda nada de lo que fue alguna vez el hogar de Elías. A la par que este sobreviviente cuenta su historia, unos hombres de la Municipalidad de Caacupé se encargan de sacar los desperdicios consumidos por el fuego.
Antes de aquel día
Hasta hace unos días, Elías se había acostumbrado a una rutina desde que enviudara de su esposa, Guillermina de Jesús, hace 10 años, con quien estuvo casado por 43 años y tuvo una hija que vive en México. «Yo me levanto todos los días a las 4.00 y, después de un rato, mis perros quieren salir a jugar. Entonces me voy a la plaza con mi mate y ellos corren a su gusto, hasta cansarse. Cuando vuelvo y ya no me ven, vienen corriendo detrás de mí. No hace falta que yo les llame», cuenta don Elías, quien vive frente a un parque recreativo.
A la hora de del almuerzo, Elías está siempre acompañado, a un lado se sienta Osito y del otro, Petty. Quizás para la mayoría, dos perros no serían los mejores comensales, pero ellos se comportan. No se atreven a tocar el plato de Elías, por más que él se levante a buscar la sal, cuenta su amo.
«Ellos de mí no se despegan ─a la par que los mira riendo─, como usted ve. Como yo me jubilé en Argentina, cada mes tengo que ir a Formosa a cobrar. Cada vez que voy, le pido a mis amigos que les den de comer, pero ninguno de los cuatro se alimenta. Hasta que yo no vuelva, se sientan sobre el muro y se quedan mirando hacia donde me fui. Eso me cuentan mis vecinos. A mi regreso, apenas me ven, empiezan a ladrar y lloriquear. Se desesperan cuando llego, me saltan, me lamen y ahí recién se quedan contentos», señala.
Salvado de las llamas
El amor que siente Elías por sus animales, y ellos por su dueño, es más que evidente, así que no es de extrañar que ellos intervinieran para salvarle la vida. Aquel domingo, el fuego empezó por culpa de una llave que estaba en malas condiciones. Aquella noche hizo cortocircuito y las chispas cayeron sobre unas ropas, lo que propagó el incendio mientras don Elías dormía.
«Petty me saltó encima, ella fue la primera que me avisó, pero no le hice caso. Escuchaba en sueños que ladraban, y después vino Osito, subió a la cama y me tocó la panza con sus patas, como diciéndome: ‘Levantate, se está quemando la casa’. Entonces le miré medio dormido, vi el fuego y salté enseguida. Les llamé a todos y salimos corriendo. Durante todo ese tiempo, Osito no se separó de mí… Del incendio no me quedó nada y siento en el alma porque tenía todo lo que necesitaba, equipé bien mi casa porque toda mi vida trabajé y nunca le pedí nada a nadie, pero hoy mis necesidades son muchas. Esto me compró mi vecina ─señala su short─, esto ─agarra su camisilla─ me regaló el señor de la casa de deportes», detalla. El dolor de haber perdido todo lo que construyó por más de 50 años es profundo, y Elías rompe en llanto.
Tiqui, Petty, Pirulín y Osito están acostados a los pies de su dueño, pero en el momento en que escuchan su sollozo, se ponen en alerta y enseguida se dirigen a él, lo rodean y se quedan mirándolo. Osito y Petty posan sus patas sobre el regazo de Elías. Todos lo miran atentamente, saben que algo no está bien. La reacción de los animales fue instantánea. Era necesario estar allí para apreciar ese momento increíble en el cual se hace evidente el fuerte vínculo que existe entre estos perros y su amo. Luego de unos instantes, Molinas se recupera, y quienes fueron sus salvadores logran sacarle una sonrisa.
Un cariño incondicional
«El amor que me muestran estos animales no lo encuentro en ningún lado. Cuando vengo del súper y ellos me reciben… solo si usted ve va a creer. Por eso les aprecio demasiado. Este ─señala a Osito─ demasiado se quiere ir conmigo. Antes tenía su cordoncito, pero se fundió todo… Nos íbamos a la plaza, yo me sentaba en esos escaños y el se ponía a mi lado, se quedaba quieto y mirándome. De vez en cuando compraba una empanada y le daba un pedacito ─lo mira y ríe─. Cuando le bañaba, la gente se acercaba y me preguntaba si le podía acariciar y yo les respondía: ‘Cómo no’. Demasiado lindo quedaba después de que le peinaba, parecía de algodón, pero ahora no tengo con qué peinarle o secarle», indica.
Don Elías les prodiga igual cariño a todos sus animales, cuida celosamente de ellos y se siente correspondido. Aun cuando lo haya perdido todo, no permite que a ellos les falte comida. Compra menudencias y le pide a una vecina que las cocine, lo cual ella hace con mucha voluntad, cuenta. Así debe manejarse porque ahora no tiene cocina. Lo que más necesitaba era una heladera, porque la comida que se le acercaba, se le pudría a causa del calor intenso. Por suerte recientemente recibió una usada.
A veces en los momentos más difíciles, uno descubre la solidaridad y calidez de la gente, así como lo hizo don Elías. «Mis amigos y vecinos se acercaron y me dijeron: ‘No estás solo, don Molinas’. Me dieron la cama, el colchón, ropa, y comida no me falta. Mis vecinos son como mis parientes y no sé cómo agradecerles», afirma.
Don Elías tiene la promesa del intendente de Caacupé de que lo ayudará a reconstruir su casa. Lo que perdió, aparte del valor material, tenía un peso sentimental, pero aún le resta mucho para recuperar la vida que tenía antes de que el fuego se lo llevara todo. No es la historia de un hombre, sino de varios que viven lo mismo. Lo que a usted le sobre o ya no use, es un ladrillo para un nuevo comienzo para otros.
Una ayuda nunca está de más
Elías Molinas perdió todo lo que tenía a causa del incendio que se produjo en su casa. Quien quiera solidarizarse con él, puede llamarlo al: (0984) 224-341 ó (0971) 532-707.