- julio 1, 2014
Su «no» cambió la historia de Estados Unidos. Rosa Parks, la mujer negra que se levantó sentándose, la modista de Montgomery que se opuso en 1955 a ceder su asiento del autobús a un pasajero blanco, es uno de los símbolos del movimiento que llevó a la comunidad afroamericana de Estados Unidos más cerca de la igualdad.
Damià Bonmatí
Este miércoles 2 de julio cumple medio siglo de historia la ley de Derechos Civiles que prohibió la discriminación en el país. Fue uno de los mayores logros del movimiento ciudadano para conquistar derechos a través de la legislación, la acción pacífica y la voz de líderes como Martin Luther King y Rosa Parks.
En Montgomery (Alabama), núcleo de este movimiento histórico, el guardián del cementerio de Oakwood se acerca hoy hasta las cicatrices silenciosas de la historia negra. «En esta zona solo hay afroamericanos enterrados, no podían mezclarse», explica delante de las sepulturas más rudimentarias, en las que descansan los restos de esclavos del siglo XIX y «ciudadanos de segunda» del siglo XX.
En el segregado sur del país, los negros nacían en hospitales separados y los enterraban en zonas diferentes, tras una vida en la que no podían estudiar en las escuelas para blancos, ni viajar en sus asientos, ni comer en sus restaurantes, ni orinar en el mismo retrete público.
Los padres de Linda Brown, una niña de 7 años de Kansas, no entendían por qué su hija debía viajar a diario hasta una alejada y desvalida escuela negra si disponían de un centro público reputado en su mismo barrio. Era para blancos.
Los tribunales de bajo rango ignoraron varias quejas similares desde el sur racista, pero el caso de los Brown llegó al Supremo y la máxima instancia judicial les dio la razón: que hubiera escuelas solo para blancos y otras solo para negros era inconstitucional.
La decisión judicial de 1954 fue «un eslabón crítico para el movimiento de derechos civiles moderno», valora para Efe seis décadas después el profesor Howard Robinson, del Centro Nacional para el Estudio de los Derechos Civiles, situado en Alabama, en una entrevista reciente.
Este estado del sureste de Estados Unidos, de bosques frondosos y tierra natal del personaje de ficción Forrest Gump, arrastraba en los años 1950 una de las políticas más discriminatorias con los afroamericanos y lideró las quejas para conseguir el cambio.
Tan solo cuatro días después de la histórica resolución judicial, una activista de Montgomery, Jo Ann Robinson, escribió una carta al alcalde de la ciudad. Era 1954 y el movimiento para conquistar la equidad ya no tenía marcha atrás.
Le pedía al alcalde que acabara con los autobuses urbanos segregados. Los negros, que representaban el 75 % de los usuarios, tenían que pagar en la parte delantera, volver a salir, subir por la puerta trasera y sentarse solo en las zonas indicadas para la gente «de color».
Rosa Parks no fue la primera mujer de Montgomery en protestar, pero sí la que reunió la determinación y el liderazgo necesarios para hacer historia. «Fue una galvanizadora del cambio», cuenta a Efe Georgette Norman, directora del museo dedicado a la modista «silenciosa y fuerte que no quería esculturas ni homenajes».
«Ella era la persona que tenía que empezar la protesta, alguien de quien no se podía hablar mal ni encontrarle ningún trapo sucio que menguara la atención del asunto», valora la directora del centro, situado en la misma acera de Montgomery en la que Parks, el 1 de diciembre de 1955, fue forzada a bajar del autobús y detenida.
La comunidad supo que aquel era el momento y activó un boicot para que ningún obrero negro ni ninguna criada fuera a trabajar en autobús: tomaban un taxi autogestionado o caminaban un par de horas bajo el sol; lo que hiciera falta.
«Estamos cansados de estar segregados y humillados. No tenemos otra alternativa que protestar», proclamó en una iglesia a seis calles del «no» de Rosa Parks un reverendo recién llegado a la ciudad y que se convirtió en el líder del boicot.
Era Martin Luther King Jr. «Fue un éxito y casi 50.000 personas se sumaron al boicot», explica a Efe Wanda Battle, cuyos padres eran amigos del reverendo King y cuyo trabajo ahora es guiar a los visitantes en la única iglesia en la que el líder negro ejerció de pastor. «Para mí es como cerrar el círculo».
La huelga, que duró 381 días, culminó con una resolución del Tribunal Supremo que ilegalizó los autobuses segregados en la ciudad y sumó una nueva conquista en la cruzada contra la segregación sureña.
En poco más de una década, los afroamericanos, a través de los abogados de la Asociación Nacional para el Avance de Gente de Color (NAACP), consiguieron que la justicia desbancara las escuelas segregadas, y los autobuses, y las estaciones, y los trabajos reservados a los blancos.
El 2 de julio de 1964, Lyndon B. Johnson, el súbito sustituto del asesinado presidente Kennedy, promulgó la ley que acabó sobre el papel con la discriminación en el espacio público de Estados Unidos.
En las imágenes de la firma, que cumple medio siglo, justo detrás del mandatario, esboza una escueta sonrisa Martin Luther King.
Pese a su filosofía de no-violencia, King afrontó una década muy convulsa y atestiguó cómo los grupos racistas se radicalizaron y decenas de activistas negros murieron asesinados.
Fue testigo de los grandes cambios legislativos y premiado con el Nobel de la Paz, pero King también acabaría muerto por un tiro en 1968, con 39 años. «Durante días, se paró el tiempo y la respiración para todos nosotros», recuerda Wanda, que tenía entonces 12 años y jugaba con los hijos del reverendo.
«Pero el movimiento sigue vivo para luchar contra las injusticias», añade, y se pone a cantar una de las canciones populares de esa época que cambió a Wanda y que cambió al país. EFE