- marzo 12, 2013
Me considero una persona muy amiguera, no me cuesta nada entablar amistad con la mayoría de las personas que se cruzan en mi vida. Independientemente de la edad, o el sexo, me encariño mucho con mis amigos. Pero nunca tanto como mi amiga Laura…
Escena1: Estoy tomando el té con Laura en su casa, mientras estamos charlamos de repente fija los ojos hacia el piso y empieza a hablar como si hubiera alguien escondido atrás de mi silla. Asustada le pregunto ¿a quién le hablas? Al perro me contesta o no ves que está ahí. Si… veo… ¡VEO UN PERRO!
Escena 2: Antes de me vaya de viaje, mi amiga Laura me trae una lista de pedidos. Me imaginé que eran para ella y sus hijas. ¡No, eran para el perro! Peluches, caramelos, ropa y demás enseres que jamás pensé existían también para animales
Escena 3: Invito a Laura al mejor de los planes para un par de amigas: ir al Shopping a comprar ropa. Me dice que no puede, que mejor no, que se queda en su casa. Al día siguiente la vuelvo a invitar: “vamos, dale, que llegaron las nuevas colecciones” le digo tratando de entusiasmarla. Se vuelve a negar, “ no, no puedo, me duele la espalda”, dice. Algo no me olía bien entonces fui igual a buscarla. Cuando paso por la puerta me encuentro filmando ¡al perro! mientras este se bañaba en la pileta al más puro estilo ¡Esther Williams! Felicito a las personas que pueden tener este tipo de sentimientos con los animales. Que no necesitan ver la tele o ir de compras, ni rodearse de gente permanentemente. Que les basta y sobra la compañía de su pichicho y sus piruetas para entretenerse.
(*)Inspirado un domingo de mayo de 2009.