Me considero una persona muy amiguera, no me cuesta nada entablar amistad con la mayoría de las personas que se cruzan en mi vida. Independientemente de la edad, o el sexo, me encariño mucho con mis amigos. Pero nunca tanto como mi amiga Laura…
Escena1: Estoy tomando el té con Laura en su casa, mientras estamos charlamos de repente fija los ojos hacia el piso y empieza a hablar como si hubiera alguien escondido atrás de mi silla. Asustada le pregunto ¿a quién le hablas? Al perro me contesta o no ves que está ahí. Si… veo… ¡VEO UN PERRO!
Escena 2: Antes de me vaya de viaje, mi amiga Laura me trae una lista de pedidos. Me imaginé que eran para ella y sus hijas. ¡No, eran para el perro! Peluches, caramelos, ropa y demás enseres que jamás pensé existían también para animales
Escena 3: Invito a Laura al mejor de los planes para un par de amigas: ir al Shopping a comprar ropa. Me dice que no puede, que mejor no, que se queda en su casa. Al día siguiente la vuelvo a invitar: “vamos, dale, que llegaron las nuevas colecciones” le digo tratando de entusiasmarla. Se vuelve a negar, “ no, no puedo, me duele la espalda”, dice. Algo no me olía bien entonces fui igual a buscarla. Cuando paso por la puerta me encuentro filmando ¡al perro! mientras este se bañaba en la pileta al más puro estilo ¡Esther Williams! Felicito a las personas que pueden tener este tipo de sentimientos con los animales. Que no necesitan ver la tele o ir de compras, ni rodearse de gente permanentemente. Que les basta y sobra la compañía de su pichicho y sus piruetas para entretenerse.
(*)Inspirado un domingo de mayo de 2009.