- marzo 12, 2013
Durante doce años tuve el pelo muy largo, muchas noches de esos doce años me despertaba llorando porque soñaba que me lo cortaban..
Un día, sin saber por qué, me desperté con ganas de cortármelo. ¿Por qué? No sé, imposible dar una razón. Pero me hice de coraje y me lo corté en un momento en que todas las mujeres se ponen extensiones y hacen malabares para preservar cada milímetro de pelo. Yo me lo corté por la nuca.
Me animé a cambiar. Digamos que me costó verme en el espejo, pero nada en comparación con lo que le costó al resto de la gente verme con el nuevo corte. Las mujeres lamentaban, yo sentía que murmuraban a mis espaldas “¿cómo había cometido tal osadía?”. Una, hasta me dijo: “¡hay Myriam, lo que habrás llorado!”
Por suerte, pude entender que el cambio, queramos o no, es constante, pero muy difícil de asimilar. Lo que es peor, a veces, tomamos una decisión y los de afuera se sienten muy movilizados, más que nosotros mismos. Y a veces, tambaleamos ante esta reacción y dudamos.
Pero lo importante es saber que si bien al principio los cambios pueden traer incertidumbre, después nos abren las puertas a lugares que jamás ni siquiera imaginamos existían.