Cuando más cuidabas tu relación sentimental, porque alguna que otra discusión o desencanto había en tu corazón, el éxito en los negocios era implacable, y eso ¡es excelente!
Es como pagar peaje. Como si no se sostuvieran ambas partes.
Pero, ¿a quién le esfuerza? A mí no, y ¿a vos? ¡Llamale cangrejo! O le metemos un saplé al tal Murphy. Sí, ¡Él! ¡Él que creó la ley!
Si «das lo mejor de vos», o «pensar en positivo», o «todo va estar bien» y repetís todas las frases de autoayuda, o ensayas una sonrisa cada cuatro horas después de cada comida, no importa que no sea el momento adecuado, seguro que por lo menos vas a aparentar que siempre está todo perfecto, en el trabajo y en el amor.
Quien crea que estar bien en el amor y tener éxito en el trabajo tiene la felicidad completa, seguro se encontrará alguna tarea que falta, para lograr tener una meta o preocupación.
Si cada quien entendiera que cada ser tiene una felicidad diferente sería distinto. Por ejemplo, lo que le hace feliz a Carmen o a Beatriz no me hace feliz a mí. Si probablemente todos entendiéramos eso seríamos perfectos. ¡Qué horror!
Llegar cerca de la perfección no es la felicidad completa. La felicidad es siempre momentánea porque es el motor que impulsa el seguir buscando otros desafíos. O quizás sin desafíos, porque tu felicidad no implica riesgos, pero a mi modo de ver sí.
Mientras haya diferencia entre vos y yo, más imperfectos somos, y más cerca del equilibrio nos sentimos.
Por eso, la imperfección es sinónimo de felicidad.