En junio de 2011 comencé un sueño anhelado para aportar mi grano de arena tras la bellísima experiencia vivida junto a mi hijo Juan Pablo en el Hospital de Niños de Boston: nacía la Fundación Juan Pablito.
En un inicio más que esperanzador, comenzamos una obra de apoyo psico social tanto en un hospital público como en la propia sede de la Fundación, de ayuda a familias con bebés prematuros, bebés con trisomías y padres de bebés que fallecieron.
Así como mi mamá, me caracterizan las ansias de ayudar al otro. Tener la posibilidad de llegar a tanta gente que lo necesita me impulsó a hacer realidad este sueño, poniendo más que el cien por ciento de mi humanidad. Con un presupuesto ínfimo llegamos a centenares de familias con empatía y solidaridad. Darse cuenta de que tan solo con voluntad se podían cambiar las cosas, hacía que se redoblaran los esfuerzos.
Sin embargo, poco a poco, en mi afán de ayudar fui deshumanizándome yo misma. La gente o las instituciones acudían a mí solo para pedir ayuda, ya no como si fuera un ser humano sino como un robot que tenía la obligación de ayudar a aquel que lo necesite y a la hora que el otro lo determinara. La Fundación siendo tan chiquita era exigida casi como si fuera la mismísima ONU.
A pesar de comenzar a escuchar la alarma tiempo atrás, continué el camino hasta que el corazón, el cuerpo y la mente dijeron basta. Así fue como tomé la decisión de dar una pausa a la Fundación para replantear las cosas. El silencio es siempre fue bueno y meditar sobre todo lo bueno y lo malo de la primera etapa de la experiencia de la Fundación me hizo descubrir muchas salidas al laberinto y sobre todo muchas herramientas para aprender a que la gente y las instituciones también se comprometan y exista una retroalimentación en la relación.
Solamente hay que tener los ojos del corazón bien abiertos y buscar en el silencio la respuesta a ese ruido interior que se forma cuando el maravilloso cuerpo humano te dice que de esa manera no se puede continuar. Hoy, tras ese tiempo de pausa soy una nueva persona. Soy de la idea que la gente puede cambiar aunque ya tenga muchos años encima. Aprendí que ayudar es mi pasión pero que también la ayuda es realmente válida cuando existe una sinergia con los demás.
En esta pausa, así como en aquellos años cuando se acercaban las mamás de angelitos a hablarme de sus experiencias, muchas personas me comentaron que pasaron por lo mismo que yo. Deseosos de cambiar injusticias en diversos ámbitos y mejorar la atención humana, fueron perdiendo las ganas de seguir, al verse enfrentadas a un sinnúmero de responsabilidades que no eran compartidas. Lo que se conoce como el síndrome burnout.
Creo que esto no solo puede pasar en una relación de apoyo psico-social, sino que también ocurre en las relaciones de pareja, madres-padres-hijos, los amigos, el trabajo, etc. Hay q ayudar al otro, pero también hay que aprender a dejarse ayudar y hacer que el otro se implique en la situación. Me imagino que muchos y muchas “ayudadores” hoy están desanimados y con deseos de tirar la toalla. A todos/as ellos/as les digo que se den una pausa para escuchar a su corazón. Les seguro que esa medicina no solo hará que se apague el ruido interior sino que dará como resultados personas más equilibradas, y con muchas lecciones aprendidas en el ámbito de las relaciones humanas.
Hoy, paso a paso, estoy planeando una nueva estrategia para mi amada Fundación Juan Pablito, esta vez más orientada a la comunicación y la concienciación. Agradezco a los/las voluntarios que me apoyaron en esta pausa para redescubrir lo esencial en el silencio. Como las sabias palabras del principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.