- marzo 21, 2013
Cuando en el mundo del cine hablan de Alfred Hitchcock, expertos y aficionados no escatiman en halagos hacia el maestro del suspenso.
Las historias sobre su mal genio o sus obsesiones con sus rubias musas son anécdotas casi coloridas que completan el perfil de un hombre que influenció a miles de personas en la industria fílmica.
En el mundo de la música, al referirse por ejemplo a Barry White, fans y críticos recuerdan esa voz grave y melodiosa que dejaba escapar las canciones más románticas y seductoras que se hayan podido crear dentro del género del soul.
Nadie, o al menos muy pocas personas, hace referencia o burlas sobre el hecho de que ambos hombres eran gordos. Es como si nadie haya visto el ancho de sus cinturas o el diámetro de sus piernas. No hay bromas de “Alfred, soltá las Donuts”, por ejemplo. Durante la última entrega de los premios Grammy una de las figuras galardonadas fue la británica Adele, quien desde su debut ha maravillado a millones de personas con una voz que se ubica entre las mejores y más maduras de la industria, incluso a pesar de la corta edad de la cantante, que aún no cumplió los 25 años.
Como en este tiempo dominado por las redes sociales quienes tenemos un Smartphone “vemos la tele” en Facebook, Twitter o incluso Instagram, leí varios comentarios de personas que durante la transmisión iban compartiendo sus opiniones, desde quiénes eran sus favoritos, hasta qué artista merecía más que otro un premio en específico, el vestido de una o el traje de otro.
Al momento de la aparición de Adele en pantalla la mayoría de los comentarios, de hombres y mujeres, se enfocaron en su peso.
Yo, me ofendí.
No es una cuestión de fanatismo, mucho menos un intento de mostrar una intención de “superioridad moral”. Es sencilla y francamente porque de haber sido hombre, el enorme talento de esta persona no se vería opacado por una figura más voluptuosa que la del resto.
Y no, no son simples bromas. Muy pocas veces las palabras son solo palabras. Lo que decimos viene siempre con una intención o demuestra una mentalidad.
En última instancia, quienes forman sus opiniones en base a opiniones de otros y no sobre fundamentos concretos, también demuestran algo: falta de carácter o una imperiosa necesidad de atención o de pertenecer.
Es preocupante que una mujer tan bella, dotada con tan hermosa capacidad de emocionar, poseedora de un instrumento tan perfecto como su voz sea el eje central de bromas de “gorda”.
Pareciera como si ser una fi gura pública del sexo femenino conlleva, necesariamente, a la obligatoriedad de cumplir con ciertos estándares de belleza para poder ser además de un talento musical, un símbolo sexual y un objeto de deseo. Como si fuera que lo bonito es arbitrario y todo lo que escape a esa arbitrariedad merece ser burlado.
Hace poco una persona murió luego de haberse sometido una cirugía de bypass gástrico. No sabemos los motivos de la decisión de entrar al quirófano, ni muchos detalles de las complicaciones que surgieron luego y desencadenaron en el más penoso resultado.
Sin embargo, estoy absolutamente convencida de que tendríamos menos hombres y mujeres anoréxicos, bulímicos o muertos a causa de procedimientos extremos con una sociedad más inclusiva en todos los sentidos.
Una sociedad que se sienta INDIGNADA con los comentarios despectivos hacia las personas en base a cómo se ven, cómo aman o de dónde vienen.
No, no me ofendí por unas cuantas bromas hechas sobre Adele. Me ofendí porque es una constante, siempre, cada vez que aparece, y porque no la defiendo a ella, defiendo a todas las personas que por ser distintas tienen que acostumbrarse a una vida de “comentarios inocentes o indirectas”.